Madrid. |
Sólo en una ocasión asistí como
espectador a un estadio, y lo hice a los treinta años. Esto fue en la final de
la Copa Mundial Sub-17 cuando la selección de México se coronó en el Estadio
Azteca.
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Ciudad de México. |
Si bien nunca me interesé por
conocer los “templos” de este deporte, he conocido algunos de los más
importantes de mi país y del mundo —particularmente los que se erigieron en la
periferia urbana.
En mi juventud, por ejemplo,
gracias a los viajes familiares conocí los estadios Jalisco de Guadalajara, el
erróneamente llamado “Nou Camp” —en alusión al Camp Nou catalán— de León, el Universitario de Nuevo León..., así
como el descuidado y mítico, Agustín “Coruco” Díaz de los Cañeros del
Zacatepec, que la tradición conserva como uno de los campos más inexpugnables: el
pasto no se cortaba, y se regaba previamente al inicio del juego para que la
humedad y el calor inmisericorde causaran estragos en los visitantes.
Al Estadio Olímpico de los
Pumas de la Universidad Nacional Autónoma de México, mi equipo, que tantas veces he observado durante mis visitas a Ciudad
Universitaria, no tengo la intención de acudir próximamente.
Estuve afuera del Santiago
Bernabéu y pasé por debajo del túnel que limita con el Vicente Calderón;
circulé muy cerca de los estadios de Francia en San Denis —donde el brasileño Roberto
Carlos impartió clase de física, después de patear aquel tiro libre
impresionante—, del ADO de La Haya, del Sturm Graz austríaco, y del Zenit de
San Petersburgo que pronto será reemplazado por otro más moderno.
Me hospedé y caminé por barrios
futboleros como Galatasaray y Beşiktaş en Estambul, y Ferencváros en Budapest,
y no reparé en sus estadios.
Platiqué de fútbol con conductores en Grecia, Rusia, Israel y España —un culé me
transportó a Barajas para regresar a México, y le comenté que me imaginaba cuán difícil resultaba para él celebrar los recientes triunfos barcelonistas en la ciudad de los “merengues”.
Madrid. |
También recorrí las principales
calles y avenidas comerciales; aquellas en que abundan los artículos oficiales
y las imitaciones de los clubes más poderosos del orbe: la Gran Vía de Madrid;
la calle Arbat de Moscú; la Nike de
Campos Elíseos dedicada al Paris
Saint-Germain; los comercios que desembocan en la Plaza Dam de Ámsterdam y
que resguardan los “suvenires” más extraños del colosal Áyax que revolucionó la
historia del balompié en la década de los setentas —el equipo de una población
del estado de Guanajuato, Celaya, liderado por Emilio Butragueño en las
postrimerías de su carrera, por su juego se granjeó el mote de “Celayax”—; las tiendas romanas aledañas a la Fuente de
Trevi, atendidas por chinos; Picadilly
Circus y Oxford Street en
Londres, donde la monstruosa mercadotecnia azul del Chelsea predomina sobre la
del Arsenal, Liverpool y Manchester United...
París. |
El inglés, nos guste o no, es
el latín de nuestro tiempo —como seguramente no les agradaba a los pueblos
subyugados bajo la Pax romana, Paz
romana—, el instrumento a partir del cual se comunican diversas culturas. En el
extranjero corroboré que el football
es otro “idioma” que permite acercarse a los seres humanos —preferentemente si
son hombres.
En México es frecuente que cuando
se aborda un taxi, este tema sea el pretexto ideal para romper el hielo entre
el conductor y el pasajero. Uno le pregunta al otro qué le pareció el juego, o
bien cuál es su equipo, y lo demás fluye...
Hay que entender al deporte
profesional como un negocio —incluso como un monopolio: saber que hay personas
que lo practican con la esperanza de mejorar su condición socioeconómica y que,
al mismo tiempo, hay quien lo juega sólo por esparcimiento. Un tópico que a
muchos les interesa demasiado, y que otros tantos no se preocupan en lo
absoluto por él. Lo cierto, es que el fútbol es un fenómeno social y global,
cada cual decidirá si para bien o para mal.
Grecia
En 2008, un tipo robusto y
enorme de carácter afable, que conducía un Mercedes Benz como taxi, me transportó
del aeropuerto al hotel. Su nombre era Vángelis, y resultó ser “fan-ático” del Panathinaïkós de
Atenas, cuyo nombre fue inspirado por una obra del logógrafo Isócrates: Panatenienses.
