Durante mis viajes por el mundo suelo llevar diarios con el propósito no sólo de escribir lo que experimento y conozco, sino también para controlar el dinero del que dispongo. Estos pequeños textos son “apuntes” que, aunados a las imágenes recogidas, me permiten, al consultarlos, desencadenar mis recuerdos y, a partir de esto, crear crónicas más vívidas con las anécdotas a flor de piel. En el trayecto me he topado con otros viajeros, quienes me enriquecieron con sus relatos y fotografías.

domingo, 27 de octubre de 2013

CINCO AÑOS DE VIAJE: 15, 000 VISITAS: Marruecos. Parte II: "Instantes del mundo": Tres vídeos marroquíes del Canal "Ruta de escape: México" de José Antonio Ruiz Piña.







Hace cinco años comencé a recorrer el mundo, gracias a un viaje al Medio Oriente, que me llevó a Grecia, Turquía, Israel y Egipto.

Considero que no dispongo de un mejor modo de conmemorar este suceso que me trascendió, que con una entrada como la que publicaré.

Desde que viaje por primera vez, en lo que considero mi “segunda etapa” —pues la primera la realicé durante mi infancia y adolescencia, preferentemente por el interior de mi país y los Estados Unidos de América—, porté conmigo un par de cámaras pequeñas, con el propósito de documentar la experiencia: una fotográfica que mi madre me obsequió algunos días antes de que me marchara, así como una de vídeo, de marca Panasonic, que pertenece a mi amigo, José Antonio Ruiz Piña —de quien por cierto en esta misma bitácora ofrecí hace algunos meses una serie fotográfica sobre el sitio arqueológico de Tulum—, y que me prestó amablemente.

En el decurso, esto, como tantos otros “rituales viajeros”, devinieron en costumbre, y ambas cámaras me acompañaron en los siguientes periplos en que me embarqué.

En algún momento del pasado, José Antonio y yo concebimos la idea de realizar “algo” —la ambigüedad de la palabra es adecuada en demasía, pues evidenciaba nuestra inacción— con el material videográfico que acumulaba.

Actualmente atesoro cerca de treinta cintas en formato MiniDV, que esperan transmitir lo que documentaron.

Gentilmente, “Toño” realizó algunas copias a DVD de aquel primer encuentro con otras culturas del planeta, con las que me obsequió y me emocionaron mucho, al grado de propiciar que retomáramos aquella primera conversación. Sin embargo, los planes se diluyeron con el tiempo, pues aún no era el momento adecuado.

A mi regreso de Marruecos, hace menos de un mes, donde grabé únicamente dos cintas —el menor número que he registrado de un viaje—, José Antonio me conminó nuevamente a que se las facilitara.

Yo supuse que me haría una copia. Pero, me sorprendió con la noticia de que editaría “algo” —esta vez el tono de su voz era diferente. Y entonces ambos supimos que, cinco años después, finalmente era el instante preciso de que aquellas divagaciones se materializarán en un proyecto.


José Antonio Ruiz Piña, una de las escasas personas que han sido constantes en el lapso más reciente de mi existencia, y a quien yo, un ser humano carente de amigos, otorgo sinceramente dicho apelativo, tan banalizado en estos tiempos de redes sociales, recientemente creó un canal virtual multitemático en YouTube, bajo el título de Ruta de escape, México, el cual recomiendo.

La serie, Instantes del mundo, en esta primera entrega, consta de tres vídeos, que fueron post-producidos enteramente por él, y en cada uno de ellos se percibe el goce generado a partir de una noble labor, casi artesanal, como la edición de imagen que preferentemente es denigrada por desconocimiento e incomprensión.


Ojalá este trabajo les transmita a ustedes una parte de lo que a nosotros nos significó.

Saludos afectuosos, llenos de gratitud.












Cápsula 1: Instantes del mundo. Mezquita Kutubía: http://www.youtube.com/watch?v=9xJbxf1bYdU







Cápsula 2: Instantes del mundo. Esperanza: http://www.youtube.com/watch?v=-lDqaV103ak








Cápsula 3: Instantes del mundo. Fragmentos de viaje: http://www.youtube.com/watch?v=ijEU-GHUGMs

martes, 15 de octubre de 2013

CUADERNOS DE SAL. NUEVA ÉPOCA. Marruecos. Parte I: Fez y Mequinez. Diario de Marruecos I de Juan Carvajal.

Con esta entrada inauguro la Nueva Época de la bitácora de viaje, Cuadernos de Sal.

