Miércoles,
12 de noviembre de 2008.
İstanbul,
Türkiye. Estambul, Turquía.
El espectáculo de anoche fue
divertido, si bien fue como todo lo que aquí se ofrece: turístico.
Regresé a las once de la noche
al hotel aproximadamente. Me dormí tarde, preparando mis cosas para abandonar
la habitación mañana.
Ya desayuné. Disfruté de la
salida del sol. Espero en la estancia del hotel para que me recojan a las nueve
y media, y me trasladen al aeropuerto posteriormente.
Estoy a la mitad del viaje. He
vivido ya tantas cosas que me resulta difícil establecer fechas.
Camino mucho, duermo poco.
Acaso de este modo pueda definirse este lapso de mi vida.
Hay preocupación en mí, debido
a mi llegada a Israel. La gente con la que he platicado aquí, no me refiere
información favorable sobre aquel país.
A pesar de ello, yo tengo la disposición
de vivir tanto las buenas experiencias como las malas.
Me restan 400 euros y 46
dólares. En monedas, 5, 86 € y .40 (Yeni kuruş,
cuarenta centavos de la Nueva lira turca, yeni
türk lirası, la cual sustituyó a la lira turca, türk lirası). Si en México le quitaron tres ceros al peso, aquí
fueron más osados, desapareciendo el doble: ¡Seis ceros!
Afortunadamente, cierro esta
travesía en un país “barato” como Egipto. No obstante, primero tengo que
visitar Israel que, según he escuchado, es más caro incluso que Turquía.
Siento que mi partida de
Estambul se da cuando empiezo a conocerla —lo mismo me sucedió con Atenas. No
sé si este sentimiento sea exclusivamente mío, o si la melancolía tenga que
ver.
Salvo el clima, el cual fue más
benévolo ayer, Turquía me impactó gratamente.
A decir verdad, Estambul me
sorprendió desde que la vi por primera vez desde el aire. Es una ciudad
desconcertadora; uno de esos lugares que te golpea con el puño en la cara.
Dejó atrás Turquía satisfecho,
como me fui de Grecia. No me llevo las decepciones ni las actitudes negativas.
Me quedo con la pericia de sus comerciantes, la belleza de sus mujeres, el anhelo
de occidentalización... Recordaré siempre sus lugares históricos —aun cuando
algunos sean excesivamente caros—; la seguridad que priva —esto me permitió
convertirme en estos días en un caminante enamorado de sus contrastes: la
modernidad y la tradición unidas.
Beşiktaş, Karaköy, Sirkeci, Sultanahmet, Beyoğlu, Ortaköy, Kabataş, Çemberlitas, Taksim... son lugares sobre los que había leído, pero jamás me
imaginé con los conocería —y menos en la forma en que lo hice: caminando codo a
codo con su gente, disfrutando de sus olores y sabores, escuchando su difícil
lengua, y fascinándome con sus interminables mezquitas.
Parafraseo a los turcos
—respecto de su situación geográfica: “Acaso mi cabeza y mi cuerpo estén en
América, pero buena parte de mi corazón, ya está en Turquía.”
Anotaciones:
Las gaviotas que sobrevuelan Sultan Ahmet Camii y Ayasofya.
Los gatos de las calles.
Los cuervos en el Hipódromo.
(Continua
en la siguiente)
Estoy sentado en el asiento 24C
del avión de las Aerolíneas Turcas, Turkish
Airlines, con dirección al Aeropuerto David Ben Gurion de Tel-Aviv.
Ha sido una mañana accidentada
en demasía.
En algunas horas más espero
arribar a Israel, y así haber estado en cinco países en diez días.
Acabo de experimentar el
momento más peligroso de mi viaje —y acaso de mi vida. Una vez que estaba
formado en la fila para registrarme, me percaté de que no llevaba conmigo una
de mis mochilas. ¡La había olvidado en el control del aeropuerto!
Actué intempestivamente, y
abandoné mi maleta. Afortunadamente la encontré en un contenedor junto al
guardia, quien no me disparó por suerte.
