Durante mis viajes por el mundo suelo llevar diarios con el propósito no sólo de escribir lo que experimento y conozco, sino también para controlar el dinero del que dispongo. Estos pequeños textos son “apuntes” que, aunados a las imágenes recogidas, me permiten, al consultarlos, desencadenar mis recuerdos y, a partir de esto, crear crónicas más vívidas con las anécdotas a flor de piel. En el trayecto me he topado con otros viajeros, quienes me enriquecieron con sus relatos y fotografías.

martes, 24 de diciembre de 2013

"Instantes del mundo": Jerusalén ("Ruta de escape: México" de José Antonio Ruiz Piña).

Con anterioridad, mi amigo José Antonio Ruiz Piña generosamente editó y post-produjo tres cápsulas sobre Marruecos. Esta mañana me sorprendió con la noticia de que había terminado una cuarta: en esta ocasión sobre Jerusalén.

Al disfrutar de ella, no pude sino evocar las experiencias vividas —no todas agradables, pero sí provechosas— en Israel hace más de cinco años.

Recuerdo que me transporté del aeropuerto David Ben-Gurión de Tel-Aviv —el único del país por razones de seguridad— hasta Jerusalén. Era un día lluvioso. A las afueras de la ciudad, había ocurrido un accidente automovilístico terrible: una camioneta se volteó, quedando con las llantas para arriba.

Las señales no eran halagüeñas. Fue una estancia difícil, quizá la más complicada que he experimentado como viajero. Sin embargo, el tiempo, ese cicatrizante de heridas y manipulador de recuerdos, me ha permitido recordar simultáneamente con nostalgia y alegría a aquel hombre que solía ser en el año de 2008.

Nunca olvidaré, por ejemplo que, en un carro de golf, rumbo al Mar Muerto se zafó de mi muñeca el reloj y se rompió, y que antes de eso presencié absorto el espectáculo de un arcoíris —uno de mis momentos más espirituales como ser humano—; las ambulancias del hospital contiguo al hotel que por la madrugada me hacían pensar en una atentado terrorista; la tajante negativa de un soldado israelí a mi petición de fotografiarlo; las quejas amargas de un taxista palestino-sudafricano; el uso de la red en un cibercafé del barrio árabe... y tantas anécdotas que pronto contaré.


La asimilación de caminar y conocer lugares santos, llenos de peregrinos de diversas creencias, que a mí me importaban más por cuestiones histórico-literarias que por religión. Un sitio plagado de conflictos inverosímiles cuyas piedras son sólo eso: piedras revestidas de Historia.







sábado, 23 de noviembre de 2013

Dos vídeos sobre las ofrendas de Día de Muertos en México.


Cuando, durante la niñez y la adolescencia, visitaba el pueblo de Tlalchapa, en el estado sureño de Guerrero, los primeros días del mes de noviembre, al entrar a las casas edificadas con adobe y teja, solía encontrarme con instalaciones dispuestas para honrar a los difuntos: las ofrendas de Día de Muertos.

Se trataba de mesas adornadas con cempasúchil: la flor de los muertos, —la cual para mi sorpresa he encontrado en Rusia y Marruecos: Tagetes erecta, clavelón de la India o clavel chino—, en que figuraban las fotografías de los familiares fallecidos, acompañadas de veladoras, papel picado, el tradicional “pan de muerto”, que se hornea en esta época del año, además de los platillos y bebidas —e incluso los cigarillos— de los que gustaban los finados cuando vivían.

La creencia popular señala que los muertos vienen del “más allá” —los niños el primero, y los adultos al siguiente día— a departir con sus deudos. En algunas zonas del país es frecuente que las familias comulguen en el cementerio, coman y trasnochen en la tumba del ser querido.

En el lapso más reciente, en la Ciudad de México, han proliferado las ofrendas públicas —ora en la vida pública, ora en museos: la más concurrida es aquella que se instala en la Ciudad Universitaria, y que año con año realizan los estudiantes, dedicándola a un personaje en particular.

A quien guste ahondar en esta celebración, lo remito a una entrada que dediqué a otra tradición de esta temporada: las calaveras literarias.






Mega-ofrenda de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).






