Durante mis viajes por el mundo suelo llevar diarios con el propósito no sólo de escribir lo que experimento y conozco, sino también para controlar el dinero del que dispongo. Estos pequeños textos son “apuntes” que, aunados a las imágenes recogidas, me permiten, al consultarlos, desencadenar mis recuerdos y, a partir de esto, crear crónicas más vívidas con las anécdotas a flor de piel. En el trayecto me he topado con otros viajeros, quienes me enriquecieron con sus relatos y fotografías.

jueves, 12 de enero de 2012

İstanbul, Türkiye. Estambul, Turquía. Miércoles, 12 de noviembre de 2008.


Miércoles, 12 de noviembre de 2008.

İstanbul, Türkiye. Estambul, Turquía.



El espectáculo de anoche fue divertido, si bien fue como todo lo que aquí se ofrece: turístico.

Regresé a las once de la noche al hotel aproximadamente. Me dormí tarde, preparando mis cosas para abandonar la habitación mañana.

Ya desayuné. Disfruté de la salida del sol. Espero en la estancia del hotel para que me recojan a las nueve y media, y me trasladen al aeropuerto posteriormente.

Estoy a la mitad del viaje. He vivido ya tantas cosas que me resulta difícil establecer fechas.

Camino mucho, duermo poco. Acaso de este modo pueda definirse este lapso de mi vida.

Hay preocupación en mí, debido a mi llegada a Israel. La gente con la que he platicado aquí, no me refiere información favorable sobre aquel país.

A pesar de ello, yo tengo la disposición de vivir tanto las buenas experiencias como las malas.

Me restan 400 euros y 46 dólares. En monedas, 5, 86 € y .40 (Yeni kuruş, cuarenta centavos de la Nueva lira turca, yeni türk lirası, la cual sustituyó a la lira turca, türk lirası). Si en México le quitaron tres ceros al peso, aquí fueron más osados, desapareciendo el doble: ¡Seis ceros!

Afortunadamente, cierro esta travesía en un país “barato” como Egipto. No obstante, primero tengo que visitar Israel que, según he escuchado, es más caro incluso que Turquía.

Siento que mi partida de Estambul se da cuando empiezo a conocerla —lo mismo me sucedió con Atenas. No sé si este sentimiento sea exclusivamente mío, o si la melancolía tenga que ver.

Salvo el clima, el cual fue más benévolo ayer, Turquía me impactó gratamente.

A decir verdad, Estambul me sorprendió desde que la vi por primera vez desde el aire. Es una ciudad desconcertadora; uno de esos lugares que te golpea con el puño en la cara.

Dejó atrás Turquía satisfecho, como me fui de Grecia. No me llevo las decepciones ni las actitudes negativas. Me quedo con la pericia de sus comerciantes, la belleza de sus mujeres, el anhelo de occidentalización... Recordaré siempre sus lugares históricos —aun cuando algunos sean excesivamente caros—; la seguridad que priva —esto me permitió convertirme en estos días en un caminante enamorado de sus contrastes: la modernidad y la tradición unidas.

Beşiktaş, Karaköy, Sirkeci, Sultanahmet, Beyoğlu, Ortaköy, Kabataş, Çemberlitas, Taksim... son lugares sobre los que había leído, pero jamás me imaginé con los conocería —y menos en la forma en que lo hice: caminando codo a codo con su gente, disfrutando de sus olores y sabores, escuchando su difícil lengua, y fascinándome con sus interminables mezquitas.

Parafraseo a los turcos —respecto de su situación geográfica: “Acaso mi cabeza y mi cuerpo estén en América, pero buena parte de mi corazón, ya está en Turquía.”



Anotaciones:



Las gaviotas que sobrevuelan Sultan Ahmet Camii y Ayasofya.

Los gatos de las calles.

Los cuervos en el Hipódromo.



(Continua en la siguiente)



Estoy sentado en el asiento 24C del avión de las Aerolíneas Turcas, Turkish Airlines, con dirección al Aeropuerto David Ben Gurion de Tel-Aviv.

Ha sido una mañana accidentada en demasía.

En algunas horas más espero arribar a Israel, y así haber estado en cinco países en diez días.