Mientras conversábamos acerca
de la sorpresiva victoria de la selección griega cuatro años atrás en la
Eurocopa de Portugal; así como sobre el jugador mexicano-uruguayo, Nery
Castillo que había participado de la Superliga de Grecia y que recientemente se
había marchado a Ucrania; del OFI de Creta, del PAOK, del Aris y el Iraklís de
Salónica.
Él se comunicaba por radio con
su mejor amigo, quien era “hincha” —como dicen en Sudamérica— del acérrimo
rival, el Olympiakós de El Pireo, el equipo que originalmente siguieron trabajadores
y marineros, en tanto le decía emocionado que transportaba a un mexicano que
gustaba y sabía del ποδόσφαιρο, podósfairo, balompié.
Del lado derecho, y a la
distancia, observé el Estadio Olímpico de Atenas: Spýros Loúis —en honor del
vendedor ateniense de agua que ganó la maratón de los primeros Juegos Olímpicos
de la modernidad en 1896—, hogar de la selección griega, del referido PAO, así
como del AEK Atenas, fundado por los refugiados de Constantinopla que dejó la
Guerra del Asia Menor, y que generan serios problemas cuando sus aficiones se
enfrentan.
Días después, deambulando por
el barrio comercial de Monastiráki, di con una sucursal oficial de la “Leyenda”
rojiblanca. Los productos eran carísimos y salí huyendo.
A la vuelta del hotel en que me
alojaba, distinguí que el Servicio Postal expedía estampillas con los logotipos
de los clubes helénicos. Finalmente, lo único que compré en los quioscos donde
proliferaban gorras, bufandas, calcomanías, calendarios..., fue un llavero de το τριφύλλι, to trifýlli, “el trébol”.
Turquía
Tan
pronto como me registré en el hotel, salí a caminar por la Plaza de Sultán
Ahmed, donde se encaran altivamente Santa Sofía y la Mezquita Azul. En los
jardines, mientras tomaba fotografías, se acercaron a mí un par de adolescentes
para presumirme sus entradas del partido entre Galatasaray —se pronuncia
“Galádsarai”, y significa “Palacio de Gálata”— y Fenerbahçe —“Fenerbáche”:
“Jardín del faro”.
Les
pregunté “a quién le iban” —como decimos en México—, y cada uno manifestó su
preferencia: “Somos amigos y rivales”, me dijeron. Incluso accedieron a mi
solicitud de fotografiar su boleto.
El “Clásico Intercontinental”,
llamado así porque Estambul es la única ciudad del planeta que se encuentra
entre dos continentes, involucra al Galatasaray
Spor Kulübü de Europa, ubicado en el distrito de Beyoğlu, y al Fenerbahçe Spor Kulübü de Asia, de
Kadıköy.
Como otros clásicos mundiales,
la dicotomía entre rico y pobre también se (re)presenta en esta rivalidad. El
origen de los Aslanlar, “leones”,
data de 1905, año de su fundación por parte de Ali Sami Yen, de ascendencia
armenia, y otros jóvenes del Galatasaray
Lisesi, Liceo del Palacio de Gálata, otrora escuela de los sultanes. De ahí
que se vincule a este club con el tradicionalismo y la aristocracia.
Por su parte, el Fenerbahçe,
del cual era aficionado Mustafá Kemal Atatürk, “el padre de los turcos”, nació
en 1907.
Luis Aragonés era el “míster” —anglicismo
adoptado en España para referirse al director técnico— de los Sarı Kanarya, Canarios amarillos. “El
Sabio de Hortaleza” había ganado la Eurocopa en junio de ese año. En la
plantilla figuraban el jugador español, Dani Güiza, así como el uruguayo, Diego
Lugano, y el brasileño, Deivid.
El otro equipo grande no sólo
de Estambul, sino también de Turquía, es el Beşiktaş
Jimnastik Kulübü que, dicho de paso, dirigió otro técnico español, a la postre
campeón mundial y europeo: Vicente del Bosque.
Con el propósito de atesorar un
recuerdo de estos equipos, adquirí tres porta-encendedores con sus escudos.
