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ÁMSTERDAM,
VOLENDAM Y MARKEN
César
Abraham Navarrete Vázquez
Para Ileana y Sophie, en
Veghel.
Grauw is uw hemel en stormig uw
strand,
Naakt zijn uw duinen en effen uw velden,
U schiep natuur met een stiefmoeders
hand, —
Toch heb ik innig u lief, o mijn
Land!
Everhardus
Johannes Potgieter, Holland.
[Tu cielo es gris y tu playa borrascosa,
desnudas
tus dunas, y tus campos llanos,
creaste
la naturaleza con mano de madrastra,
y
sin embargo te amo, ¡oh, mi país!
Everhardus
Johannes Potgieter, Holanda.]
Cada año viajo fuera de México
con la esperanza de comprender más a la gente con la que comparto este hermoso,
aunque complejo mundo, tratando de comulgar con ellos en las diferencias y las
similitudes que nos determinan en tanto humanos. Asimismo, desde la perspectiva
que ofrece la lejanía, aprendí a valorar a mi país sin sentimentalismos.
Viajar es un acto íntimo, el
cual si bien se comparte con otras personas, al final es una experiencia
personal. Yo gusto de preparar mis viajes, revisando la historia del país en
que estaré —considero que ésta es una manera de ofrecer mi respeto a la cultura
con la que interactuaré. También investigo sobre el idioma, la música, la
comida...
El modo óptimo de conocer el
alma de un pueblo, además de conversar con sus habitantes, es leer a sus
escritores, sobre todo a sus poetas, quienes no sólo desentrañan el espíritu de sus coterráneos
sino también la esencia del medio que les diera ser.
Aunque consulto revistas,
artículos, blogs... de viajes, en
algunos rubros opto por mantener cierto “desconocimiento” —en una época, donde
el exceso de información degenera en desinformación frecuentemente—, con el fin
de sorprenderme con lo que descubra.
Hace algunos días que
permanezco en el continente europeo en un periplo de un mes: estuve en España,
Francia, Inglaterra, Bélgica; después partiré hacia Alemania, República Checa,
Eslovaquia, Hungría, Austria e Italia. Mientras tanto, me encuentro en Holanda.
Si bien las guías de viajeros,
llenas de consejos y recomendaciones, son muy útiles, prescindo de ellas y
experimento el medio por mí mismo. Siempre he preferido las anécdotas y
experiencias de otros viajeros o lugareños, a los consejos impresos de un
“profesional”, ya que son más espontáneos, azarosos y circunstanciales. Aún me
parece fascinante dar con un lugar en el mundo, gracias a que alguien rumoreó
sobre él, y no porque haya leído un artículo que me lo describiera
detalladamente, incluyendo la dirección.
ÁMSTERDAM
Mi estancia en Ámsterdam me
permitirá corroborar mi punto.
Por ejemplo, el texto para
turistas se enfocaría en que esta ciudad, ubicada en la bahía del IJ y a orillas del río Amstel, tiene
más canales que Venecia —de ahí que, gracias a los 160 que tiene, se le
denomine coloquialmente la “Venecia del norte”—, más cafés que Viena, y más
puentes que París.
También exaltaría que la
capital holandesa es la ciudad con mayor número de museos por metro cuadrado
del mundo, incluidos los celebérrimos Rijksmuseum,
Stedelijk Museum, museo municipal, Museum het Rembrandthius, Museo de la
Casa de Rembrandt, Van Gogh Museum, y Frankhuis, Casa de Ana Frank.
Para finalmente preponderar a
Ámsterdam como epítome mundial de la tolerancia, el liberalismo y la diversidad
—aunque dichos conceptos estén en entredicho actualmente.
Yo, por mi parte, con la
ingenuidad de quien la conoce por primera vez, y expresa su opinión sin
prejuicios, me referiría a ella como una “ciudad sucia, llena de canales,
extranjeros, grafitis, tulipanes, prostitutas, museos y bicicletas, que huele a
marihuana”.
En la calle percibo señales que
confirman lo referido: parejas del mismo sexo que pasean a sus hijos; carriles,
ciclistas y bicicletas; prostitución y consumo de drogas regulados y
legalizados...
