Durante mis viajes por el mundo suelo llevar diarios con el propósito no sólo de escribir lo que experimento y conozco, sino también para controlar el dinero del que dispongo. Estos pequeños textos son “apuntes” que, aunados a las imágenes recogidas, me permiten, al consultarlos, desencadenar mis recuerdos y, a partir de esto, crear crónicas más vívidas con las anécdotas a flor de piel. En el trayecto me he topado con otros viajeros, quienes me enriquecieron con sus relatos y fotografías.

sábado, 14 de enero de 2012

Jerusalén, Israel. Sábado, 15 de noviembre de 2008.


Sábado, 15 de noviembre de 2008.

Jerusalén, Israel. Jerusalem Gate Hotel.



Fue un día complicado que aún no termina. A las ocho saldré del hotel para conocer Jerusalén por la noche; paseo que me costó veintiocho euros.



Me desperté temprano, desayuné. Regresé a mi habitación para preparar mis maletas, previendo que volvería demasiado tarde del recorrido nocturno.

Mañana me recogerán a las siete —el restaurante abre a las seis y media— para trasladarme a El Cairo, la entrada a mi último destino a visitar durante este largo itinerario: Egipto.



Han sido dos semanas en las cuales he perdido la noción del tiempo, rompiendo mi rutina durante algunos días. Mejor dicho, cambiándola por otra.



Hoy estuve en el Monte de los Olivos, Getsemaní, la Iglesia de la Dormición, adonde no entré porque se celebraba un concierto, además de recorrer el zoco, mercadillo que se encuentra en el barrio árabe de la parte antigua de la ciudad.

Los comercios judíos permanecieron cerrados desde ayer, debido al Sabbat, una situación difícil para quien visita el país por primera vez: no hay dónde comer, cómo transportarse...

Gasté mucho dinero hoy. Tuve que comprar cinco cintas de vídeo y una tarjeta de memoria de cuatro gigabytes para la cámara fotográfica, pues no tenía la certeza de que en Egipto las pudiera conseguir. Pagué por ambas mucho más de lo que cuestan; sin embargo, ese es el precio —irónico modo de emplear las palabras— que hay que pagar cuando se es un viajero inexperto como yo.

Acompañado por Claudia, la chica colombiana que conocí, así como por un par de compatriotas poblanas —madre e hija—, con quienes desayuné en el hotel hace algunos días, y entablé una amistad, recorrí el mercado. Incluso entré a un “café internet”, desde donde percibí las torretas que el ejercito israelí instaló en las entrañas del barrio árabe.

Tengo mucha hambre y no hay dónde comer. El restaurante del hotel no es una opción, debido a la escasez de dinero que experimento. Estoy hospedado a la entrada de la ciudad, cerca del puente atirantado, llamado popularmente —y no sin cierto dejo de ironía— “el arpa del Rey David” y “el Puente de Cuerdas”. Hace algunas horas simplemente el taxi me cobró diez euros —más “propina”— del centro al noroeste.



Por cierto, descubrí que el ruido de las ambulancias que evocaban en mí las imágenes televisivas de los atentados, y que me inquietaban, se debían a que hay un hospital cerca del hotel.



Doscientos euros y nueve dólares es lo que tengo para sobrevivir de aquí al domingo. Ojalá lo logre... Lo único que me tranquiliza un poco, es que Egipto es el país más barato de este recorrido, así como el último.



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