Tanto en la zona tradicional como en la moderna de la ciudad, reparé en las tiendas oficiales. Estuve a punto de comprarle un conjunto deportivo del “Amarillo-azul marino”, otro de los apodos del Fener, a un comerciante que vendía sobre la banqueta —acera, para los lectores españoles— cerca de la Estación de autobuses de Beyazit.
Tanto en la zona tradicional como en la moderna de la ciudad, reparé en las tiendas oficiales. Estuve a punto de comprarle un conjunto deportivo del “Amarillo-azul marino”, otro de los apodos del Fener, a un comerciante que vendía sobre la banqueta —acera, para los lectores españoles— cerca de la Estación de autobuses de Beyazit.
El
domingo 09 de noviembre de 2008, Fenerbahçe goleó cuatro por uno a Galatasaray
en el Estadio Şükrü Saracoğlu. No se transmitió por la televisión abierta. Yo
regresaba de la legendaria estación del Expreso de Oriente. En el camino compré
un paquete de galletas Ulker
y una Cola Turka.
El
anfitrión de un bar me invitó a pasar, persuadiéndome de que se trataba del “partido
más importante del año”. En el interior del negocio, las mujeres y los hombres vestidos
con sus playeras, permanecían atentos al televisor. Los gritos de los fanáticos
se escuchaban a lo largo de la calle semivacía del tranvía.
Los
días anteriores la televisión local realizó enlaces, reportajes, encuestas...
sobre el juego —recuerdo particularmente la atención que le brindaron al atractivo
capitán del Galatasaray, por las reacciones que percibí de las jóvenes
estambulitas. Después, vinieron los resúmenes, la resaca y el pago de las
apuestas...
Esperaba por el vuelo que me
llevaría a Israel en el Aeropuerto Internacional Atatürk. Había dos jóvenes de Turkish Airlines, Aerolíneas turcas, que
aguardaban por los pasajeros detrás de un mostrador.
En cuanto uno de ellos me vio
acercarme, me preguntó: ¿Por qué vistes una sudadera griega —se trataba de una
prenda azul con la leyenda HELLAS, transliteración de ΕΛΛΑΣ, Grecia— y, al mismo tiempo, portas un tocado turco —un fez?
¿Acaso no sabes que somos enemigos? Para evitar una discusión que no me
concernía, contesté que sólo era un turista que gustaba de coleccionar ropa y
sombreros de los lugares que visitaba. Ya más relajados, al revisar mi
pasaporte y enterarse de mi nacionalidad, su trato cambió:
—¡Ah, meshicano! Púmash,
Tigüres... —queriendo decir, Pumas y Tigres, dos equipos de mi país.
—Noshotrosh conoshemos el
fútbol meshicano —agregó el otro.
—Sergio Almaguer jugó para
Galatasaray —afirmé.
—¿Olmogüer? ¿Olmogüer? —se
voltearon a ver.
—Sí, era defensa —puntualicé.
—¡Ah, shí, Olmogüer! —recordaron
finalmente.
(De la época en que yo entrenaba
en el Centro de Capacitación: Guillermo Cañedo (CECAP), donde se concentraban
las selecciones nacionales de fútbol de México, obtuve un autógrafo del propio
Almaguer, quien entonces era un joven delantero del Atlético Querétaro.)
Posteriormente, dos mexicanos
participaron de la Superliga de Turquía: el finado Antonio de Nigris en Gaziantepspor
(2006), Ankaraspor (2008) y Ankaragücü (2009); y en 2010, el también regiomontano,
Giovani dos Santos, en el Galatasaray, que dirigía Frank Rijkaard, su otrora
técnico en el FC Barcelona.
En
julio de 2003, siendo seleccionador nacional, Almaguer regresó a Turquía para
disputar la Copa Mundial Sub-20. Debido a los malos resultados de la primera
ronda, disputada en la ciudad de Gaziantep, donde había jugado “El Tano” años
atrás, México perdió 2 a 1 contra España en Estambul —esta vez en el “El
infierno turco”: la Arena Ali Sami Yen, y no en el antiguo estadio homónimo,
nueva casa del Galatasaray SK desde el 2011. Francia se coronó campeón en el
estadio referido.
Israel
Jamás había escuchado sobre el Beitar Yerushalaim, Beitar Jerusalén,
hasta que lo mencionó el conductor estadounidense de origen judío que me transportó
de Tel Aviv a la capital israelí.
