Durante mis viajes por el mundo suelo llevar diarios con el propósito no sólo de escribir lo que experimento y conozco, sino también para controlar el dinero del que dispongo. Estos pequeños textos son “apuntes” que, aunados a las imágenes recogidas, me permiten, al consultarlos, desencadenar mis recuerdos y, a partir de esto, crear crónicas más vívidas con las anécdotas a flor de piel. En el trayecto me he topado con otros viajeros, quienes me enriquecieron con sus relatos y fotografías.

viernes, 24 de mayo de 2013

10, 000 visitas de "Cuadernos de Sal". Viajero invitado: Florentino Fuentes.






A decir verdad, no recuerdo cuál fue el primer blog que creé: “Palabras de viento” o “Cuadernos de sal” —el archivo señala que la primera publicación data de octubre de 2011. Lo cierto es que aunque ambos son contemporáneos, han seguido caminos totalmente diferentes.

El primero, por ejemplo, dedicado a la literatura, y al que he dedicado más tiempo, alcanzó recientemente las 50, 000 visitas.

“Cuadernos de sal”, con cuyo título pretendí aludir a la sal con que se pagaba a los soldados en algunas culturas antiguas —de ahí la palabra salario— y a su control en los registros públicos, así como a la remisión al término “cuadernos de saldos” que generaba en mí, y su consecuente relación con mis diarios de viaje, donde no sólo consignaba las experiencias que vivía, sino que llevaba un control económico, es un espacio donde figuran crónicas tanto escritas como fotográficas, además de viñetas anecdóticas.

En el lapso más reciente he invitado a otras personas a colaborar, con el propósito de nutrirlo con diversos puntos de vista —y a quienes agradezco mucho porque en lo personal también me han enriquecido. En el proyecto original jamás estuvo planeado que alguien además de mí participara, pero como redactor y editor de bitácoras electrónicas, en más de un año he aprendido que hay que tener el criterio suficiente para respetar el cauce de las cosas. 

Aunque también se tiene que saber cuál es el enfoque que se desea. Sé que en la actualidad abundan los portales —sin mencionar las revistas, guías y suplementos especializados— con información turística, pródigos en consejos, que son empresas exitosas y lucrativas.

Mi objetivo ha sido compartir mi experiencia personal, y lo que he visto y aprendido, sin la pretensión de afirmar que “conocí” tal o cual país.

Si los relatos y las fotografías ofrecidos han resultado valiosos o inspiradores para el visitante, me alegro sobremanera porque considero que así —y no mediante fórmulas— se descubre el mundo.

Entre los planes que albergo para “Cuadernos de sal”, está la participación de más personas que deseen compartir sus vivencias, así como la difusión de autores que ofrezcan una perspectiva literaria del viaje, y finalmente la transcripción de los diarios de Cuba y Rusia.

Sean pues estas 10, 000 visitas un augurio favorable para esta página que es tan suya como mía.


César Abraham Navarrete Vázquez.










Como a tanta gente que admiro —y a quien no conozco personalmente—, entré en contacto con Florentino Fuentes por medio de las redes sociales, y confieso que lo hice por accidente mientras buscaba a quién agregar en Facebook.

Florentino correspondió gentilmente a mi invitación, y a partir de entonces hemos cultivado una relación virtual amistosa, basada en el respeto.

En este punto habría que preguntarse si conocer de este modo a alguien no es más “genuino” —aun cuando se argumente que la gente se proyecta en estos medio como desea ser percibido y no como realmente es.

Cada cual se muestra por lo que hace. Y en este caso en particular por el modo en que interactúa con sus congéneres a partir de la escritura, la fotografía, el viaje...

Alguna vez reparé en viajeros verdaderos que habían estado en lugares inaccesibles o prohibidos para el resto de las personas: bases militares, montañas... Seres humanos que demostraban con los sellos de sus pasaportes que habían visitado más de cien, ciento cincuenta, doscientos países... ¡algo difícil de asimilar!

Florentino, a quien admiro sinceramente, bien podría pertenecer al selecto grupo referido. Empero, él es un viajero diferente. Se trata —como alguna vez se lo comenté por mensaje privado— de un peregrino, en cualquiera de sus acepciones.