Acabo de experimentar el momento más peligroso de mi viaje —y acaso de mi vida. Una vez que estaba formado en la fila para registrarme, me percaté de que no llevaba conmigo una de mis mochilas. ¡La había olvidado en el control del aeropuerto!

Actué intempestivamente, y abandoné mi maleta. Afortunadamente la encontré en un contenedor junto al guardia, quien no me disparó por suerte.

Me disculpé por mi descuido, y soporté la reprimenda que me dieron.

El interrogatorio realizado por un joven de la aerolínea mientras estaba formado, no se compara con lo que presencié una vez que me instalé en la sala de abordaje.

Primero fue una pareja china, y después una rusa. Precisamente, este último matrimonio está sentado a mi izquierda. Los agentes de seguridad los subieron al autobús que después nos transportaría al avión: los catearon, abrieron sus maletas, e incluso les quitaron sus documentos… Esto, evidentemente, retrasó el vuelo.

Los turcos del aeropuerto se portaron bien conmigo. Conversé con los que registraron mi equipaje y me dieron el boleto de abordaje: —Pumas, Santos Laguna... —me dijeron, luego de enterarse de que era mexicano—, mientras yo les nombraba diversos elementos de la cultura turca contemporánea, ya que eran jóvenes: equipos de fútbol: Galatasaray, Fenerbahçe, Beşiktaş; cantantes: Şebnem Ferah, Ali Tufan Kiraç, Hülya Avşar, Funda Arar; equipos de básquetbol, jugadores y entrenadores: Efes Pilsen, Tamer Oyguç, Harun Erdenay, Ömer Büyükaykan...   

La persona de la agencia “Meridian” que me recogió en el hotel, fue sumamente amable. Incluso entró conmigo al aeropuerto, y me formó en la fila. Dicha actitud contrasta completamente con la del taxista griego que se me asignó, quien además de no hablar mucho —volteaba y me sonreía a cuanto le decía—, me botó en una puerta equivocada. Así, la atención que recibí aquí —sin mencionar las instalaciones, el servicio, el transporte, la comida...—, fue mejor que en Grecia.

Entre la gente del aeropuerto, causó sensación mi “fez”, sombrero, el cual complementaba con una sudadera azul con la inscripción “HELLAS”, Grecia. Esta última, por cierto, no pasó inadvertida para algunos turcos, quienes llegaron a cuestionarme “por qué vestía un tocado turco con una prenda griega, siendo que eran enemigos.” A lo que yo respondía humildemente: “Sólo soy un turista.”

El encargado de sellarme el pasaporte, me habló en español, y me deseó buen viaje con una sonrisa —¡Ah, cuán diferente a aquel que me selló cuando ingresé al país, quien cotejaba incesantemente la foto con mi rostro! Posteriormente me enteré de que esto no sólo me había ocurrido a mí, sino a otros compatriotas, así como a los simpatiquísimos padres chilenos con quienes compartí algunos paseos: “Veía y reveía el pasaporte; lo hojeaba de ida y vuelta, y estoy seguro de que ni siquiera sabía qué era Chile, ni dónde estaba”, me comentó uno de ellos mientras comíamos en el restaurante de Topkapi.



Volé sobre el conflictivo Chipre, una zona dividida entre turcos y griegos. A la parte turca únicamente se puede acceder desde Turquía.



Desciendo en “Tierra Santa”, sea lo que eso signifique. El avión se mueve de un lado a otro. La mujer que viene a mi lado se cuelga de su marido mientras resuella. Le incomoda volar.  Cuando emprendimos el vuelo, trató de distraerse completando crucigramas.





Nota:

Siempre trato de ser respetuoso no sólo de la gente, sino también de los lugares que visito. Sin embargo, durante una de las muchas caminatas que hice a lo largo de la avenida del “camino al consejo imperial”, Divan Yolu Caddesi, captó mi atención un cementerio, al cual ingresé. Después de un rato de admirar y fotografiar la caligrafía de las lápidas, un sujeto comenzó a gritarme a la distancia. Al parecer había profanado las tumbas caminando sobre ellas. Me disculpé sentidamente; sin embargo, continuaba gritándome. Salí apenadísimo de aquel antiguo cementerio otomano, y agradecido de que mi imprudencia no me hubiera costado salvo una reprimenda.

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