Para el poeta Daniel Téllez,
genuino aficionado a la lucha
libre.
Cuando
el fenómeno de las redes sociales se materializó en páginas como Myspace y Hi5, después de tener su antecedente más cercano en el correo
electrónico y el Messenger —hace poco
desaparecido—, recuerdo que había una persona —más histrión— que viajaba por el
mundo fotografiándose ante los monumentos más representativos de cada lugar.
Dicho
así no tiene nada de especial. Sin embargo, la particularidad de las poses de este
sujeto era que simulaba —ahora que lo pienso, ¡espero que sólo fingiera!— que
orinaba en ellos, por lo que siempre salía de espalda.
Las
imágenes eran bizarras —y seguramente habría quien las considerara de mal gusto—;
pero también eran muy ocurrentes y divertidas: una vuelta de tuerca a las clásicas
fotos turísticas.
Era
la época —¡a qué grado la tecnología se actualiza que hablar de algunos años ya
implica referirse a “otro tiempo”!— en que el Hi5 dominaba la escena virtual. Posteriormente, la gente “se
trasladó” a Facebook, dejando
abandonadas —pero no siempre desactivadas— sus cuentas: pueblos fantasmas en la
red.
Yo
seguía morbosamente al referido usuario, que evidentemente sólo podía ser
mexicano, hasta que me uní a la “ola migratoria de los cibernautas”.
La
lucha libre es un deporte popular —en toda la extensión de la palabra— en México.
La “gente de escasos recursos” —como eufemísticamente se les llama a los pobres—
se valen del “pancracio”, junto a actividades como el boxeo y el “futból” —esta
es la pronunciación que tiene la palabra en mi país, y no fútbol— para mejorar
su condición tanto social como económica.
La
disciplina que conlleva la práctica de una actividad física ha permitido que niños
y jóvenes “salgan adelante”, a pesar de la adversidad del medio en que se
desarrollan.
Frecuentemente
se afirma que la lucha libre es un espectáculo, más que un deporte; suerte de happening fingido —recuerdo haber visto
algunos programas televisivos en los luchadores revelaban sus secretos: cómo
cortaban al rival con una navaja que guardaban dentro de la muñequera para
hacer más impactante, grotesco, el combate.
Pero
los golpes, las lesiones... son “el pan de cada día” de los que se dedican a
esta profesión.
Hombres-personajes
como “El Santo”, “Blue Demon”,
“Mil Máscaras”, “Huracán Ramírez”...
contribuyeron con el mito de la lucha libre, a tal grado de que muchos de ellos
trascendieron el tiempo y las fronteras, convirtiéndose en ídolos de la
afición, pero también en íconos de la cultura mexicana.
Aun
hoy las películas de luchadores se consideran obras surrealistas, dignas de
culto. Basta con recordar algunos títulos: “Santo contra las momias”,
originalmente “Las momias de Guanajuato”, de la que participan también los
mencionados Blue Demon y Mil Máscaras; “Santo vs. las Mujeres Vampiro” (sic), “Santo y Blue Demon contra Drácula
y El Hombre Lobo”...
Si
bien ha habido luchadores sin máscara que han arraigado en el pueblo, es evidente
que los enmascarados han trascendido más, quizá no sólo por la tradición de la
propia cultura en que se desenvuelven, sino por el misterio que implica la “capucha”.
Copio
fragmentariamente el artículo que Wikipedia
dedica a la lucha libre mexicana:
La
lucha libre mexicana es la versión de la lucha libre profesional que se
practica en México, caracterizada por su estilo de llaveo a ras de lona y
aéreo. Se evoca el término “mexicana” por las particularidades en la técnica
luchística, acrobacias, reglas y folklore propio del país que le da una
característica de autenticidad con respecto a lucha de los demás países. De
ella surgen personajes míticos de la cultura popular, como El Santo, Blue Demon
y Mil Máscaras.
Los
antecedentes de la lucha libre mexicana se remontan hacia 1863, durante la
Intervención francesa en México, Enrique Ugartechea, primer luchador mexicano,
desarrolló e inventó la lucha libre mexicana a partir de la lucha grecorromana.
La
lucha libre mexicana es una mezcla de deporte y secuencias teatrales que en
México es el deporte-espectáculo más popular, sólo por debajo del fútbol. La
lucha libre mexicana está caracterizada por sus estilos de sumisiones rápidas y
acrobacias elevadas, así como peligrosos saltos fuera del ring; gran parte de estos movimientos han sido adoptados fuera de
México. Muchos de sus luchadores son enmascarados, es decir, utilizan una
máscara para ocultar su identidad verdadera y crear una imagen que les dé una
personalidad especial. Los luchadores pueden poner en juego su máscara al
enfrentar un combate contra otro luchador enmascarado (máscara contra máscara)
o bien con uno no enmascarado (máscara contra cabellera), pero al perderla no
la pueden volver a portar nunca jamás en su carrera deportiva, aunque se han
suscitado casos de luchadores que vuelven a enmascararse.