Ofrenda del Museo Dolores Olmedo.


martes, 19 de noviembre de 2013

INAUGURACIÓN DE MI CANAL DE YOUTUBE: CAESARIS NAVARRETIS. Marruecos. Parte III: Marruecosidades.


Hace tiempo publiqué en este espacio una serie fotográfica intitulada Rusiosidades, donde recogía algunas escenas cotidianas que se me presentaban a lo largo del viaje.

En estas Marruecosidades continúo con dicha “óptica”. Sin embargo, al elemento visual, añado el musical, con el propósito de enriquecer la propuesta.

Esta entrada constituye la primera difundida desde mi canal de YouTube: Caesaris Navarretis, el cual nutriré paulatinamente.




Saludos afectuosos.

César Abraham Navarrete Vázquez.






domingo, 27 de octubre de 2013

CINCO AÑOS DE VIAJE: 15, 000 VISITAS: Marruecos. Parte II: "Instantes del mundo": Tres vídeos marroquíes del Canal "Ruta de escape: México" de José Antonio Ruiz Piña.







Hace cinco años comencé a recorrer el mundo, gracias a un viaje al Medio Oriente, que me llevó a Grecia, Turquía, Israel y Egipto.

Considero que no dispongo de un mejor modo de conmemorar este suceso que me trascendió, que con una entrada como la que publicaré.

Desde que viaje por primera vez, en lo que considero mi “segunda etapa” —pues la primera la realicé durante mi infancia y adolescencia, preferentemente por el interior de mi país y los Estados Unidos de América—, porté conmigo un par de cámaras pequeñas, con el propósito de documentar la experiencia: una fotográfica que mi madre me obsequió algunos días antes de que me marchara, así como una de vídeo, de marca Panasonic, que pertenece a mi amigo, José Antonio Ruiz Piña —de quien por cierto en esta misma bitácora ofrecí hace algunos meses una serie fotográfica sobre el sitio arqueológico de Tulum—, y que me prestó amablemente.

En el decurso, esto, como tantos otros “rituales viajeros”, devinieron en costumbre, y ambas cámaras me acompañaron en los siguientes periplos en que me embarqué.

En algún momento del pasado, José Antonio y yo concebimos la idea de realizar “algo” —la ambigüedad de la palabra es adecuada en demasía, pues evidenciaba nuestra inacción— con el material videográfico que acumulaba.

Actualmente atesoro cerca de treinta cintas en formato MiniDV, que esperan transmitir lo que documentaron.

Gentilmente, “Toño” realizó algunas copias a DVD de aquel primer encuentro con otras culturas del planeta, con las que me obsequió y me emocionaron mucho, al grado de propiciar que retomáramos aquella primera conversación. Sin embargo, los planes se diluyeron con el tiempo, pues aún no era el momento adecuado.

A mi regreso de Marruecos, hace menos de un mes, donde grabé únicamente dos cintas —el menor número que he registrado de un viaje—, José Antonio me conminó nuevamente a que se las facilitara.

Yo supuse que me haría una copia. Pero, me sorprendió con la noticia de que editaría “algo” —esta vez el tono de su voz era diferente. Y entonces ambos supimos que, cinco años después, finalmente era el instante preciso de que aquellas divagaciones se materializarán en un proyecto.


José Antonio Ruiz Piña, una de las escasas personas que han sido constantes en el lapso más reciente de mi existencia, y a quien yo, un ser humano carente de amigos, otorgo sinceramente dicho apelativo, tan banalizado en estos tiempos de redes sociales, recientemente creó un canal virtual multitemático en YouTube, bajo el título de Ruta de escape, México, el cual recomiendo.

La serie, Instantes del mundo, en esta primera entrega, consta de tres vídeos, que fueron post-producidos enteramente por él, y en cada uno de ellos se percibe el goce generado a partir de una noble labor, casi artesanal, como la edición de imagen que preferentemente es denigrada por desconocimiento e incomprensión.


Ojalá este trabajo les transmita a ustedes una parte de lo que a nosotros nos significó.

Saludos afectuosos, llenos de gratitud.