Será la primera vez que publico, con tan poco tiempo de intervalo, algo respecto de un viaje. Otrora, preferentemente, dejaba reposar la información, con el propósito de asimilarla.

Como cada vez que dispongo de la oportunidad de hacerlo, rendiré un sentido homenaje a uno de mis escritores mexicanos favoritos: el olvidado Juan Carvajal, de quien he difundido poesíaaforismos, prosa, y otros textos de viaje en esta misma bitácora.    

Después de todo, las tres partes de sus Diarios de Marruecos, así como su entrevista Una tarde en casa de Paul Bowles —sin olvidarme de Paul Bowles, un caballero en el desierto en sus Evocaciones e invocaciones—, incidieron directamente en mi decisión de visitar el país.

He releído los textos mencionados, y he revaluado las palabras del autor-viajero: la primera lectura resulto provechosa, pero un tanto lejana. Sin embargo, este nuevo acercamiento me hizo redescubrir —así como coincidir y discrepar con— sus narraciones, al grado de experimentar la familiaridad de los lugares y las situaciones que describe.   

Por lo que extraigo de sus escritos, Carvajal estuvo cerca de un mes en Marruecos, en octubre y noviembre de 1993. Curiosamente, yo no me percaté de esto sino a mi regreso, aunque no podía ser de otro modo —y menos en una etapa de mi vida en que se cierran ciclos: viaje veinte años después de que él lo hiciera, casi por la misma ruta.

Sea simbólica esta entrada, donde he tratado de que comulguen mis pasiones: la lectura, la fotografía, la escritura y el viaje, estableciendo un antes y un después de mi experiencia como ser humano.

Bienvenidos.


Saludos entrañables.

César Abraham Navarrete Vázquez.






Texto: Juan Carvajal.
Fotografías: César Abraham Navarrete Vázquez.





Para mi madre:
gracias por formar parte
nuevamente de la aventura
de viajar.
















Fez, 18 de octubre. Esta es una de las ciudades más dulces de la creación humana, en todo sentido. En el orden físico, está colocada sobre sus colinas como un admirable tapiz ocre, dispuesto con suavidad sobre el ensoñador declive de sus laderas, equilibrado por las torres de sus mezquitas, algunas tan bellas como las italianas y más de una compite con el campanile del Giotto de la catedral de Florencia. Ese acuerdo entre naturaleza e historia, que aquí está logrado en una textura evocadora de las más armoniosas ciudades europeas, la vuelve un instantáneo objeto de culto estético para quien la ve. Esta exquisitamente inolvidable entre las grandes concentraciones maghrebinas, contiene a la más antigua, grande y bella de las medinas del África.



La Casbah la Kissaria, verdadero ombligo del mundo (que algunos llaman onfalos y otros México), es una Edad Media en acción; fresca, aromática, tonificante; idéntica a como era hace dos mil doscientos años, con el añadido de las oscuridades y decrepitudes del tiempo, el viaje maestro, incorporadas a su rostro actual, su inigualable pátina. Oscura y luminosa a la vez, en ella bulle el mundo entero impregnado de un olor más allá del tiempo. La rica emanación de este océano de humanidad se acentúa por la presencia y el olor de las incesantes recuas de bestias que pasan a tu lado, de asnos a camellos, dando a estas callejuelas abigarradas un reverberar de vida vuelta aquí eterna en su antigüedad, pobreza y hermosura.


20 de octubre. Fez nos da por fin, a un grado que no pudimos recibir en Tánger, el completo abandono de nuestro ser occidental; el olvido de algo que al perderlo supimos que era lo que habíamos venido a buscar. En un momento dado, sin saberlo, estábamos ya mimetizados con los indescifrables olores de su vejez, ¡oh pestilencias del espíritu! que fueron enseguida una embriaguez perfecta, un invasor veneno de cuyos efectos no queríamos ser arrancados, que nos permitía formar parte de ese mundo denso de plenitud humana y nos hacía entender y respetar sus ritmos exteriores y subyacentes. Alguna tarde, con los primeros jirones de sombra entreverados con los rojos y amarillos del ocaso, emprendíamos en compañía del sabio Mohammed paseos por una Casbah que era un mar de sensaciones complejas y únicas en su individualidad. Comprábamos las tres variedades del pan árabe tan diferentes entre sí, y paladeando largamente sus masas y cortezas recorríamos extasiados ese edén de los sentidos. Era una comunión.

