Durante mis viajes por el mundo suelo llevar diarios con el propósito no sólo de escribir lo que experimento y conozco, sino también para controlar el dinero del que dispongo. Estos pequeños textos son “apuntes” que, aunados a las imágenes recogidas, me permiten, al consultarlos, desencadenar mis recuerdos y, a partir de esto, crear crónicas más vívidas con las anécdotas a flor de piel. En el trayecto me he topado con otros viajeros, quienes me enriquecieron con sus relatos y fotografías.

viernes, 23 de diciembre de 2011

İstanbul, Türkiye. Estambul, Turquía. Martes, 11 de noviembre de 2008.


Martes, 11 de noviembre de 2008.

İstanbul, Türkiye. Estambul, Turquía.



Ayer fue devastador para mis pies, y hoy fue peor. Caminé como peregrino.

Después de desayunar muy temprano, abandoné el hotel, en busca de los legendarios baños otomanos de Cağaloğlu, Cağaloğlu Hamam, que había visto ayer. Regresé a Santa Sofía, y fui el primero en entrar.

Salí a las once de la mañana aproximadamente, después de regodearme con las cámaras.

Me trasladé a Karaköy en el “tranvía de la nostalgia”, y desde ahí subí a pie hasta la Torre de Gálata, Galata Kulesi. Llamada por los genoveses, la “Torre de Cristo”, y por los bizantinos, “Gran torre”.

Las fotografías jamás podrán transmitir lo que se experimenta allá arriba, cuando se observa la ciudad de Estambul.

El distrito de Beyoğlu me desconcertó por su cosmopolitismo. Otra realidad, una ciudad pequeña dentro de una metrópolis.

Estambul es una ciudad contrastante, a la cual da armonía la diversidad de sus distritos.

Llegué a Taksim Meydanı, la Plaza de Taksim, y corroboré lo que había leído en las revistas, en la red... Recorrí vehementemente la Avenida de la independencia, İstiklâl Caddesi, y me perdí por las calles aledañas.

Busqué el mítico Peras Palace, donde se alojara la escritora Agatha Christie, hasta que mis fuerzas me lo permitieron, pero fracasé. Algunos días atrás, estuve en la Terminal del Expreso de Oriente, y por casualidad me enteré.

Entré a la Catedral de San Antonio de Padua, cerca del Liceo de Galatasaray.

Compré un par de camisetas.

Comí en el “Bereket Halk Döner Restaurant”.

De vuelta, me confundí y me perdí en el metro. Reaccioné y encontré el teleférico a Kabataş, una de las palabras que mayor repercusión tendrá en mi existencia. Experimenté lo que sienten los estambulitas: el vagón se llenó en Eminönü.

Regresé al Gran Bazar, donde adquirí una sudadera y una chaqueta. Asimismo, compré algunos obsequios —quería gastarme las liras turcas que me sobraban: monederos, postales...



Estoy molido. Sin embargo, saldré al espectáculo de la danza del vientre.



Me olvidé de comentarlo ayer, pero mientras caminaba, detuve mi andar, y me senté en una de las bancas que se encuentran afuera de la Mezquita Azul, para escuchar la oración de la tarde, magnificada por el altavoz.

Muy cerca de ahí, en la avenida de Divan Yolu o Divanyolu, “camino al consejo imperial”, calle que he  recorrido una y otra vez durante mi estancia en esta ciudad, hay otra pequeña mezquita, Firuz Ağa Camii, de la cual también salía el llamado del almuédano.

Me pareció que conversaban. Fue conmovedor. Mi llanto estuvo a punto de aflorar.




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