Cápsula 1: Instantes del mundo. Mezquita Kutubía: http://www.youtube.com/watch?v=9xJbxf1bYdU







Cápsula 2: Instantes del mundo. Esperanza: http://www.youtube.com/watch?v=-lDqaV103ak








Cápsula 3: Instantes del mundo. Fragmentos de viaje: http://www.youtube.com/watch?v=ijEU-GHUGMs

martes, 15 de octubre de 2013

CUADERNOS DE SAL. NUEVA ÉPOCA. Marruecos. Parte I: Fez y Mequinez. Diario de Marruecos I de Juan Carvajal.

Con esta entrada inauguro la Nueva Época de la bitácora de viaje, Cuadernos de Sal.

Será la primera vez que publico, con tan poco tiempo de intervalo, algo respecto de un viaje. Otrora, preferentemente, dejaba reposar la información, con el propósito de asimilarla.

Como cada vez que dispongo de la oportunidad de hacerlo, rendiré un sentido homenaje a uno de mis escritores mexicanos favoritos: el olvidado Juan Carvajal, de quien he difundido poesíaaforismos, prosa, y otros textos de viaje en esta misma bitácora.    

Después de todo, las tres partes de sus Diarios de Marruecos, así como su entrevista Una tarde en casa de Paul Bowles —sin olvidarme de Paul Bowles, un caballero en el desierto en sus Evocaciones e invocaciones—, incidieron directamente en mi decisión de visitar el país.

He releído los textos mencionados, y he revaluado las palabras del autor-viajero: la primera lectura resulto provechosa, pero un tanto lejana. Sin embargo, este nuevo acercamiento me hizo redescubrir —así como coincidir y discrepar con— sus narraciones, al grado de experimentar la familiaridad de los lugares y las situaciones que describe.   

Por lo que extraigo de sus escritos, Carvajal estuvo cerca de un mes en Marruecos, en octubre y noviembre de 1993. Curiosamente, yo no me percaté de esto sino a mi regreso, aunque no podía ser de otro modo —y menos en una etapa de mi vida en que se cierran ciclos: viaje veinte años después de que él lo hiciera, casi por la misma ruta.

Sea simbólica esta entrada, donde he tratado de que comulguen mis pasiones: la lectura, la fotografía, la escritura y el viaje, estableciendo un antes y un después de mi experiencia como ser humano.

Bienvenidos.


Saludos entrañables.

César Abraham Navarrete Vázquez.






Texto: Juan Carvajal.
Fotografías: César Abraham Navarrete Vázquez.





Para mi madre:
gracias por formar parte
nuevamente de la aventura
de viajar.
















Fez, 18 de octubre. Esta es una de las ciudades más dulces de la creación humana, en todo sentido. En el orden físico, está colocada sobre sus colinas como un admirable tapiz ocre, dispuesto con suavidad sobre el ensoñador declive de sus laderas, equilibrado por las torres de sus mezquitas, algunas tan bellas como las italianas y más de una compite con el campanile del Giotto de la catedral de Florencia. Ese acuerdo entre naturaleza e historia, que aquí está logrado en una textura evocadora de las más armoniosas ciudades europeas, la vuelve un instantáneo objeto de culto estético para quien la ve. Esta exquisitamente inolvidable entre las grandes concentraciones maghrebinas, contiene a la más antigua, grande y bella de las medinas del África.



La Casbah la Kissaria, verdadero ombligo del mundo (que algunos llaman onfalos y otros México), es una Edad Media en acción; fresca, aromática, tonificante; idéntica a como era hace dos mil doscientos años, con el añadido de las oscuridades y decrepitudes del tiempo, el viaje maestro, incorporadas a su rostro actual, su inigualable pátina. Oscura y luminosa a la vez, en ella bulle el mundo entero impregnado de un olor más allá del tiempo. La rica emanación de este océano de humanidad se acentúa por la presencia y el olor de las incesantes recuas de bestias que pasan a tu lado, de asnos a camellos, dando a estas callejuelas abigarradas un reverberar de vida vuelta aquí eterna en su antigüedad, pobreza y hermosura.