En ninguna parte como en el África la más pequeña concentración de frutos puede darnos una imagen del anhelado oasis; la resequedad de los elementos de este mundo lo vuelve inevitable. Pero ver en la Kissaria esas suntuosas y complicadas torres de radiantes formas y brillante colorido erigidas con un arte que iguala al de sus maestros constructores, son la segura evidencia del Paraíso (palabra persa) terrenal. Sólo la resequedad puede dar tal ansia de paraíso, por eso todo oasis lo es, todo fruto lo contiene. Yo pertenezco a una sección del mundo (México, América) donde los frutos abundan, por eso quizá, por esa atroz facilidad, somos un continente desactivado, apático en el sentido occidental; como era antes África entera, como era (es) el Paraíso terrenal. Sin embargo nada existe en este mundo tan edénico como el desierto puro. Hablaremos de eso.

28 de octubre. Uno debe quedarse para siempre en lugares como este, o huir de ellos al instante, y entiendo por qué Bowles no escogió para vivir esta ciudad sobre la sucia Tánger. Decía: “Fez es una ciudad cuya situación fue escogida por razones puramente estéticas. La gente de Fez cree firmemente en la importancia de satisfacer los sentidos, son adictos a los perfumes, a las telas finas y a los colores; se rodean de cosas que les produzcan placer sensual. En sus vidas hay una absoluta ausencia de tensión nerviosa, una total ignorancia de lo que significa aburrirse, y esto contribuye a que se sientan satisfechos con existir solamente, algo que muy pocos occidentales pueden conseguir”. [...]

Es preciso destacar que Fez, junto a la severa y deslumbrante Meknés y la muy-santa Moulay Idris, forman el triángulo sagrado de Marruecos y de hecho de todo el Maghreb (que significa el Poniente, es decir: ¡Occidente!) ya que esta última, por ejemplo, posee el sitio sacrosanto de la zona, Oualili, al que los musulmanes concurren “al menos una vez en la vida” si no poder ir a la Meca, y la indulgencia es la misma. Fez, por su parte, no está menos orgullosa de ser el centro religioso del reino, dotada con el mayor número de mezquitas que cualquiera otra ciudad. Y en el Islam, usted sabe, religión equivale a cultura, de ahí que junto con Meknés posea las más importantes y bellas medersas (universidades) del norte africano, algunas de ellas supremas obras de la edificación merinida, como las de El Attarin o la de Ou Inania. Claro que esta universidades no son muy universales en el orden de los conocimientos científicos o generales, son o eran sobre todo escuela de teología y centros de meditación, lo que no es pocas cosa, aunque las más ilustres como las mencionadas o la de Bou Inania en Meknés son ya sólo monumentos, si bien de incomparable ornamentación, de mayor elaboración arquitectónica aun que los palacios, lo que tampoco es poco decir. [...]

Fez, 30 de octubre. Desde nuestro balcón del Palais Jamais, donde veíamos por las mañanas del coránico despertar de una ciudad que parece tener el sueño ligero —a las dos de la mañana la Casbah expende aún todo y el muecín llama dos veces durante la noche—, vimos por última vez en las colinas de enfrente descender al alba a la gente rumbo a los menesteres ancestrales, los hombres a su oficio, los niños a la escuela y las ondulantes mujeres en parejas majestuosas con ánforas en la cabeza o bajo el brazo; el rítmico movimiento de esos cuerpos imprimía a la escena un bíblico aire fuera del tiempo. Y en efecto, esos gestos se repiten desde hace miles de años idénticos por las mismas polvosas veredas y son ya imágenes de la parábola y del sueño.

El Islam no piensa en la eternidad, vive en ella. Por eso esta religión que ha tenido, desde los tiempos del Profeta, el buen gusto de no entronizar imagen alguna en sus libros sagrados, en sus templos o altares, sigue con absoluta fidelidad el precepto coránico como evangélico que enseña no ocuparse del mañana y tomar como modelo a los lirios del campo. Y este hecho explicaría en parte ese enigmático inmovilismo que quizá sea, después de todo, una vocación saludable para existir sin angustia en el presente y en la eternidad del Profeta. Desdichadamente, y como nadie es perfecto, de ahí también quizá proviene su iracunda intransigencia frente a los politeísmos de otras partes, especialmente ante lo que ellos llaman analfabético cristianismo, venerador de mil y un dioses y aun diosecillos menores, san esto y santa lo otro, a los que adora además de manera repugnantemente fetichista.