Los referentes que conocía del
balompié de este país eran los “Macabeos” de Haifa y Tel Aviv que alguna vez
había visto participar de las competiciones europeas. En este sentido, como en
tantos otros, estaba más familiarizado con los clubes de baloncesto.
Sin preverlo, el Sabbat, día sagrado de la semana judía,
me sorprendió. El desayuno y un pedazo de pan comprado en el zoco, mercado del
barrio árabe, fueron el único alimento que ingerí.
Mi hotel se ubicaba a la
entrada de la ciudad, la cual estaba muerta. Resultaba arriesgado aventurarme y
más en mi famélica condición. Al caer la noche del sábado salí en busca de
comida sin mucha esperanza, y encontré abiertos y rebosantes de vida los locales
aledaños a la Central de Autobuses que habían permanecido cerrados desde el
atardecer del viernes. Parecía como si la gente hubiera salido de las entrañas
de la tierra y estuviera ávida de placeres.
Comí una especie de taco
envuelto en un restaurante lleno de adolescentes. Pita, respondieron cuando les pregunté qué comían, y pedí lo mismo
al dependiente.
Se transmitía un partido de la Ligat ha’Al, liga israelí, pero no le
presté atención, estaba tan hambriento que sólo me concentré en saciar mi
apetito. Aquel impreciso juego es el recuerdo que guarda mi cerebro respecto no
sólo del fútbol, sino también de la sociedad hebrea.
Egipto
Durante la navegación por el
río Nilo, el crucero realizó una breve escala para que los huéspedes compraran
chilabas, kufiyyas... con que
ataviarse para la fiesta nocturna de disfraces. Aquel día padecía de un severo
dolor estomacal. Sin embargo, decidí secundar a mis compañeros en vez de quedarme
a descansar en el camarote.
Mientras ellos buscaban
prendas, yo me senté a la sombra. Uno de los vendedores se acercó a mí y me
preguntó de dónde era. Le respondí que de México. Entonces me dijo que el Al-Ahly
vencería al Pachuca en la Copa Mundial de Clubes que se celebraría el mes
siguiente en Japón.
Más personas se congregaron en torno a mí, y comenzaron a enumerarme los logros de los cairotas. Aunque puntualicé que mi equipo eran los Pumas de la UNAM, de cualquier modo continuaron azuzándome por mi nacionalidad.
Más personas se congregaron en torno a mí, y comenzaron a enumerarme los logros de los cairotas. Aunque puntualicé que mi equipo eran los Pumas de la UNAM, de cualquier modo continuaron azuzándome por mi nacionalidad.
Se sentían muy confiados porque
“El Nacional”, encabezado por Mohamed Aboutrika, había derrotado al Cotonsport
Garou de Camerún por cuatro goles a dos en los dos partidos de la final de Liga
de Campeones de la Confederación Africana de Fútbol.
El principal antagonista del
popular Al-Ahly es el Zamalek Sporting
Club, ante quien disputa el “dérby” cairota. La gente acomodada de la
ciudad apoya a “Los caballeros blancos”, institución en la que algunos hijos —e
incluso, nietos— sucedieron a exitosos integrantes de la plantilla.
También se hablaba ya de la
próxima Copa Mundial Sub-20 que se celebraría el año próximo. Una de las sedes de dicha competencia fue el Estadio de
Puerto Said, donde murieron 74 personas el 1 de febrero de 2012, después de que
Al-Masry, “El egipcio” en árabe,
venciera por tres a uno al mencionado Al-Ahly.
El día que llegué al Aeropuerto
Internacional de El Cairo, tanto en el interior como en el estacionamiento,
abundaban los seguidores de los “Diablos rojos” que portaban orgullosos la
camiseta del mejor equipo africano del siglo XX, mientras gritaban y brincaban al
ondear sus banderas. La vehemencia de tales manifestaciones me evocó a los
habitantes que se vuelcan a las calles para celebrar que la cruenta guerra
civil terminó finalmente...
El
13 de diciembre de 2008 en el Estadio Nacional de Tokio, Pachuca —el primer
club de fútbol de México, fundado en 1901, y cuyo origen debe a los mineros
ingleses que trabajaban para la Compañía Minera “Real del Monte de Pachuca”—
venció cuatro a dos al Al-Ahly, que se creó en 1907 para acoger a los
estudiantes cairotas que se inconformaban por la colonización. Ya de vuelta en
mi hogar, recordé con mayor claridad los semblantes y las palabras de los
arrogantes fanáticos egipcios.