Me disculpé por mi descuido, y
soporté la reprimenda que me dieron.
El interrogatorio realizado por
un joven de la aerolínea mientras estaba formado, no se compara con lo que
presencié una vez que me instalé en la sala de abordaje.
Primero fue una pareja china, y
después una rusa. Precisamente, este último matrimonio está sentado a mi
izquierda. Los agentes de seguridad los subieron al autobús que después nos
transportaría al avión: los catearon, abrieron sus maletas, e incluso les
quitaron sus documentos… Esto, evidentemente, retrasó el vuelo.
Los turcos del aeropuerto se
portaron bien conmigo. Conversé con los que registraron mi equipaje y me dieron
el boleto de abordaje: —Pumas, Santos Laguna... —me dijeron, luego de enterarse
de que era mexicano—, mientras yo les nombraba diversos elementos de la cultura
turca contemporánea, ya que eran jóvenes: equipos de fútbol: Galatasaray,
Fenerbahçe, Beşiktaş; cantantes: Şebnem Ferah, Ali Tufan Kiraç, Hülya Avşar,
Funda Arar; equipos de básquetbol, jugadores y entrenadores: Efes Pilsen, Tamer
Oyguç, Harun Erdenay, Ömer Büyükaykan...
La persona de la agencia
“Meridian” que me recogió en el hotel, fue sumamente amable. Incluso entró
conmigo al aeropuerto, y me formó en la fila. Dicha actitud contrasta
completamente con la del taxista griego que se me asignó, quien además de no
hablar mucho —volteaba y me sonreía a cuanto le decía—, me botó en una puerta
equivocada. Así, la atención que recibí aquí —sin mencionar las instalaciones,
el servicio, el transporte, la comida...—, fue mejor que en Grecia.
Entre la gente del aeropuerto,
causó sensación mi “fez”, sombrero, el cual complementaba con una sudadera azul
con la inscripción “HELLAS”, Grecia. Esta última, por cierto, no pasó
inadvertida para algunos turcos, quienes llegaron a cuestionarme “por qué
vestía un tocado turco con una prenda griega, siendo que eran enemigos.” A lo
que yo respondía humildemente: “Sólo soy un turista.”
El encargado de sellarme el
pasaporte, me habló en español, y me deseó buen viaje con una sonrisa —¡Ah,
cuán diferente a aquel que me selló cuando ingresé al país, quien cotejaba
incesantemente la foto con mi rostro! Posteriormente me enteré de que esto no
sólo me había ocurrido a mí, sino a otros compatriotas, así como a los
simpatiquísimos padres chilenos con quienes compartí algunos paseos: “Veía y
reveía el pasaporte; lo hojeaba de ida y vuelta, y estoy seguro de que ni
siquiera sabía qué era Chile, ni dónde estaba”, me comentó uno de ellos mientras
comíamos en el restaurante de Topkapi.
Volé sobre el conflictivo
Chipre, una zona dividida entre turcos y griegos. A la parte turca únicamente
se puede acceder desde Turquía.
Desciendo en “Tierra Santa”,
sea lo que eso signifique. El avión se mueve de un lado a otro. La mujer que
viene a mi lado se cuelga de su marido mientras resuella. Le incomoda volar. Cuando emprendimos el vuelo, trató de
distraerse completando crucigramas.
Nota:
Siempre trato de ser respetuoso
no sólo de la gente, sino también de los lugares que visito. Sin embargo,
durante una de las muchas caminatas que hice a lo largo de la avenida del “camino
al consejo imperial”, Divan Yolu Caddesi,
captó mi atención un cementerio, al cual ingresé. Después de un rato de admirar
y fotografiar la caligrafía de las lápidas, un sujeto comenzó a gritarme a la
distancia. Al parecer había profanado las tumbas caminando sobre ellas. Me
disculpé sentidamente; sin embargo, continuaba gritándome. Salí apenadísimo de
aquel antiguo cementerio otomano, y agradecido de que mi imprudencia no me
hubiera costado salvo una reprimenda.
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