Durante mis viajes por el mundo suelo llevar diarios con el propósito no sólo de escribir lo que experimento y conozco, sino también para controlar el dinero del que dispongo. Estos pequeños textos son “apuntes” que, aunados a las imágenes recogidas, me permiten, al consultarlos, desencadenar mis recuerdos y, a partir de esto, crear crónicas más vívidas con las anécdotas a flor de piel. En el trayecto me he topado con otros viajeros, quienes me enriquecieron con sus relatos y fotografías.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Europa: Epílogo con tintes de prólogo.


Europa: Epílogo con tintes de prólogo.



Finalmente terminé de transcribir mi “Diario de viaje europeo”, y con ello he cerrado algunos ciclos, y se han abierto otros.

Primeramente, mi idea era copiar textualmente lo que había escrito en los meses de marzo y abril del año 2011 en el dicho cuaderno. Lo cierto, es que a medida de que escribía en la computadora lo que leía en el papel, los recuerdos —tanto buenos como malos— venían a mi mente.

Así, pues, opté por agregar algunas anécdotas, y guardarme sólo aquellas que considero puedo desarrollar después literariamente.

Con la perspectiva que sólo da el decurso, hoy aseguro que lo que viví en Europa durante un mes, me marcó. Sin duda, es el viaje más trascendente que he hecho hasta ahora. Y es que, cada viaje, al concluir, debería ser eso.

Europa fue un cúmulo de desengaños en mi vida, los cuales pude asimilar  gracias a la edad. Algunos días antes de partir, cumplí treinta años, y por ello era preponderante para mí, acabar con los mitos sociales con que había crecido respecto de las sociedades europeas.

Si bien conocí ciudades impresionantes ya históricas, ya modernas—, lo que más me impactó fue lo que sucede, y lo que se está gestando en dichas urbes: los inmigrantes que no cesan de llegar al continente, el auge del racismo, las crisis económicas de algunas de las naciones que conforman la Unión Europea...

Las diferencias culturales y paisajísticas de un país a otro. Juntos, pero separados. El idioma totalmente ajeno de una frontera a otra, aun cuando es el mismo idioma. El inglés con acento español, el francés con acento neerlandés, y el alemán con acento húngaro. La imposición de una moneda común donde no todas las economías caben. Y Alemania, aún tomada de la mano de Francia, volteando y haciendo un guiño a Rusia.

Las hordas de africanos que venden mercancía en la Plaza del Sol en Madrid, son los mismos que sacan de una bolsa, pequeñas réplicas de la Torre Eiffel en la Avenida de los Campos Elíseos, a unos pasos solamente del Arco del Triunfo, y que venden pañuelos y llaveros en cualquier otra parte de la Ciudad Luz. Son los mismos que mientras aceptan el regateo de los turistas, deslizan su mano dentro de las bolsas de las compradoras: son el vendedor de Pisa que oferta paraguas a la vez que blande una enorme sombrilla con los lugares más visitados de Italia, y que cuando caes en su trampa, te entrega una pequeña. Europa es el Mundo. Europa son los indios —incluso ingleses ya— que trabajan en Londres como meseros, botones, conductores, comerciantes: los gitanos que son echados de la iglesia del Emperador Guillermo en Ku’Damm ante mis ojos por aquel alemán hijo de puta, y que después me preguntan cerca de la Catedral de Berlín, si hablo inglés o alemán en el único inglés y alemán que hablan. Sí, son los rumanos, búlgaros, ecuatorianos... que rondan el Callao madrileño; las putas rusas elegantemente vestidas que en el centro de Viena me piden que las fotografíe. Son los comerciantes eslavos de las tiendas praguenses y los dependientes chinos de los comercios romanos; los estudiantes de todo el planeta, los turistas con sus cámaras que todos desprecian, y sus billetes que nadie rechaza; los hombres de negocios que viven en los aeropuertos europeos.

Recuerdos, ya sólo son eso. La jovencita que me coqueteó en una de las cafeterías que se encuentran afuera del Castillo de Windsor, en Inglaterra, mientras me despachaba; el árabe que, acompañado por su familia, y en el nombre de Alá, me pidió dinero en una de las zonas más poderosas del mundo, el distrito europeo de Bruselas; el francés que se bajó de la bicicleta, y me orientó en Orleans, cerca de la Catedral; el policía madrileño al que le pregunté si la explosión que vi en la televisión años atrás, había sido en la Estación de Atocha que mis ojos observaban; el taxista italiano que me indicó dónde estaba la Plaza de España; el enorme vigilante de la Ferrari que me invitó a que admirará el auto que se exhibía dentro; el húngaro que siguió a mis compañeras de viaje, después de que cambiaran euros por florines en la casa de cambio, con el propósito de asaltarlas; el clérigo que bendijo la efigie del niño Jesús de Praga que le compré a mi padre; el luchador mexicano, al que su esposa le pagó el viaje, que se allegó durante un partido a Stamford Bridge, el estadio del equipo londinense de fútbol, Chelsea, y al que un vivales timó vendiéndole un boleto falso por cuarenta euros; las ancianas que en el subterráneo berlinés me observaban como si fuera un animal; la brasileña a la cual despojaron de su bolso, dinero y pasaporte en el metro romano; las dos jovencitas de Guadalajara que fueron desvestidas en el aeropuerto de Barajas, por parecer sospechosas de ser mulas, y que retrasaron el autobús aquel día de mi llegada a Europa.

Recuerdos, algunos congelados en el tiempo de mis fotografías, y otros sólo en mi mente, para siempre, hasta que muera.



Escrito en mi computadora. En la sala de mi casa.      

Sábado, 05 de noviembre de 2011.

22:34









No hay comentarios:

Publicar un comentario