20 de octubre. Fez nos da por fin, a un grado que no pudimos recibir en Tánger, el completo abandono de nuestro ser occidental; el olvido de algo que al perderlo supimos que era lo que habíamos venido a buscar. En un momento dado, sin saberlo, estábamos ya mimetizados con los indescifrables olores de su vejez, ¡oh pestilencias del espíritu! que fueron enseguida una embriaguez perfecta, un invasor veneno de cuyos efectos no queríamos ser arrancados, que nos permitía formar parte de ese mundo denso de plenitud humana y nos hacía entender y respetar sus ritmos exteriores y subyacentes. Alguna tarde, con los primeros jirones de sombra entreverados con los rojos y amarillos del ocaso, emprendíamos en compañía del sabio Mohammed paseos por una Casbah que era un mar de sensaciones complejas y únicas en su individualidad. Comprábamos las tres variedades del pan árabe tan diferentes entre sí, y paladeando largamente sus masas y cortezas recorríamos extasiados ese edén de los sentidos. Era una comunión.

En ninguna parte como en el África la más pequeña concentración de frutos puede darnos una imagen del anhelado oasis; la resequedad de los elementos de este mundo lo vuelve inevitable. Pero ver en la Kissaria esas suntuosas y complicadas torres de radiantes formas y brillante colorido erigidas con un arte que iguala al de sus maestros constructores, son la segura evidencia del Paraíso (palabra persa) terrenal. Sólo la resequedad puede dar tal ansia de paraíso, por eso todo oasis lo es, todo fruto lo contiene. Yo pertenezco a una sección del mundo (México, América) donde los frutos abundan, por eso quizá, por esa atroz facilidad, somos un continente desactivado, apático en el sentido occidental; como era antes África entera, como era (es) el Paraíso terrenal. Sin embargo nada existe en este mundo tan edénico como el desierto puro. Hablaremos de eso.

28 de octubre. Uno debe quedarse para siempre en lugares como este, o huir de ellos al instante, y entiendo por qué Bowles no escogió para vivir esta ciudad sobre la sucia Tánger. Decía: “Fez es una ciudad cuya situación fue escogida por razones puramente estéticas. La gente de Fez cree firmemente en la importancia de satisfacer los sentidos, son adictos a los perfumes, a las telas finas y a los colores; se rodean de cosas que les produzcan placer sensual. En sus vidas hay una absoluta ausencia de tensión nerviosa, una total ignorancia de lo que significa aburrirse, y esto contribuye a que se sientan satisfechos con existir solamente, algo que muy pocos occidentales pueden conseguir”. [...]

Es preciso destacar que Fez, junto a la severa y deslumbrante Meknés y la muy-santa Moulay Idris, forman el triángulo sagrado de Marruecos y de hecho de todo el Maghreb (que significa el Poniente, es decir: ¡Occidente!) ya que esta última, por ejemplo, posee el sitio sacrosanto de la zona, Oualili, al que los musulmanes concurren “al menos una vez en la vida” si no poder ir a la Meca, y la indulgencia es la misma. Fez, por su parte, no está menos orgullosa de ser el centro religioso del reino, dotada con el mayor número de mezquitas que cualquiera otra ciudad. Y en el Islam, usted sabe, religión equivale a cultura, de ahí que junto con Meknés posea las más importantes y bellas medersas (universidades) del norte africano, algunas de ellas supremas obras de la edificación merinida, como las de El Attarin o la de Ou Inania. Claro que esta universidades no son muy universales en el orden de los conocimientos científicos o generales, son o eran sobre todo escuela de teología y centros de meditación, lo que no es pocas cosa, aunque las más ilustres como las mencionadas o la de Bou Inania en Meknés son ya sólo monumentos, si bien de incomparable ornamentación, de mayor elaboración arquitectónica aun que los palacios, lo que tampoco es poco decir. [...]

Fez, 30 de octubre. Desde nuestro balcón del Palais Jamais, donde veíamos por las mañanas del coránico despertar de una ciudad que parece tener el sueño ligero —a las dos de la mañana la Casbah expende aún todo y el muecín llama dos veces durante la noche—, vimos por última vez en las colinas de enfrente descender al alba a la gente rumbo a los menesteres ancestrales, los hombres a su oficio, los niños a la escuela y las ondulantes mujeres en parejas majestuosas con ánforas en la cabeza o bajo el brazo; el rítmico movimiento de esos cuerpos imprimía a la escena un bíblico aire fuera del tiempo. Y en efecto, esos gestos se repiten desde hace miles de años idénticos por las mismas polvosas veredas y son ya imágenes de la parábola y del sueño.