Así, pues, no queda sino seguir
al poeta Eduard Hoornik, quien escribe en su poema Amsterdam: Wie alles van de
stad wil weten, / beginne nu en zie en hoor. (Quien quiera saber
todo acerca de la ciudad, empiece ahora y mire y escuche).
La
leyenda atribuye la fundación de Mokum
—palabra yiddish para “lugar o refugio seguro”—, sobrenombre sentimental de la ciudad, a dos pescadores
de la región norteña de Frisia, los cuales junto a su perro llegaron a orillas
del río Amstel por casualidad. Actualmente se trata de la ciudad más
cosmopolita del mundo, con 177 nacionalidades diferentes, superando a urbes
como Nueva York, Londres y París.
El
aeropuerto de Schiphol
Me levanto muy temprano por la
mañana, antes de bañarme, y alistarme para salir, y me aproximo a la ventana
para correr las cortinas de mi habitación y percatarme del terrible tráfico que
hay en la carretera. Como sucede en otras capitales europeas, mucha gente vive
en la periferia de las metrópolis, y se traslada a su trabajo. Incluso los
“carriles bici” son muy transitados a esta hora.
Me hospedo en el municipio de Haarlemmermeer a 15 kilómetros de
Ámsterdam, muy cerca del Nederlandse
Spoorwegen, Aeropuerto Internacional de Schiphol,
uno de los más importantes de Europa, el cual gracias a los servicios que
oferta, conecta no sólo a Ámsterdan con el resto del continente sino también
con el resto del mundo, ora por avión, ora por tren, ora por carretera. Se
trata del principal punto de enlace entre Norteamérica y Europa, así como entre
Europa y Asia.
Las “tres cruces” que no son “tres
equis”
La ignorancia otrora mencionada
puede degenerar en suposiciones tan infortunadas como ocurrentes. Mientras
camino a lo largo de la Avenida Damrak, la calle comercial por excelencia de la ciudad, desde
la Estación central de trenes hasta la amplísima Plaza Dam, presa, me interno en cada tienda que encuentro.
Contemplo
por un instante las edificaciones más emblemáticas del centro histórico, donde
palomas y turistas concurren: el Palacio Real, la Iglesia Nueva, el Museo de Cera de Madame Tussaud, el NH Grand Hotel Krasnapolsky, la tienda
departamental Bijenkorf; así como el
Monumento Nacional, construido en 1956 en memoria de las víctimas de la Segunda
Guerra Mundial, el cual luce particularmente descuidado el día de hoy: basura y
gente sentada en las escalinatas.
En los comercios abundan los
recuerdos de la ciudad: desde los típicos llaveros, playeras, sudaderas,
platos, vasos... con “tres letras equis”, hasta algunos que esbozan sonrisas en
los compradores como las carteras, gorras... con el símbolo de la marihuana, o
las pantuflas peludas amarillas, anaranjadas, rojas... que semejan uno de los
símbolos de esta nación: los zuecos, klompen en neerlandés.
Reparo,
sobre todo, en una tienda de chinos —del otro lado de la avenida se
encuentra el “barrio chino”: el famosísimo “barrio rojo” de la ciudad, conocido
popularmente como De Wallen, en
alusión a los muelles, wall, de dos
canales que lo cruzan— que lo mismo ofrece
mercancía manufacturada en China, que productos oficiales —también
fabricados en Asia— del equipo de fútbol
que revolucionó este deporte: el Ajax de Ámsterdam, quien desarrolló el
concepto de “fútbol total”, bajo la dirección del técnico holandés, Rinus
Michels; liderado por Johan Cruyff, quien se apoyó en una generación
extraordinaria de jugadores como Johan Neeskens, Johnny Rep, Ruud Krol... que
culminaría con la Selección de Holanda —la mítica “Naranja mecánica”— en las Copas
del Mundo de 1974 y 1978.
La “heroica, resuelta y
misericordiosa”, lema del escudo de Ámsterdam, el cual posee tres cruces
blancas —y no tres equis, como yo había supuesto: “las cruces de San Andrés”,
apóstol martirizado en una cruz con dicha forma—, acompañadas por dos leones, y
una bandera rojinegra, además de la Corona Imperial de Austria, conforman los
símbolos de esta ciudad. Así, pues, pensé que las cruces aludían a la
“clasificación” de los tópicos de este sitio, y a su carácter permisivo, pero
me equivoqué rotundamente —aunque no dudo que los oriundos hayan consumado dicha relación sin la inocencia con que lo
hice yo, en pos explotar la imagen de su ciudad...