El
poeta mexicano, Octavio Paz, en El laberinto
de la soledad —capítulo intitulado “Máscaras mexicanas”— ensaya algunos
elementos de la idiosincrasia mexicana que podrían aplicarse a la lucha:
Viejo o
adolescente, criollo o mestizo, general, obrero o licenciado, el mexicano se me
aparece como un ser que se encierra y se preserva: máscara el rostro, máscara
la sonrisa.
[...]
El
lenguaje popular refleja hasta qué punto nos defendemos del exterior: el ideal
de la “hombría” consiste en no “rajarse” nunca. Los que se “abren” son
cobardes. Para nosotros, contrariamente a lo que ocurre con otros pueblos,
abrirse es una debilidad o una traición. El mexicano puede doblarse,
humillarse, “agacharse”, pero no “rajarse”, esto es, permitir que el mundo
exterior penetre en su intimidad. El “rajado” es de poco fiar, un traidor o un
hombre de dudosa fidelidad, que cuenta los secretos y es incapaz de afrontar
los peligros como se debe.
[...]
Todas
esas expresiones revelan que el mexicano considera la vida como lucha,
concepción que no lo distingue del resto de los hombres modernos. El ideal de
hombría para los otros pueblos consiste en una abierta y agresiva disposición
al combate; nosotros acentuamos el carácter defensivo, listos a repeler el
ataque. El “macho” es un ser hermético, encerrado en sí mismo, capaz de
guardarse y guardar lo que se le confía. La hombría se mide por la
invulnerabilidad ante las armas enemigas o ante los impactos del mundo
exterior. El estoicismo es la más alta de nuestras virtudes guerreras y
políticas. Nuestra historia está llena de frases y episodios que revelan la
indiferencia de nuestros héroes ante el dolor o el peligro. Desde niños nos
enseñan a sufrir con dignidad las derrotas, concepción que no carece de
grandeza. Y si no todos somos estoicos e impasibles —como Juárez y Cuauhtémoc—
al menos procuramos ser resignados, pacientes y sufridos. La resignación es una
de nuestras virtudes populares. Más que el brillo de la victoria nos conmueve
la entereza ante la adversidad.
Más
allá de las concepciones a favor o en contra de la lucha libre, es innegable
que se trata de una representación —acaso exagerada— de la sociedad mexicana.
Curiosamente, esta profesión que en otro tiempo fue exclusiva de los hombres,
en el decurso ha permitido la participación de mujeres —e incluso, en últimas
fechas la aparición de los “luchadores exóticos”: homosexuales o travestidos.
También
es cierto que la mercadotecnia ha irrumpido en este ámbito, aprovechándose de
la simpatía que genera en el público, al imitar el modelo estadounidense y su
parafernalia: luces, revistas, televisión, indumentarias...
Sin
embargo, la experiencia de congregarse en las “arenas” de lucha, y presenciar
la “batalla” —ya sea pasiva o activamente—, es algo que cada cual debe
experimentar, con el propósito de sacar sus propias conclusiones.
Les
ofrezco la canción “Los luchadores”, interpretada por el Conjunto África, cuyo
vidéo —otra palabra que varía de la pronunciación que se le da en otros lugares
de habla hispana— fue realizado por el “Charro del misterio”:
En
marzo de 2011, en Inglaterra, conocí a un luchador oriundo de Nezahualcóyotl —una
de las zonas más populares y populosas de la Ciudad de México: “Neza” o
“Mi-nezota” (en alusión tragicómica a Minnesota, Estados Unidos). Conversamos y visitamos
juntos el Castillo de Windsor; de hecho muchas de las fotos que guardo de aquel
día, se las debo a él.
No
portaba máscara, como el que a continuación les presentaré, ¡pero vaya que era
todo un personaje!
Su
esposa lo había obsequiado con un viaje por Europa, y ahí andaba él sin saber
otro idioma que el suyo, recorriendo el “Viejo continente” (!).
Algunos
días después lo reencontré y me platicó que se hospedaba en el lujoso barrio de
Chelsea, por lo que un día al escuchar el bullicio del público que se
congregaba en Stamford Bridge, el estadio del Chelsea Football Club, se allegó al inmueble para ver si podía
adquirir una entrada.
Se
encontró con un revendedor a las afueras, un negro alto y flaco, quien por
cuarenta euros, le vendió un boleto —me confió. Después trató de entrar, pero
no pudo debido a que el ticket no era
válido: quien se lo vendió lo había recogido del piso, le dijo una persona de
mantenimiento se percató de la situación y se acercó a él para auxiliarlo:
¡también era mexicano!
