Viernes,
14 de noviembre de 2008.
Jerusalén,
Israel. Jerusalem Gate Hotel.
Dispongo de 282 euros, 29
dólares y 36 nuevos shekels (NIS).
Hoy recorrí los lugares más
santos para los cristianos —ora católicos, ora ortodoxos, ora armenios, ora
etíopes...
Recorrí el Viacrucis o estaciones
de la cruz. Estuve en el Santo Sepulcro, el Muro de las Lamentaciones, el Museo
del Holocausto...
Conocí Palestina, la ciudad de
Belén, donde según la tradición, nació el hombre que cambió el curso de la
Humanidad.
Estuve formado durante horas en
el interior de la Basílica de la Natividad, con el propósito de tocar —y así lo
hice— la estrella de plata donde se cree que fue el lugar donde
María parió a Jesucristo.
Conocí a una joven colombiana
llamada Claudia —¡vaya que la vida es curiosa!—, quien me orientó sobre Egipto.
Realmente fue un día abrumador.
No tuve descanso. Me llevo diversas impresiones de Palestina sobre las cuales
espero reflexionar.
Mi tarjeta de la cámara
fotográfica está casi llena, y me queda una cinta de vídeo para el día de
mañana. Esto implicará gastos con los que no contaba.
Me telefoneó Angélica, mi
hermana.
Cuando se habla del Shabbat, descanso, de los judíos no se
sabe de qué se habla hasta que se experimenta en Israel.
La ciudad está muerta. Algunos
automóviles circulan por las calles esporádicamente, y se distinguen algunos
judíos ortodoxos caminando rápidamente por las aceras. El comercio está
ausente: no se puede comprar ni un dulce ni un refresco en una tienda. El único
medio de transporte disponible son los pies.
Mañana visitaré el Monte de los
Olivos, Getsemaní, el Monte Scopus...
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