La serpiente, el gallo y el tulipán
Sin
embargo, ningún recuerdo se equipara a los llamativos “cubre-penes” de estambre
que luce un par de maniquíes con que me topo frente al Mercado flotante de
flores, Bloemenmarkt, que sonrojan a los turistas, y cuya fotografía intitulo:
“La serpiente y el gallo”. Este mercado que se encuentra sobre la margen del
canal Singel, ofrece una amplia variedad de plantas, semillas, flores...,
entre ellas, “la flor de Holanda”, el tulipán, cuyo nombre significa
“turbante”, y remite a la forma que adopta la flor cuando está cerrada, así
como a su origen en las montañas Pamir e
Hindu Kush en las estepas de lo que hoy es Kazajistán.

Hay
una anécdota que no sólo se relaciona con el tulipán sino que lo trasciende y
lo convierte en un fenómeno especulativo que desembocaría en una crisis
económica. Corría el año de 1634 en los Países Bajos, y el entusiasmo por
cultivar esta planta era tal que se le conoció como “tulipomanía”: había tipos
raros de esta especie que podían costar lo mismo que una granja, una casa o
algunos caballos. De aquella época data el “Semper Augustus”, bulbo que se
vendió en la ciudad de Haarlem en una cifra exorbitante, y del cual existe una acuarela anónima
del siglo XVII: ¡6, ooo florines! —la ganancia media era de 150 florines.
Durante
la década de los ochentas, el balompié holandés resurgió merced a la aparición
de otra camada excepcional de futbolistas, algunos de los cuales eran de raza
negra, lo que les grajeó el mote de los “Tulipanes negros” —acaso
reminiscencia de la novela histórica, La
tulipe noire de Alexandre Dumas.
Destacaron Ruud Gullit y Frank Rijkaard, quienes junto a Marco van Basten
hicieron época con el equipo italiano del AC Milán, y obtuvieron la Eurocopa de
1988 con el equipo nacional holandés.
Rosse Buurt, el Barrio Rojo
Después de escuchar el nombre
de Ámsterdam, las prostitutas y la marihuana son las primeras palabras que
concibe la mente del extranjero. La Zona
roja —término polisémico y lúdico, en este caso— se ubica en el centro de
la ciudad, en las calles Warmoesstraat, Zeedijk, Nieuwmarkt, Kloveniersburgwal
y Damstraat.
Los
letreros de neón me indican la entrada al Red Light District, y la
emoción se apodera de mí a medida que me acerco. Penetro las callejuelas
atestadas de turistas. Sorteo a la gente, ansiando ver a las mujeres
exhibiéndose detrás de las vitrinas: los escaparates con cortinas y luces rojas
de fondo —se estima que en esta área hay 300 locales. En el país del que provengo, el sexo —a pesar de lo que se pregone— sigue siendo tabú, y la prostitución está criminalizada.
En cambio, en Holanda es legal y está regulada por el gobierno. Se prohíbe
fotografiar o filmar a las prostitutas —hay muchas extranjeras que ejercen este oficio sin que
sus parientes lo sepan—, pero la
gente siempre encuentra el modo de hacerlo.
Originalmente,
“los muellecitos” era el lugar donde confluían los marineros, después de largas
temporadas en altamar. Encontraban desfogue y consuelo en los burdeles y
tabernas. Los farolillos rojos que originaron la fama del lugar eran empleados
por las mujeres para identificar su negocio e invitar a la clientela.
En
el mes de marzo de 2007, se instaló una estatua de bronce llamada “Belle”,
frente a la Oude Kerk o Iglesia
antigua para homenajear a las prostitutas del mundo. Se trata de una mujer
parada bajo el marco de una puerta, a cuyos pies se lee la inscripción:
“Respeto a todas las trabajadoras del sexo de todo el mundo.”
Por
doquier hay sex shops, restaurantes,
bares, hoteles, coffee-shops, locales
de exhibición, e incluso un museo, el Hash
Marihuana & Hemp Museum: es un parque temático, sexual. Luces, música,
alcohol, mujeres, dinero, droga, mirones... Para muchos podría ser el cielo en
la Tierra, y para otros, el mismo infierno.