Esta entrada la concebí en la mente hace meses, pero hasta ahora me obligué a escribirla, y creo que no hay mejor manera de conmemorar la cifra tan simbólica que alcanza esta bitácora que con un personaje como “Tino”, quien con sus comentarios y fotografías me revela los lugares en que se encuentra.

Pensé en realizarle una entrevista, pero después me di cuenta de que sería más enriquecedor propiciar un “diálogo indirecto” para conocer su aprendizaje respecto del viaje —entre otras cosas, a mí me intriga saber cómo alguien puede pasar largas temporadas abrevando de otras tradiciones.

Redacté pues algunas reflexiones personales, que fungieran como incentivo para que Florentino hablara de lo que quisiera y cómo deseara desde la India, lugar en que radica desde hace algunos meses. ¡Bienvenido, viajero!

Invito al lector a la página Across the Universe... En ésta disfrutará de algunos textos e imágenes captadas durante sus periplos. A pesar de no concebirse como fotógrafo, Florentino posee la capacidad de mimetizarse con el medio en que se encuentre. De ahí que sus imágenes sean tan vivas y auténticas.
















Durante mucho creí que mi gusto por el viaje era semejante al que experimento por la literatura: algo innato que descubrí por mi cuenta, ya que en casa no se leía.

Sin embargo, al crecer y ser un poco más consciente de mi propia existencia, en un ejercicio retrospectivo me remití a la infancia para descubrir —recordar— que el traslado de un lugar a otro fue algo constante, sobre todo durante los períodos vacacionales, gracias a mis padres.

Hoy, desde la madurez que me han otorgado los años, comprendo que aquellos “viajes familiares” realizados en una etapa de desarrollo, sembraron la semilla que germinó dentro de mí.

Si bien el destino era Guerrero preferentemente —Tlalchapa y Acapulco—, también se presentaron los espontáneos recorridos carreteros por Oaxaca y el Sureste (Tabasco, Campeche, Yucatán y Quintana Roo), ¡llegando incluso a San Antonio, Texas! Además de visitas a muchos otros estados que me permitieron conocer a mi país. 










Sucedieron diversas cosas en mi vida hasta que a los veintiocho años, y aparentemente de la nada, sentí el impulso de viajar fuera de México. Y así lo hice, convirtiéndome en un viajero tardío que se percató de lo que había hecho hasta que regresó después de más de veinte días en el Medio Oriente.

Asimilé que el viaje no sólo representa trasladarse físicamente. Uno se lleva a sí mismo, y todo lo que es, incluso a cuestas, durante este período. En mi caso, que viajé solo varias veces, me reencontré conmigo y tuve que soportarme hasta que comencé a simpatizarme.

Pero también existe la posibilidad de reinventarse, de ser alguien más. En Egipto, cuando volaba de Asuán a El Cairo, si no me traiciona la memoria, entablé conversación con un anciano estadounidense por demás afable, y al preguntarme por mi nombre y lo que hacía, terminé creando una historia tan verosímil que no sólo él, sino también yo, quedamos satisfechos con la respuesta. Los idiomas facilitan esta escisión de la personalidad: es sorprendente reconocerse como si se fuera “alguien más” cuando uno se escucha hablando y pensando en otra lengua.  

Aunque confieso que yo requiero de retornar a mi país para poner los pies sobre la tierra, sobre mi tierra —sin caer en nacionalismos sensibleros: restablecerme tanto económica como espiritualmente. La satisfacción de saber que tal experiencia se solventó por el trabajo propio, es una de las experiencias más provechosas que puede atesorar un ser humano —salvo los políticos y sus familias y los “artistas” vividores del erario; ellos jamás sabrán de qué hablo.

No obstante, los días siguientes a mi llegada sufro de “depresión post-viaje” —ya de por sí mi carácter es melancólico y nostálgico. Me siento ajeno, desfasado de la realidad. Pero a punta de mentadas de madre, toques de bocina y otras manifestaciones propias de la neurosis citadina, me reinsertó en la aplastante cotidianeidad.

Con el tiempo, el hartazgo de la carretera, de los aeropuertos, de los puertos... se transforma en impulso —necesidad— de emprender el rumbo otra vez, y la concepción de un nuevo destino devuelve la ilusión, la cual nunca dispone de un fundamento sólido, sino estriba en un anhelo instintivo.