El Islam no piensa en la eternidad, vive en ella. Por eso esta religión que ha tenido, desde los tiempos del Profeta, el buen gusto de no entronizar imagen alguna en sus libros sagrados, en sus templos o altares, sigue con absoluta fidelidad el precepto coránico como evangélico que enseña no ocuparse del mañana y tomar como modelo a los lirios del campo. Y este hecho explicaría en parte ese enigmático inmovilismo que quizá sea, después de todo, una vocación saludable para existir sin angustia en el presente y en la eternidad del Profeta. Desdichadamente, y como nadie es perfecto, de ahí también quizá proviene su iracunda intransigencia frente a los politeísmos de otras partes, especialmente ante lo que ellos llaman analfabético cristianismo, venerador de mil y un dioses y aun diosecillos menores, san esto y santa lo otro, a los que adora además de manera repugnantemente fetichista.

Para los musulmanes, el Alcorán (El Libro, Al Kitab) no es una mera obra de Dios, como las almas de los hombres o el universo, sino uno de los atributos de Alá, como Su eternidad o Su ira. ¿Quiere usted conocer un ejemplo como es debido de la ortodoxia, que algunos llaman fundamentalismo? Escuche entonces a Muhammad-al-Ghazali, el Algazel de los escolásticos, quien dijo: “El Alcorán se copia en un libro (puesto que el texto original, La madre del Libro, está depositado en el Cielo), se pronuncia con la lengua, se recuerda con el corazón y, sin embargo sigue perdurando en el centro de Dios y no lo altera su pasaje por las hojas escritas y por los entendimientos humanos”. El Islam entero sigue haciendo valer la joya del fundamentalismo, el silogismo del califa Omar (641 d.C.) que, al razonar ilustremente: “Toda afirmación escrita que conforme el Corán es superflua, y cualquiera de las que lo contradigan no debe tolerarse”, mandó quemar todos los libros del mundo: la Biblioteca de Alejandría.



Meknés, 30 de octubre. Una hora después llegamos, en compañía de Mohammed, a la milenaria ciudad de los meknassas, a la Meknassa ligada de modo íntimo, casi nupcial al gran sultán alaoita Moulay Ismail, que la convirtió en una auténtica maravilla. Aquí (y en Ouarzazate) se levantan los muros arquetípicos erigidos por la (palma de la) mano del hombre. Luis Barragán se enamoró enloquecido con razón de esta última ciudad y mucho valdría la pena hacer una comparación entre su estilo y el de los constructores merinidas, que es una lástima que él no haya intentado (¿o sí?).

Enamorarte de una pared, qué atrocidad, dicho así y si no estás ante las de Meknés, que son inmensos lienzos de oro (este oro es natural, de tierra, no como el oro, hecho quien sabe de qué) en los que están inscritos de manera exacta (cambiante) los hechos del mundo. Estas fabulosas pantallas que cuentan la historia de la humanidad reducen las imágenes de la TV a su dimensión rupestre, mal diagramadas y peor impresas; son apenas comparables a los montes que rodean Delfos, y de ambos, montes y muros, sólo se puede decir parafraseando a los antiguos cartógrafos: Hic morat deos.

¡Ah, Meknés, Alá te guarde! Si tuviera que escoger para siempre entre tú y Fez ya quedé crucificado. Entre las muchas razones que tengo para amarla está el hecho de que aquí pude entrar, sin zapatos y todo, qué emoción, a la única mezquita a la que tienen acceso los canallas —usted, yo, los alemanes— con patios interiores que cortan la respiración con su embrujante atmósfera; ahí, en la mezquita de Moulay Ismail en Meknés, puedo uno finalmente adorar a Nadie. En medio de esos torrentes de complicadas y felizmente resueltas organizaciones geométricas que son un preciado y evidente reflejo de la Mente Pura que todo lo ha creado; ante esos nichos de oración, modelo inigualable de la gracia, la discreción y la desnudez (de espíritu) necesarias para dirigirse al Creador, me fue imposible, a mí, el Muy-Ateo, no arrodillarme.