Los
coffee-shops
En
1961, Kees Hockert identificó un vacío legal en el código penal holandés:
estaba prohibido poseer hojas secas de cannabis, mas no cultivarlas. Desde
entonces, los Coffee-shops han proliferado en el país, primordialmente en
Ámsterdam, donde se estima que hay 300.
La
marihuana me atafaga: sujetos sudorosos impregnados pasan junto a mí, y creo
que me marea más su propio humor que el olor de la marihuana. El humo sale de
los establecimientos: ora desde terrazas, ora desde sótanos. Unos la consumen
tradicionalmente, y otros se aprovechan de la fuerte influencia que ejercen las
culturas turca y marroquí en este país, y la fuman en pipas de agua. A estos
“cafés” donde la demanda de café es bastante baja, se allegan las personas más
con el olfato que con la vista. La legislación vigente prohíbe
a los dueños de estos comercios vender más de 5 gramos por persona, y poseer
más de 500.
Por
otro lado, hay quienes prefieren ingerirla: en brownies. La tentación de degustar un “panqué espacial” se presenta
en mí, pero me abstengo finalmente. Quizá haya sido una mala decisión, ya que a
partir del 2012 se prohibirá la entrada de los turistas a los Coffee-shops, tema que ha suscitado el
debate, ya que 70 por ciento de los “parroquianos” de estos negocios, son
extranjeros.
Museumplein
La Plaza de los museos debe su
nombre a los diversos recintos que la rodean —en realidad no es una plaza sino la
explanada más grande de la ciudad que ha costado muchísimo a los moradores: el Rijksmuseum, Museo del Reino, el Museo
van Gogh, el Museo Stedelijk de arte moderno, el Concertgebouw, la Sala de conciertos, y la compañía Coster
Diamonds, donde se me explica todo lo referente a la talla de diamantes en
tanto permanezco encerrado y vigilado por “mi seguridad” durante la exhibición
del catálogo de la empresa: resignado toco anillos, collares, dijes... que
jamás podré comprar aun si viviera cien vidas en este planeta, y me tranquilizo
al ver los rostros de las mujeres que pierden la cordura cuando los sostienen
en sus manos, o se los prueban admiradas en los lejanos espejos que hay frente
a ellas.

Y afuera, después de vivir en
la irrealidad de la industria de los diamantes certificados por un instante,
vuelvo a mi existencia, y me siento a la orilla de una fuente enorme, y en
silencio admiro la fachada del Museo del Reino mientras leo la frase “Iamsterdam”, escultura gráfica donde los
turistas se fotografían, y asimilo que aquí los términos no son sino juegos de
palabras.
Los
grachten, canales y “lo que se ve”
De brede straten liggen languit
op hun rug de smalle straten
kruipen achteromziend weg
de grachten neuriën eenstemmig.
Hans
Andreus, De Stad.
[Las
amplias calles se prolongan
y
de ellas salen estrechas calles
que
se arrastran y de reojo
cantan
los canales al unísono.
Hans
Andreus, La ciudad.]
Observo la arquitectura de los
edificios que flanquean los canales y fueron construidos en el denominado Siglo
de Oro, período de prosperidad económica de la ciudad durante el Siglo XVII.
Percibo en el techo de algunas
casas, ganchos mediante los cuales izaban muebles y mercancías por las
ventanas, ya que resultaba imposible hacerlo por el interior de las viviendas.
Como sucedía en la antigua Roma, las habitaciones superiores eran ocupadas por
la gente de escasos recursos.
Me embarco por el Amstel, que
también es el nombre de una célebre marca de cerveza que pertenece a la fábrica
Heineken, la cual no podía carecer de
un museo, Heineken Experience, en la
“ciudad de los museos”, punto donde comienza mi navegación por los grachten. En el trayecto captan mi atención
la Westerkerk, Iglesia del Oeste, la
iglesia protestante más grande del territorio, y posteriormente, la Plaza de
Waterloo.