Bélgica
La visita al Bruparck para conocer el símbolo de
Bruselas: el Atomium, me permitió divisar el Estadio del Rey Balduino; llamado
así desde 1995.
En realidad no era sino el
tristemente célebre Estadio de Heysel, en cuyo interior murieron 39 personas y
hubo 600 heridos —otra fuente cita 38 muertos y 450 heridos— una hora antes de
que iniciara la final de la Copa de Europa de Clubes —recuerdo particularmente
el título del aún equipo yugoslavo, Estrella Roja de Belgrado en dicha
competición—, hoy conocida como Champions
League, Liga de Campeones, entre el Liverpool FC y La Vecchia Signora, “La vieja señora”: la Juventus de Turín, que
ganó la última con un tiro penal ejecutado por Michel Platini, actual
presidente de la Unión de Asociaciones Europeas de Fútbol (UEFA).
Reportaje de la RAI, televisión italiana, sobre la Tragedia de Heysel.
Cuatro años después, esta vez
en una de las semifinales del torneo más antiguo de fútbol: la FA Cup, Copa de la Asociación de Fútbol,
celebrada en el Estadio de Hillsborough de Sheffield, Liverpool participó de
otra tragedia: fallecieron 96 de sus espectadores. Esto suscitó que las autoridades
británicas tomaran medidas contra los seguidores marginales y agresivos, así
como para mejorar las condiciones de los estadios: la Football Spectators Act y el Taylor
Report.
Aspecto de mural de Liverpool y Everton. Museo de Liverpool. Foto: Ernesto Cruz. |
La “Tragedia de Heysel”, en que
se involucraron los hooligans, fanáticos
agresivos, se convirtió en un paradigma
de la violencia en el deporte, y propició que la UEFA y la FIFA sancionaran al
Liverpool en particular, y a los clubes ingleses en general.
Inglaterra
e Italia
Después de perder el autobús
que me llevaría a la agencia, desde donde partiría a Stonehenge, llegué como
pude: me subí a la vagoneta —o furgoneta como le dicen en otros países— y tomé
mi lugar. Viajaban alemanes, rusos... —de hecho, un niño de esta última nacionalidad
aceptó tomarme una fotografía simulando que conducía mientras esperábamos por
los demás para regresar a Londres.
Entablé conversación con mi
compañero de asiento. —¿De dónde eres? —De Roma. Lo cuestioné en italiano sobre
cuál era su squadra. Me respondió que
la Associazione Sportiva Roma. Yo le
nombré a Giuseppe Giannini y a varios jugadores contemporáneos —yo solía despertarme
muy temprano los domingos para ver las transmisiones del calcio, fútbol en italiano, y aunque presencié los títulos del
Milán y la Sampdoria, me aficioné al Internazionale
de los alemanes: Brehme, Matthäus y Klinsmann.
Me miró fijamente y me sonrió. Después llevó su mano al bolsillo del pantalón, sacó la cartera y me presumió su tarjeta de socio de los Giallorossi, Rojiamarillos. Se deshizo en elogios a Francesco Totti.
Me miró fijamente y me sonrió. Después llevó su mano al bolsillo del pantalón, sacó la cartera y me presumió su tarjeta de socio de los Giallorossi, Rojiamarillos. Se deshizo en elogios a Francesco Totti.
Algunos
días antes, en la capital inglesa, había conocido a un luchador oriundo de
Nezahualcóyotl —una de las zonas más
populares y populosas de la Ciudad de México: “Neza” o “Mi Nezota”, en alusión
tragicómica a Minnesota, Estados Unidos. Conversamos y visitamos juntos el
Castillo de Windsor.
Su
esposa lo había obsequiado con un viaje por Europa, y andaba sin saber otro
idioma que el suyo.
Posteriormente
me reencontré con él y me platicó que se hospedaba en el lujoso barrio de
Chelsea, por lo que un día, al escuchar el bullicio del público que se
congregaba en Stamford Bridge, el estadio del Chelsea Football Club, se allegó al inmueble para intentar adquirir
una entrada.
Me
confió que se topó con un revendedor a las afueras —“un negro alto y flaco”, señaló—,
quien por cuarenta euros, le vendió un boleto. Después trató de entrar, pero le
fue negado el acceso porque el ticket
no era válido: quien se lo vendió lo había recogido del piso, le dijo una
persona de intendencia que se percató de la situación y se acercó para auxiliarlo
—por cierto, también era mexicano.