El guardián se emocionó al extremo; volvía la cabeza hacia los rostros de la horda invasora, a la que despreciaba, como pidiendo la indetenible continuación en cadena del milagro, que, hay, nunca ocurrió, pero yo en cambio pude sentir sobre mí el desprecio y el asco que los árabes despiertan en los hombres de Occidente. Cuando salimos, en medio de la muchedumbre, me tocó reverente y dulcemente la mano con la suya y me dirigió una oscura mirada que lo cielos no me permitan olvidar. ¿Qué hizo que me arrodillara? No lo sé. El poder de la ritualística es enorme y quizá no fui sino fiel a ella. [...]




Pero Meknés, ah, Meknés, rodeada de un verdor de viñas y protegida por bosques de olivares y por las grandes extensiones de oro de sus trigales, es una ciudad teologal. No por la bellísima medersa orgullo del Islám, la Bou Inania, cuyos comprimidos claustros y celdas son un acuciante acicate a la meditación, sino porque sus muros son la caja idiota de la eternidad, porque esas paredes siguen mostrando lo no mostrable a los ojos del impío y de cuantos lograren llegar hasta ella para ilustrarse. ¿Pero cómo se es digno de esa gracia? 













Juan Carvajal, Con los pies desnudos (viajes), Diario de Marruecos I, págs. 182-190 (Ediciones Sin Nombre, México, 2003).

jueves, 29 de agosto de 2013

Entrada 100. Vuelta al origen. Segunda parte: Homenaje al Padre José Arellano Hernández, predicador del desierto.

  
Deseo sinceramente que esta entrada cumpla con diversos propósitos: ser un sentido homenaje y recuerdo al Padre José Arrellano Hernández; cerrar la conmemoración del segundo aniversario de esta bitácora, remitiéndola a su origen, si bien no formal, sí “espiritual”; y de paso, agradecerle a los colaboradores que devinieron en cómplices en las publicaciones del lapso más reciente, y cuyos textos e imágenes enriquecieron mi experiencia vital: Armando Macedo, Alejandro Mendoza, Ricardo Butrón, Javier Aguilar Uribe, José Antonio Ruiz Piña, Exo Mexicopunch, Sara Elena Mendoza Ortega, Martha Angélica Vázquez Gutiérrez y Ollin Eyecatl Salazar.

Felizmente en esta entrega que cierra con la conmemoración del segundo aniversario de “Cuadernos de sal”, la bitácora alcanza las cien primeras entradas. Hace algunos meses, al llegar a las 10, 000 visitas, realicé una reflexión, a la cual los remito.

Alcanzar cien publicaciones no es fácil. Conlleva un esfuerzo cotidiano y constante que requiere de dedicación.

Las bitácoras electrónicas que edito no me producen sino profundas satisfacciones personales. Ya realizo muchas actividades por compromiso y necesidad como para mancillar algo que significa tanto para mí. De ahí que haya rechazado cuanta propuesta se me ha hecho para lucrar con ellas.

Sea ésta entrada la corroboración de las palabras anteriores, así como una promesa de que continuaré nutriendo este espacio.



Saludos cordiales.

César Abraham Navarrete Vázquez. 





Uno de los elementos que complementó mi educación y la de mis hermanos, fue la música: aprender a tocar el sintetizador primero, y posteriormente el órgano.

En el último piso de casa había uno de estos instrumentos —mi padre lo había adquirido para que practicáramos: se lo compró a los judíos con quienes trabajaba entonces por 500 pesos, en dos pagos. Era muy antiguo y emitía un sonido semejante al de los órganos de iglesia. Sin embargo, no funcionaba íntegramente: teclas, pedales... descompuestos.

Cuando nos mudamos, mis padres buscaron bendecir la nueva vivienda, acudiendo a las iglesias de la zona. Sin embargo, ningún sacerdote pudo ni quiso hacerlo. Así, dieron con el Postulantado Comboniano, perteneciente a los Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús, congregación religiosa fundada por Daniele Comboni, y allí conocieron al Padre Jesús Arellano Hernández, oriundo del estado de Guanajuato, quien aceptó.

Una vez que el ritual de la bendición quedó completado, mis progenitores obsequiaron al padre con el instrumento musical referido, el cual fue aceptado gustosamente. Algunos días después, los seminaristas acudieron en una camioneta desvencijada a recoger el pesadísimo armatoste y trasladarlo a su destino. Fue una proeza.