Entre barcos, cervezas,
canales... ¡Ah, tanta agua!, resulta difícil no evocar el Bateau ivre, barco ebrio, de Arthur Rimbaud: “Et j’ai vu quelquefois ce que l’homme a cru voir !” (¡Y
yo vi alguna vez lo que el hombre creyó ver!).
Las casas barco son otra
atracción... ¡para sus habitantes, desde luego!, ya que durante el año pueden
ver y fotografiar a los turistas que visitan su ciudad. Hay cerca de 2, 500 y
cuentan con todos los servicios de una casa normal.
Diariamente,
se aparcan un sinfín de bicicletas, ya en los puentes —¡y vaya que hay espacio
en los 1, 281 que existen: ocho levadizos!—, ya en las calles. La bicicleta es un
estilo de vida tanto en esta ciudad como en esta nación: no hay peatones en
este país sino seres mitológicos que pedalean sentados sobre sus asientos como
los que mis antepasados mexicas vieron montados sobre sus caballos: los
españoles. Y esto se refleja en la cotidianeidad, pues la ciudad está adaptada
para su uso: tanto en los medios de transporte como en las señales de tráfico.
Afuera de la Estación Central hay un estacionamiento gigantesco.
Por la
mañana, se ve a los padres llevando a sus hijos a la escuela por los
innumerables carriles dispuestos para los ciclistas. A los nueve años, los
niños aplican un examen de manejo de bicicleta, además de que se puntualiza la
importancia de que sepan nadar, debido a la existencia de los canales.
Para
los visitantes, no familiarizados con las rutas, se ofrecen diversos servicios
y rutas, así como bicicletas de color y modelos diferentes a las que emplean
los pobladores. Evidentemente el robo de éstas es uno de los delitos más
comunes. Aunque también es frecuente encontrar las bicicletas y los automóviles
extraviados cuando las grúas los sacan del agua.
Y desde aquí, navego, sintiendo
el viento y el sol en mi rostro; y camino simultáneamente por el Barrio Rojo; y
admiro el legado de Rembrandt y del desorejado Van Gogh, cuando la voz del
cantante francófono belga, Jacques Brel, aparece en mi mente, y musito la letra
que dedicó a esta Babel moderna, mientras recuerdo su estremecedora
interpretación, que trasluce la franqueza de los amsterdameses:
Dans le port d'Amsterdam [En
el puerto de Ámsterdam
Y a des marins qui meurent hay
marineros que mueren
Pleins de bière et de drames llenos
de cerveza y de dramas
Aux premières lueurs en
las primeras luces
( ... ) (...)
Dans le port d’Amsterdam En
el puerto de Ámsterdam
Y a des marins qui boivent hay
marineros que beben
Et qui boivent et reboivent y
que beben y rebeben
Et qui reboivent encore y
rebeben todavía
Ils boivent à la santé Ellos
beben a la salud
Des putains d'Amsterdam de
las putas de Ámsterdam]
VOLENDAM
Por la mañana, abandono la
capital de los Países Bajos, y me dirijo 22 kilómetros hacia el Norte en
autobús, a la población de Volendam, ubicada en la provincia de Holanda
Septentrional —una de las doce provincias en que se divide el país.
Paulatinamente, percibo cómo
cambia el entorno: fijo la mirada y comprendo las descripciones de los poetas
holandeses para referirse a su país: “espacio inmenso”, “cielo gris”, “nubes
hinchadas”, “campo raso”, “playas borrascosas”. Asimismo, se materializan los
conceptos mar, horizonte, hierba, tierra, dique, agua...
Diviso ovejas gordas y lanudas
pastando sobre los diques. “El viento del mar salado enriquece el sabor de su
carne tierna”, afirman los franceses, principales consumidores e importadores
de dicha carne.
La región es llana y verde, con
canales que serpentean las pequeñas casas triangulares. En la lejanía aparece
uno de los estereotipos holandeses más famosos: el molino de viento, e
inmediatamente los referentes de mi lengua materna, rememoran a los gigantes
que enfrentó el Quijote de la Mancha.
Me aproximo al molino, no para
pelear con él sino para fotografiarlo. El cielo parece interpretar mi intención
y se despeja. El paisaje es digno de contemplar: un pequeño estanque cuyas
aguas inertes semejan un espejo, y ofrecen la sensación de que no es uno sino
dos, los molinos que giran sus enormes aspas, desafiando a las nubes blancas y
su trasfondo azul. Obtengo mi foto, y me siento un paisajista holandés del
siglo XVII.
