Durante mis viajes por el mundo suelo llevar diarios con el propósito no sólo de escribir lo que experimento y conozco, sino también para controlar el dinero del que dispongo. Estos pequeños textos son “apuntes” que, aunados a las imágenes recogidas, me permiten, al consultarlos, desencadenar mis recuerdos y, a partir de esto, crear crónicas más vívidas con las anécdotas a flor de piel. En el trayecto me he topado con otros viajeros, quienes me enriquecieron con sus relatos y fotografías.

sábado, 26 de mayo de 2012

Retazos de viaje. III. El “valor” del “precio”. Asuán, Egipto.







III.
El “valor” del “precio”.
Asuán, Egipto.

Durante mi estancia en Egipto conocí a un par de compatriotas: Ramón y Mauricio, con quienes entablé amistad.

El primero había cumplido la promesa de llevar a su hijo al destino que escogiera, si obtenía buenas calificaciones en la escuela.

Mientras el crucero permanecía en el muelle, salimos a caminar por la noche.

En un quiosco compramos tres refrescos —cada uno por 15 libras egipcias: ¡Casi al mismo precio que en el restaurante del crucero!

Cuando regresábamos a la embarcación, después del paseo nocturno, nos detuvimos en una tienda. ¡El mismo refresco costaba cinco libras, y el agua grande (1,5 litro), dos! Como si esto no fuera suficiente, inmediatamente después encontramos otro puesto: cuatro libras.

Desconcertados, nos preguntamos si era posible que no hubiera un precio fijo en algo tan simple como un refresco, y llegamos a la conclusión de que en un país donde no se conoce el “valor” de las cosas —al menos para el extranjero— el “precio” podría ser cualquiera.

Anteriormente, mi compañero había intentado comprar el juguete de un camello —o dromedario: honestamente no reparé en cuántas jorobas tenía el animal— en el mercadillo del obelisco inacabado.

El vendedor le dijo que costaba ¡170 libras! Con tal de vender, bajó la tarifa de golpe hasta quince libras. ¡Increíble!...; no en este país.

En una tienda de recuerdos de Asuán, Ramón —médico de profesión— compró un dromedario en mejor estado —y de acuerdo con el vendedor, de piel de este animal— por dos euros: cuatro libras egipcias aproximadamente, luego de que el dependiente le hiciera una rebaja de un euro.

miércoles, 2 de mayo de 2012

Retazos de viaje: II. El billete azul. Valle de los Reyes, Egipto.







II.
El billete azul.
Valle de los Reyes, Egipto.


Nunca me olvidaré de esta anécdota porque adquirió para mí un cariz antropológico, además de evidenciar la idiosincrasia del mexicano, incluso fuera de su país.

Los comerciantes del Medio Oriente llevan siglos vendiendo mercancías, y tienen fama de conocer todos los trucos inherentes al negocio.

Cerca del Uadi Biban Al-Muluk, “Valle de las Puertas de los Reyes”, visité un taller artesanal de cerámica.

Uno de los trabajadores se acercó a mí, y me preguntó de dónde venía. En cuanto supo que era mexicano, para mi sorpresa, el sujeto sacó de sus ropas un billete azul de veinte pesos con la efigie de Benito Juárez, el cual le había dado un “paisano” mío, haciéndolo pasar por uno de veinte euros.

Al comprender la situación, no pude sino esbozar una sonrisa simultánea de incredulidad, pero sobre todo, de credulidad.





Retazos de viaje: I. La paloma de Santa Sofía. Estambul, Turquía.







I.
La paloma de Santa Sofía.
Estambul, Turquía.


Disponía del día para conocer Estambul.

Me desperté temprano para visitar Άγια Σοφία, Hagia Sophía: “Santa sabiduría.” Fui el primero en llegar. Esperé un rato mientras abrían la taquilla.

La afluencia de personas a esa hora de la mañana era escasa, por lo que tuve la oportunidad de fotografiar el lugar con calma y libertad.

Cuando lo abandoné, la gente lo abarrotaba.

La paloma de la foto contempla desde la oscuridad interna de un ventanal de Santa Sofía —Aya Sofia, en turco—, la luz que ilumina los minaretes y la cúpula de su hermana y rival, la Mezquita Azul del Sultán Ahmed: Sultanahmed Camii.