El padre correspondió dicho gesto con una invitación a misa —cuando asistimos, el órgano ya había sido reparado. Se retribuyó su invitación con otra a casa. Así fue como acudió para comer con mi familia.

Recuerdo que su acento me cautivaba. Conversaba pausadamente —supongo que requería de su concentración para hablar español y no confundirse con todos los idiomas que sabía.  

Además de tocar para él, le reproduje un disco compacto de música religiosa hebrea, e inmediatamente la identificó.

Ya sentados en el comedor, realizó la oración en árabe, y posteriormente la tradujo para nosotros. Departimos amenamente con él.

Al despedirse, mi padre lo obsequió con la música mexicana que había amenizado la reunión. 

Más tarde yo entablé una breve correspondencia epistolar con él.


Recientemente, desempolvé algunas cajas y revisé su contenido. Se trata de verdaderas “cápsulas del tiempo” no sólo de mi vida, sino también de mi generación.

Entre muchos otros documentos y cosas que difundiré paulatinamente, recuperé un par de cartas escritas por el padre, las cuales leí inmediatamente con fruición. Además de remitirme a otra época, desencadenó la curiosidad por aquel personaje que me trascendió, incluso sin que yo me percatara de ello.

Actualmente, con la perspectiva que brindan los años, creo que él fue determinante en mi decisión de que mi primer viaje fuera al Medio Oriente: mi admiración me llevó incluso a pensar que podría visitarlo en Egipto.


No soy un hombre religioso, pero sí me considero espiritual. No creo en los seres humanos, y mucho menos en sus instituciones.

Con los años he tenido la oportunidad, sin proponérmelo, de viajar y estar en algunos de los lugares más sagrados del cristianismo: Jerusalén, El Vaticano, Estambul, Belén, Moscú..., y percatarme de la opulencia eclesiástica.

Por ello, la misión de este ser humano, sobre quien mi padre gustaba decir que “él sí predicaba en el desierto”, se proyecta hasta tal punto que mi admiración y mi respeto permanecen íntegros, a pesar del transcurso de los años.



En la eterna discusión de si la carta le pertenece al remitente o al destinatario, yo he optado por prescindir de la respuesta y compartirlas con ustedes.



















[Carta manuscrita]

[Sello]

P. JOSÉ ARELLANO H.
ÉGLISE SAINTE FAMILLE
22, RUE AHMED ONSI
HELWAN 11421
EGYPT

[Escrito con plumón rojo y azul]

PASCUA
2003

¿Por qué buscar entre los muertos al que yo necesito?

Lc, 24, 4.










Apreciado y recordado Sr. Aristóteles y familia:

Es siempre un gusto el poder comunicarme con Usted, aunque por este medio tan sencillo pero profundo, por la amistad; al mismo tiempo disgusto por no poder escribir y contar tantas vivencias y experiencias por estos lugares tan lejanos y diversos de México.

Celebraremos la Pascua más tarde porque lo hacemos en comunión con la Iglesia ortodoxa, pues nosotros los católicos somos apenas cerca de 200, 000, doscientos mil, en una población de 70 millones de egipcios.

Los problemas de la escuela se están resolviendo, pero por otra parte, de cinco que éramos, ahora sólo quedamos tres, y de éstos tres, uno de 92 años, así que el trabajo aumenta.

Saludos a toda la familia con tanta estima.

P. José Arellano H.










[Carta mecanografiada]

P. JOSÉ ARELLANO HERNÁNDEZ              “No teman, he aquí que les anuncio
ÉGLISE DE LA SAINTE FAMILLE                  una grande alegría: hoy ha nacido
22, RUE AHMED ONSI                                         en la ciudad de David un Salvador
HELWAN 11421                                                        que es el Cristo Señor”. Lc. 2, 10.


LA NAVIDAD DEL MILENIO

Muy apreciable y recordado amigo Aristóteles y familia:

Antes del nacimiento de Jesucristo parecía todo muerto, todo en silencio; era de noche.

El resto del pueblo fiel a Dios era reducido al mínimo; lo formaban personas ancianas, estériles, desconocidas; personas humildes que vivían en el anonimato,  pero de repente, apareció una luz, la luz de una estrella que llamó la atención a personas lejanas y bien instruidas. Era la aparición de un Niño, pero no de uno como los demás. Se trataba de un Niño Dios, un Dios hecho hombre, un Dios que vino a vivir con nosotros y hacerse como nosotros.