El vehículo en que viajo se
eleva por la carretera. Mis ojos descubren en el cristal cómo el verdor del
dique se convierte en un horizonte interminable y grisáceo de agua que atrae a
las enormes nubes del cielo: “El agua alta, y la tierra baja”, pienso para mí
mismo.
Finalmente, arribo a Volendam,
“presa rellena”, pequeña ciudad portuaria enclavada en la comuna de
Edam-Volendam. Según la leyenda, el escudo de la población homenajea a la
belleza de las lugareñas.
El prefijo neerlandés “-dam”
significa dique, presa. De ahí que los topónimos, Ámsterdam, Rotterdam...
aludan al lugar que los pobladores de estas tierras arrebataron al océano, como
canta el poeta, Petrus Augustus de Génestet, en Agudeza: “Sagrada tierra de
los Padres (…) reclamada al mar”.
A cien kilómetros de donde me
encuentro, los holandeses cerraron el mar, construyendo una represa con
veinticuatro compuertas. Los enormes diques artificiales —hechos de barro— que
hay por doquier, son muestras tangibles de la lucha que la gente de este país
ha entablado contra la naturaleza, en su afán de dominarla.
La población me da la
bienvenida con casas hermosas. A mi izquierda, distingo algunos campos de
fútbol, una gasolinera, una pequeña iglesia católica, que prepondera la
religión que se profesa mayoritariamente en la ciudad. Otrora, Volendam fue
conocido como el lugar con más misioneros y peregrinos por kilómetro cuadrado
en Holanda.
Recuerdo las palabras de
aquella señora de Ámsterdam con la que platicara, la cual sentenció: “Cuando
conozcas Volendam y Marken, te darás cuenta de que todo parece montado, como si
fuera el escenario de una película del oeste, con el vestuario incluido... Son
pueblos —sobre todo, Volendam— dispuestos exclusivamente para los turistas”.
Acaso ésta sea la razón por la que muchos holandeses desconocen y rehúyen
dichos poblados pesqueros.
Son los últimos días del mes de
marzo. Hace mucho frío, y yo me olvidé de la chamarra. Camino a lo largo de la
orilla, y las aves marinas sobrevuelan el enorme dique, cuyo borde está
recubierto con piedras simétricas colocadas cuidadosamente. Desciendo a la
playa, y me encuentro con un ánade real hembra que descansa sobre la arena
gruesa. Patos y cisnes abundan en este país. Sin embargo, los guardianes de las
tierras, empleados por los agricultores, son los gansos.
Reparo en el horizonte extenso,
y al ver el IJsselmeer, el lago
artificial IJssel, coincido una vez más con los versos de los poetas que
sugieren que el cielo y el agua se funden en un solo ente.
Reemprendo la marcha, y visito
las tiendas que encuentro a mi paso en la zona comercial, en busca de una
sudadera con el estampado Nederland,
Países Bajos —gustó de coleccionar gorras, playeras, sudaderas, llaveros... con
los nombres de las ciudades y países en su idioma original.
Hay turistas por doquier: las
calles, las tiendas, los restaurantes... Una madre pasea a su hijo en la
carriola, rompiendo con la cotidianeidad turística, pero pronto se desvanece.
Las bicicletas descansan sobre las paredes de las casas. Curiosamente, las
principales ciudades holandesas están abarrotadas de bicicletas, en tanto que
en la provincia se tiene la impresión de encontrar más automóviles.
Después de cotejar precios,
regreso al primer comercio para comprar mi sudadera. Tiene el estampado de un
león estilizado, y la leyenda Holland,
Tierra honda o baja, en letras negras. Pienso mientras pago: “Es más barato que
Ámsterdam”, donde había cotizado otras sudaderas.
Arquitectura
y gastronomía
Abrigado con mi nueva sudadera
naranja, paso inadvertido por las solitarias callejuelas de Volendam. Abandono
la calle principal. Los pobladores utilizan la palabra doolhof, laberinto, para referirse a las estrechas calles que se
encuentran detrás de los diques principales.