Para los musulmanes, el Alcorán (El Libro, Al Kitab) no es una mera obra de Dios, como las almas de los hombres o el universo, sino uno de los atributos de Alá, como Su eternidad o Su ira. ¿Quiere usted conocer un ejemplo como es debido de la ortodoxia, que algunos llaman fundamentalismo? Escuche entonces a Muhammad-al-Ghazali, el Algazel de los escolásticos, quien dijo: “El Alcorán se copia en un libro (puesto que el texto original, La madre del Libro, está depositado en el Cielo), se pronuncia con la lengua, se recuerda con el corazón y, sin embargo sigue perdurando en el centro de Dios y no lo altera su pasaje por las hojas escritas y por los entendimientos humanos”. El Islam entero sigue haciendo valer la joya del fundamentalismo, el silogismo del califa Omar (641 d.C.) que, al razonar ilustremente: “Toda afirmación escrita que conforme el Corán es superflua, y cualquiera de las que lo contradigan no debe tolerarse”, mandó quemar todos los libros del mundo: la Biblioteca de Alejandría.



Meknés, 30 de octubre. Una hora después llegamos, en compañía de Mohammed, a la milenaria ciudad de los meknassas, a la Meknassa ligada de modo íntimo, casi nupcial al gran sultán alaoita Moulay Ismail, que la convirtió en una auténtica maravilla. Aquí (y en Ouarzazate) se levantan los muros arquetípicos erigidos por la (palma de la) mano del hombre. Luis Barragán se enamoró enloquecido con razón de esta última ciudad y mucho valdría la pena hacer una comparación entre su estilo y el de los constructores merinidas, que es una lástima que él no haya intentado (¿o sí?).

Enamorarte de una pared, qué atrocidad, dicho así y si no estás ante las de Meknés, que son inmensos lienzos de oro (este oro es natural, de tierra, no como el oro, hecho quien sabe de qué) en los que están inscritos de manera exacta (cambiante) los hechos del mundo. Estas fabulosas pantallas que cuentan la historia de la humanidad reducen las imágenes de la TV a su dimensión rupestre, mal diagramadas y peor impresas; son apenas comparables a los montes que rodean Delfos, y de ambos, montes y muros, sólo se puede decir parafraseando a los antiguos cartógrafos: Hic morat deos.

¡Ah, Meknés, Alá te guarde! Si tuviera que escoger para siempre entre tú y Fez ya quedé crucificado. Entre las muchas razones que tengo para amarla está el hecho de que aquí pude entrar, sin zapatos y todo, qué emoción, a la única mezquita a la que tienen acceso los canallas —usted, yo, los alemanes— con patios interiores que cortan la respiración con su embrujante atmósfera; ahí, en la mezquita de Moulay Ismail en Meknés, puedo uno finalmente adorar a Nadie. En medio de esos torrentes de complicadas y felizmente resueltas organizaciones geométricas que son un preciado y evidente reflejo de la Mente Pura que todo lo ha creado; ante esos nichos de oración, modelo inigualable de la gracia, la discreción y la desnudez (de espíritu) necesarias para dirigirse al Creador, me fue imposible, a mí, el Muy-Ateo, no arrodillarme.




El guardián se emocionó al extremo; volvía la cabeza hacia los rostros de la horda invasora, a la que despreciaba, como pidiendo la indetenible continuación en cadena del milagro, que, hay, nunca ocurrió, pero yo en cambio pude sentir sobre mí el desprecio y el asco que los árabes despiertan en los hombres de Occidente. Cuando salimos, en medio de la muchedumbre, me tocó reverente y dulcemente la mano con la suya y me dirigió una oscura mirada que lo cielos no me permitan olvidar. ¿Qué hizo que me arrodillara? No lo sé. El poder de la ritualística es enorme y quizá no fui sino fiel a ella. [...]




Pero Meknés, ah, Meknés, rodeada de un verdor de viñas y protegida por bosques de olivares y por las grandes extensiones de oro de sus trigales, es una ciudad teologal. No por la bellísima medersa orgullo del Islám, la Bou Inania, cuyos comprimidos claustros y celdas son un acuciante acicate a la meditación, sino porque sus muros son la caja idiota de la eternidad, porque esas paredes siguen mostrando lo no mostrable a los ojos del impío y de cuantos lograren llegar hasta ella para ilustrarse. ¿Pero cómo se es digno de esa gracia? 













Juan Carvajal, Con los pies desnudos (viajes), Diario de Marruecos I, págs. 182-190 (Ediciones Sin Nombre, México, 2003).