Después
de platicar un rato con su paisano, el luchador derrotado por un vivales
regresó a su hotel con aproximadamente ochocientos pesos mexicanos menos.
La
semana pasada recibí en mi correo electrónico un mensaje de alguien que se
presentaba como “El enmascarado”. Supuse que era una broma. Me escribía que
había visto mi bitácora de viajes: Diarios
de sal, y que le había gustado.
Anexó
su página de Facebook para que viera
sus fotos, la cual pongo a su disposición: http://www.facebook.com/el.enmascarado.1441?fref=ts.
Me
preguntó si podía publicarlo en el blog.
Le contesté que me permitiera revisar el material, y que después de eso le
daría una respuesta.
Un
tanto desconfiado, visité su sitio. Me agradó lo que vi. Lo contacté para
aceptar.
“El
enmascarado” actualmente vive en Monterrey. Tiene una hija de 4 años. Es
divorciado. Cuando no trabaja en el interior de la república, en las llamadas
“caravanas” de lucha, atiende su negocio de tacos al vapor en Santa Catarina.
A
pesar de sus obligaciones, ahorra cada seis u ocho meses, con el propósito de
viajar cuando menos una vez al año.
“Vine a Uruapan... Europa... porque me dijeron que acá vivía mi padre”... |
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Pero mientras, me divierto en España... |
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“¡Hala Madrid!” |
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Y en Barcelona: “¡Visca el Barça!” |
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Mmm... creo que alguien lucra con mi imagen, y no recibo las regalías... |
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Ya en Londres. ¡Buen provecho! |
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A ponerle el horario de México... |
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“Aquí nomás”, causando conmoción en el Underground, Subterráneo, de Londres. |
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Un admirador londinense... |
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Apretándole las tuercas a esta cosa; no se vaya a zafar “ahorita” que me suba... |
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“¡Me quiero volver chango!” ¡Qué vista desde el London Eye, Ojo de Londres! |
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Un “toquín” improvisado afuera del Royal Albert Hall. |
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En Stratford Mall, a días de que comiencen los Juegos Olímpicos. |
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El Támesis con el Puente de Londres de fondo. |
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Give me a break!, ¡Denme un descanso! |
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Una de las tres mentiras del mexicano: “La última y nos vamos”... |
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...Algunas horas después... |
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Al día siguiente, “durmiendo la mona” en Hyde Park. ¡No me acuerdo cómo llegué aquí! |
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Y después de gastarme el dinero, a buscar qué comer... |
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“¿Juana? Pásame a tu madre, por favor”... |
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En lo que me depositan, a “talonear” con el “Hombre murciélago”: —Oye, hermano, ¿te molesta si me pongo junto a ti? —No problem... |
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“No problem”, pero me dio el lado en que no dejan buenas propinas... |
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No soy rencoroso: “Ándale pues”, me tomo una foto contigo para que la tengas de recuerdo. |
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Ahora sí creo que ya encontré en dónde pasar la noche... Y mañana a París... |
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Ya en la “Ciudad Luz”... |
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¿Aquí es dónde “le hacen La Bastilla” a los pantalones? |
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Mmm... ahí no era... |
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“¡Ah, qué pinche frío hace!” (en el Arco del Triunfo). |
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Y la “lana” nomás no llega... Ni modo, a “echarse un palomazo” en el Barrio Latino. |
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Menos mal que ya salió “aunque sea” para el café (en el Sena): “¡Fuímonos de aquí!” |
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De paso por la República Checa: Karlovy Vary. |
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Y ahora en Viena... |
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“Todos los caminos conducen a Roma”... |
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¡Qué vacaciones, ni qué vacaciones! “Me la he pasado chambeando”... |
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Ahora sí ya llegó el dinero: “¡Asústame, panteón!” (de Agripa). |
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En el Coliseo con otro fanático. |
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¡Ah, sí, mi padre!... Ya se me había olvidado: —¡San Yoda, dame tu bendición!... “¡Órale manchado!” |
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“¡Que se armen los güamazos!” (en la Puerta de Brandenburgo, Berlín). |
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“¡Luke, yo soy tu padre!” |
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“¡Papá, soy Paquito; no haré travesuras!” |
NOTA:
Sé que usar modismos —mexicanismos— limita el alcance de esta parodia; pero el lenguaje
que conozco y domino pertenece al medio en que me he (sub)desarrollado.
La
frase inicial alude a la novela Pedro
Páramo de Juan Rulfo que inicia: “Vine a Comala porque me dijeron que acá
vivía mi padre, un tal Pedro Páramo.”
Las
últimas remiten a Star Wars, “La
guerra de las galaxias”: Luke, I am your
father; y a un texto del poeta mexicano, Salvador Díaz Mirón: “Mamá, soy
Paquito; no haré travesuras.”