Me detengo en un paraje
tranquilo, donde un enorme sauce llorón custodia un canal. Las construcciones
de este lugar armonizan en la estructura. Distingo una casa de ladrillo, de
puerta y frente verdes que contrastan con las molduras de la puerta y las
ventanas, pintadas en blanco. Hay algunas otras con fachadas rematadas en áticos
escalonados o flamencos, cuyo fin es disimular el techo a dos aguas de las
viviendas.
La caminata me abrió el
apetito. Regreso a la ribera del poblado, cerca del puerto. Hay algunos puestos
de comida, conocidos como Viskraam, puesto de pescado, y haringkar,
carro de arenque, a los cuales me dirijo hambriento.
La gastronomía en este lugar es
marina. Degusto el Broodje haring, un
emparedado de arenque, cebolla y pepinillo, y el Kibbeling, trozos de bacalao frito. También se ofrece el lekkerbekje, bacalao; las anchoas, los
mejillones fritos y cocidos, las papas fritas, y el frikandel, salchicha frita hecha de carne picada.
Husmeo cerca del muelle, y me
topo con una holandesa de semblante adusto, ataviada tradicionalmente, cuyo
rasgo distintivo es el sombrero alto: una estatua de bronce ubicada en la
entrada del muelle de Volendam.
Los viejos barcos pesqueros
atracados ondean la bandera holandesa, y comparten el puerto con los yates
modernos, convergiendo en este lugar pasado, presente y futuro. A pesar de su
aspecto escenográfico, este pueblo de pescadores ha mantenido su apariencia
durante seis siglos, no obstante su cercanía geográfica respecto de la capital
holandesa, y paradójicamente esto le ha permitido convertirse en uno de los
destinos turísticos preferidos por aquellos que visitan el país.
MARKEN
Cerca de Volendam se encuentra
la isla de Marken —en la municipalidad de Waterland—, poblado protestante unido
al continente mediante un
dique fijo construido en 1957. Durante el siglo XIII, el pueblo fue separado
del continente por una oleada de tormentas. Al lugar se accede por
transbordador o carretera: yo me transporto en autobús.
En sus orígenes, los monjes de
Frisia se asentaron en la isla, donde sus principales actividades eran la
agricultura y la ganadería. Los habitantes de Marken se dedicaron a la pesca
desde el siglo XIV hasta la construcción del Afsluitdijk, dique de cierre que
conecta el norte de Holanda Septentrional con la provincia de Frisia, cerrando
el IJsselmeer, y separándolo del mar del mismo nombre de la provincia en
1932.

Las
casas de madera son un rasgo distintivo del pueblo. Están construidas sobre
pilastras y montículos levantados en el siglo XV para evitar las inundaciones,
y son más sobrias que las de su vecino católico, con quien existe una fuerte
rivalidad histórica. Sin embargo, dicha sobriedad les infunde un toque de
uniformidad encantadora. Las fachadas son verdes, con motivos en blanco; con
techos cafés y anaranjados. Algunas casas tienen jardines con juegos infantiles
como columpios y trampolines, hechos de madera. Algunas otras tienen pequeños
garajes, donde los zuecos fungen como maceta.

Me adentro en el pueblo. No me
encuentro con ningún ser humano, pero supongo su presencia a partir de una
pequeña estatua que vigila los dibujos infantiles trazados con tiza roja en el
suelo. Los habitantes de esta población tienen una identidad propia,
determinada por su aislamiento. De ahí que hablen “markens”, su propio
dialecto, y que profesen el protestantismo en dos iglesias diferentes: la
Iglesia Holandesa Reformada y la Iglesia Reformada —ambas pertenecientes a la
Iglesia Protestante en los Países Bajos.
Los personajes teatralizados y
famosos de esta zona están ausentes: las mujeres vestidas con sus trajes
tradicionales y los hombres del puerto, fumando sus pipas. El único morador que
me recibe es un cisne, quien navega por el canal sin temor bajo los puentes
rústicos de madera, siguiendo mi andar. Pero busca su propio beneficio:
alimento; y al no recibirlo pronto, se aleja caprichosa y altivamente.