Después
de platicar un rato con su paisano, el luchador, derrotado por un abusador sin
la necesidad de pelear, regresó a su hotel con aproximadamente ochocientos
pesos mexicanos menos.
Más adelante en el periplo que
realicé por el continente europeo, llegué a Italia: estuve en Florencia, donde
corroboré la pasión violeta por la Fiorentina.
En las zonas que recorrí de Roma, me encontré con una mayor afición por La Loba respecto de su rival: la Lazio.
En las zonas que recorrí de Roma, me encontré con una mayor afición por La Loba respecto de su rival: la Lazio.
Cuando alcancé el puerto de Nápoles,
su equipo se jugaba el scudetto.
Desde la época de Maradona, Ferrara, Alemão y Careca, el humilde equipo sureño
que acabó con la hegemonía de los poderosos y ricos del norte no había podido ni
siquiera acariciar un campeonato.
Me sorprendió sobremanera experimentar
una ciudad paralizada, vacía.
Incluso cuando desembarqué en Capri, desde donde el emperador Tiberio gobernó a Roma, el conductor que me trasladó del muelle a la parte más alta de la isla, escuchaba en la radio el partido: aceleraba y frenaba por la estrecha y sinuosa carretera mientras sus banderines, muñecos... napolitanos temblaban al igual que lo hacíamos los pasajeros.
Incluso cuando desembarqué en Capri, desde donde el emperador Tiberio gobernó a Roma, el conductor que me trasladó del muelle a la parte más alta de la isla, escuchaba en la radio el partido: aceleraba y frenaba por la estrecha y sinuosa carretera mientras sus banderines, muñecos... napolitanos temblaban al igual que lo hacíamos los pasajeros.
El día estaba nublado desde que
visité Pompeya por la mañana, lo que evitó que fotografiara el Vesubio.
Supongo que era un presagio de que los “azules” fracasarían en su carrera
parejera con el AC Milan: perdieron
por dos a uno contra el Udinese, y se les escapó la oportunidad de alcanzar a
los Rossoneri, Rojinegros.
En la relativa comodidad de la habitación
del hotel de la Via Aureliana en
Roma, encendí el televisor el domingo por la noche y monitoreé varios canales.
Me encontré con diversos programas futboleros en los que sobresalían las
despampanantes conductoras italianas.
Recuerdo particularmente la
vehemencia con que discutían y gritaban los comentaristas que degeneraban en tifosi, fanáticos —¡ah, como en tantas
otras partes!
En Turquía se experimentaba
algo en el ambiente, pero la nación en que sentí la pasión por este deporte fue
Italia, sin lugar a dudas.
En Cuba se retransmiten editados los partidos de fútbol —y de otros deportes, como el basquetbol— algunos meses después de sucedidos. Un habitante de la isla se ufanó de que “ellos estaban informados de todo lo que sucedía en el mundo”.
Cuba
Curiosamente, fue en mi
recorrido por la isla que percibí la trascendencia del “Superclásico argentino”
cuando conocí a un grupo de matrimonios adultos provenientes de un poblado
cercano a Tandil —lugar de origen del tenista, Juan Martín del Potro: un doctor
hincha de Boca, que había viajado por el mundo y se ufanaba de tener un palco
en “La bombonera”, y un ganadero “gallina” que durante el trayecto se puso la “remera”
—la playera— de “Los mishonários” para suscitar la polémica.
Gracias a las emisiones de la
cadena Fox Sports, me había familiarizado
con el fútbol argentino en que, al igual que en Londres, proliferan los clubes,
los estadios y los clásicos.
Las discusiones entre ambos
eran acaloradas y muy divertidas. Recientemente, “Los xeinezes” habían dominado
a la Argentina y al continente, liderados por “El Virrey”, Carlos Bianchi, y “El
apache”, Carlos Tévez, “un jugador del potrero nacido en la zona marginal del Gran
Buenos Aires”, y éste era el argumento con que triunfaba el seguidor del club fundado
por italianos que tomaron sus colores de un barco sueco del puerto.
En Cuba se retransmiten editados los partidos de fútbol —y de otros deportes, como el basquetbol— algunos meses después de sucedidos. Un habitante de la isla se ufanó de que “ellos estaban informados de todo lo que sucedía en el mundo”.
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