Miércoles, 6 de abril de 2011.
Mercoledi, 6 aprile 2011.
Venezia, Italia.
Gastos:
Góndola €12
Helado €1, 40
Emparedado €4, 20
Refresco €2, 00
Chocolate €1, 20
Boleto autobús €2, 40
Boleto Vaporetto €6, 50
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€29, 70 = $504, 90
Lo que tenía que ser un día sin gastos fuertes, se me fue de las manos. Sin embargo, valió la pena, pues navegué por los canales de Venecia. Fue una tarde vertiginosa, pero bien aprovechada.
Caminé y me extravié por las laberínticas calles de la parte antigua. Por la noche, finalmente llegué a la Plaza de San Marcos.
El hotel, ubicado en la parte moderna de la ciudad, es el peor en que me he hospedado en este continente: símbolo inequívoco de que estoy en Italia, un país turístico donde la infraestructura hotelera se ve sobrepasada por la demanda.
En los comercios de los puntos de descanso de las carreteras italianas, se da un fenómeno particular sobremanera: hay que pagar antes lo que se consumirá.
En los comercios de los puntos de descanso de las carreteras italianas, se da un fenómeno particular sobremanera: hay que pagar antes lo que se consumirá.
Una vez que se tiene el recibo, el empleado entrega el producto. Esto, aparentemente sin importancia, es muy molesto para alguien que proviene de una cultura que “no sabe lo que quiere”. Por ejemplo, los mexicanos estamos acostumbrados a comprar textualmente “lo que se nos antoja en el momento”. Ante tal “imposición” —que si se piensa bien, no es tal—, uno se desespera y hace rabietas: “¿Cómo diablos voy a saber qué es lo que quiero!”
Algo ocurrió en mí tan pronto como crucé la frontera entre Austria e Italia: sentí que estaba en un lugar más cercano a mi ser, y la cultura en la que crecí y me desarrollé. Acaso haya sido el clima, acaso el idioma, acaso el paisaje. Lo cierto es que la sangre latina que fluye por mis venas sintió que había vuelto a un lugar donde jamás había estado. Experimenté, pues, alivio.
Tengo €200 = $3, 400
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