Curiosamente tuve que salir de “mi terruño” para valorarlo. Durante años me queje amargamente de haber nacido aquí: sobre todo por los mexicanos. Albergue la esperanza de radicar en otro lugar. Estuve en naciones más desarrolladas que, si bien son espectaculares, me resultaron insípidas —“desabridas”, por usar un término de casa, llevándome a aceptar que moriré en México, salvo que la muerte me sorprenda en el camino.

Mi modo de pensar acaso sea arbitrario. Hay lugares a los que me gustaría volver, pero no lo haré hasta estar primero en otros desconocidos. Esto, indudablemente, responde al descubrimiento tardío de mi vocación viajera, y al deseo de querer conocer un poco más este planeta.










He aprendido a nunca dar por hecho nada. Y así sucede con el viaje.

El deseo de regresar al mundo siempre está presente en aquellos que alguna vez tuvimos la oportunidad de errar por él. Para ello hay que disponer de la vida misma.




. . . . .










Lo coloquial










Disfruto mucho el ejercicio de analizar a la gente en sus contextos geográficos originales. Es también, en mi caso, una tarea de carácter espiritual, de otro modo no tendría sentido el nervio y el miedo que representan el traslado hacia lugares desconocidos y a veces inhóspitos; el cansancio físico no tendría recompensa y quizá sería uno de tantos que sólo toma fotos de museos o de iglesias sin acercarse a la gente real.










No tiene que ver cuántos sellos o países se visitan sino el tiempo de permanencia, y la comodidad y satisfacción deben ser primordiales.










Disfruto la convivencia y observación de los diversos estratos de una sociedad y las diversas aristas desde donde se intenta apreciar y analizar: un canal de televisión, un mercado, una plaza comercial y un parque, un antro de mala muerte, la cantina, el bar fresa, el centro de oración, un periódico.









Detenerse, observar, hablar con ellos, vestir como ellos, convertirte en ellos, ser ellos. Sé que lo logro cuando camino por la calle de alguna ciudad y alguien se acerca a preguntarme una dirección. Soy ya uno de ellos.










La fuga










Comencé a viajar desde pequeño, obviamente acompañado; el auténtico reto ocurrió cuando me aventuré por Europa siendo todavía un jovencito, inexperto e inseguro —salvo la edad, no he cambiado mucho, me temo. Los idiomas que hablo fueron de gran ayuda ya que me perdí muchas veces pero fue muy fácil encontrar el camino y ubicarme. Desde ese primer viaje en solitario contemplé la idea de hacer una vida en el camino, un camino y un modo que yo mismo diseñaría. Nunca fui un hippie o un backpacker y no creo llegar a serlo alguna vez. Hay muchas ciudades a las que siempre regreso y en donde más que un visitante soy un habitante o ciudadano: París, Ciudad de México, Nueva York, Berlín, Buenos Aires, Santiago, Nueva Delhi.










La fuga consiste en haber nacido con piel de huérfano y salir corriendo y evadir todo tipo de situaciones que me sean innecesarias vivir o enfrentar. Es válido siempre que lo pueda hacer, me lo permito, y aunque llegue el arrepentimiento, continúo con la vida. Justo hace un par de días leí sobre la visita del “biciclown”, Álvaro Neil, a Ciudad de México. Cuando inicié éste periplo, hace dos años, vi en TVE un documental sobre éste hombre que viajaba por el mundo teniendo como único fin el hacer reír a la gente, sin embargo me detuve en sus ojos y asumí profunda tristeza y nostalgia; su huida era muy clara y palpable; argumentaba que no podía dormir más de tres días en la misma cama de lo contrario comenzaba a sentirse mal física y anímicamente. Fue casual que haya visto ese documental y fue decisivo para no querer ser como él y no acabar como él.










No quiero viajar toda la vida, tengo 28 años y estoy muy cerca de establecerme en un sólo lugar; he llegado a odiar la incertidumbre de lo que me espera en la próxima ciudad; detesto la desilusión y la decepción y hay muy poco del mundo que me pueda sorprender hoy en día.










Desde esa perspectiva India me ha enseñado la mejor de las lecciones. Mi traducción de “Iluminación” al venir e intentar recorrer todo éste país, significa que uno nace con la habilidad de fabricarse su propia “iluminación”.










La fuga, desde ese punto, es y será siempre sobre un camino interior. El viaje es un mero pretexto —de carácter obligatorio. Un oxímoron.

Florentino Fuentes
Kochi, Kerala. India 2013.






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