Mi
recorrido llega a su fin en la orilla del pueblo, donde esperan por mí un pequeño
muelle y un diminuto faro, bajo un cielo que abre con el viento las nubes
grises, y permite a los rayos del sol descender sobre el mar. Observo en la
lejanía el puerto de Volendam como una monótona franja de tierra. La escena me
sobrecoge al ser una metáfora de la existencia no sólo de los pobladores de
esta región sino de los seres humanos de este planeta. Los elementos naturales —el cielo, el agua, las nubes...—, aunados a aquellos en que ha
intervenido nuestra especie —los
diques, el lago artificial, las casas...—, encajan
perfectamente, y se convierten en símbolo de la idiosincrasia de la gente de
este “pequeño”, pero admirable país:
Wat zijt gij klein Holland (...) [Que
eres pequeña, Holanda (…)
Maar groot toch is uw volk
Holland, Pero,
en verdad, tu gente es grande, Holanda,
Verwant aan uw heerlijk
verleden, en
relación con tu pasado maravilloso,
Dat tusschen uw heemle’ en
zeeën bleef groeien, creciendo ahí,
entre tus cielos y mares,
En tusschen die wisselende
eeuwigheden y entre los
cambios eternos,
Zich bereidt om opnieuw te gaan
bloeien! ¡se prepara para
volver a florecer!
C. S. Adama van Scheltema,
Holland. Carel
Steven Adama van Scheltema, Holanda.]
Cómo
llegar a Volendam y Marken:
En la zona de salida y llegada
de autobuses CS Ijsei de la estación central de Ámsterdam, hay un par de
autobuses —los números 110 y 118— que se
dirigen con dirección a Edam. Hay que bajarse en Weegschaalstraat. La duración del trayecto es de
aproximadamente 40 minutos, y si se cuenta con el OV Chipkaart, el precio es de 4 euros.
Para llegar a Marken se puede
tomar el autobús número 111 desde la zona referida de la estación de Ámsterdam.
Sale cada 30 minutos, y tarda 45 minutos. La parada donde hay que bajar es Kerkbuurt. El precio es de 3,50 € si se utiliza el OV
Chipkaart.
Para dirigirse desde Volendam a
Marken, la forma más recomendable es el Marken
Express, un barco que zarpa del puerto de Volendam, cuyo precio del boleto
sencillo es de 4,25 €, y el de ida y vuelta, 6,75 €.
Museos y sitios de interés:
Volendam
Museo
de Volendam y Sigarenbandjeshuisje
En el Museo de Volendam se
exponen trajes tradicionales y adornos del poblado —y del resto de los Países
Bajos—; así como diversas obras de arte, y herramientas relacionadas con la
pesca, la industria y la artesanía.
En la Casa Sigarenbandjeshuisje se exponen vitolas de puro.
Zeestraat 41.
Palingsound museum
Este pequeño museo,
literalmente “el sonido de la anguila”, dispone de una amplia colección
relacionada con la música: instrumentos, discos... de los artistas más
importantes de la historia.
Slobbeland 19.
Diamantslijperij
Taller donde los famosos
diamantes de Ámsterdam son tallados. Mediante el uso de diapositivas se explica
el proceso de fabricación. El taller empezó en Ámsterdam en 1664, y desde 1888,
durante cinco generaciones se han forjado un nombre. La tradición familiar ha
continuado desde 1972 en Volendam.
Haven 16-20
Sint Vincentiuskerk
La Iglesia de San Vicente se
ubica en la calle Kerkepad 1.
En la calle Conijnstraat se establece un mercado los
sábados, de 10 a 17 hrs.
Festividad:
La fiesta más famosa es la Volendam Kermis, que dura 4 días y
ocurre cada año, el fin de semana coincidente con el 2 de septiembre.
Marken
Marken
museum
Situado en 4 casas de
pescadores como las de hace 70 años, donde se ahumaban la anguila y el arenque.
Su exposición permanente ofrece una visión detallada de la historia de la isla,
así como numerosos objetos de uso cotidiano.
Kerkbuurt 44
En la calle de Havenbuurt
21 se localizan algunas
casas de pescadores, las cuales permiten apreciar la estrechez de las
viviendas. Todas ellas guardan la misma estructura.
Páginas
de internet:
http://www.holland.com/es/Turista.htm
http://www.iamsterdam.com/es/visiting
http://www.holandalatina.com
http://holanda.pordescubrir.com/