¡Qué alegría, qué maravilla, qué paz; paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!

Estamos terminando el siglo, o mejor dicho, los dos mil años en que vino Jesús al mundo. Todo parece igual y hasta peor...

Parece que estamos viviendo el fin del mundo, y en realidad para muchos lo fue y sigue siendo. Por ejemplo los que murieron el aluviones, aviones, terremotos, terrorismo, guerras, violencia, catástrofes de todo género que han causado el terror. Y sin embargo, en el nuevo milenio, vivimos y revivimos la historia de la salvación y escuchamos el eco de esa voz del Ángel que dice: “Les anuncio un mensaje de alegría para todo el mundo, hoy en la ciudad de David, nos ha nacido un Salvador.”  

La Navidad y el nuevo milenio nos ayudan a renovar nuestra vida en la esperanza de un mundo nuevo que todos nosotros tenemos que construir. Basta con las guerras, con la violencia; basta con las injusticias, las venganzas y los homicidios; basta con los asaltos, los robos; terminemos y acabemos con el mal. Pero para terminar con el mal, tenemos que acabar con el pecado. Cada uno tiene esta misión. Todos podemos luchar por la verdad. Todos podemos ser instrumentos de paz y causa de alegría para los hombres, y no de tristeza. Todo esto nos parece imposible, o tal vez ideal, y sin embargo ahora Dios está con nosotros sobre la Tierra, y no sólo en el Cielo.

Puedo darles la impresión de un idealista, tal vez hasta de un loco, alguien que no durmió bien y se despertó exaltado con ideas raras... En realidad, lo que sí experimento es que puedo ser una voz que grita en el desierto, y de hecho Egipto es casi todo desierto. Sé que esta voz la pueden escuchar ustedes que me quieren y me conocen y que son mis familiares y amigos, y por eso sólo a Ustedes se los puedo decir.

Ésta es mi convicción y parte esencial de mi misión. No puedo hablar con otro lenguaje que no sea el de la Gramática de Jesucristo, es decir, el Evangelio.

Quiero darles lo mejor de mí, quiero que sean felices, que tengan la paz, la vida, la salud y la alegría por muchos años, y en modo particular y muy especial para esta Navidad y el nuevo milenio de nuestra redención.

Ahora, pasando a lo personal, les puedo decir que este año que está por terminar, ha sido tal vez el más difícil por los diferentes cambios de personal en la misión. Había padres desde hacía muchos años, pero más bien ancianos y enfermos. De cualquier modo, tenían experiencia. En este tiempo trabajaba pero siempre tenía un apoyo. Muchas veces me tocaba hacer casi todo pero podía siempre pedirles sus consejos. Fueron cambiados y me quedé solo. Después me mandaron un padre joven y fue muy difícil para mí porque, a pesar de su buena voluntad, tenía que aprender y hablar más el árabe para poderme ayudar; y no era fácil para él, y menos para mí hacer casi el doble de trabajo.

En la parroquia hemos iniciado varias actividades con los jóvenes. Cada día por la noche tenemos encuentros porque durante el día estamos ocupados en la escuela. Tenemos actividades con las madres, sobre todo en lo que se refiere al ministerio, no sólo a Helwan, sino que también en Cairo, y algunas veces en otros lugares de Egipto. He tenido que limitar estas actividades fuera de El Cairo porque me falta el tiempo. De cualquier modo, estoy en comunicación con jóvenes de otros lugares, y a veces vienen a verme para hablar conmigo.

Creo que es por todo esto que encuentro significado y gusto, y veo que vale la pena la vida de un misionero: porque sentimos que nos damos a los demás y recibimos mucho más del Señor y de las mismas personas.

Con afecto y cariño de quien los recuerda.

P. S. ¿Ha recibido mis cartas? Estoy muy nostálgico en estos días esperando la Navidad y el nuevo milenio, sobre todo escuchando la música mexicana.

P. José Arellano Hernández.

[Con letra manuscrita]

P. José Arellano H.

Muchos saludos a su querida familia que recuerdo con cariño.