Martes,
11 de noviembre de 2008.
İstanbul,
Türkiye. Estambul, Turquía.
Ayer fue devastador para mis
pies, y hoy fue peor. Caminé como peregrino.
Después de desayunar muy
temprano, abandoné el hotel, en busca de los legendarios baños otomanos de Cağaloğlu,
Cağaloğlu Hamam, que había visto ayer.
Regresé a Santa Sofía, y fui el primero en entrar.
Salí a las once de la mañana aproximadamente,
después de regodearme con las cámaras.
Me trasladé a Karaköy en el “tranvía
de la nostalgia”, y desde ahí subí a pie hasta la Torre de Gálata, Galata Kulesi.
Llamada por los genoveses, la “Torre de Cristo”, y por los bizantinos, “Gran
torre”.
Las fotografías jamás podrán transmitir
lo que se experimenta allá arriba, cuando se observa la ciudad de Estambul.
El distrito de Beyoğlu me
desconcertó por su cosmopolitismo. Otra realidad, una ciudad pequeña dentro de
una metrópolis.
Estambul es una ciudad
contrastante, a la cual da armonía la diversidad de sus distritos.
Llegué a Taksim Meydanı, la Plaza de Taksim, y corroboré lo que había leído
en las revistas, en la red... Recorrí vehementemente la Avenida de la
independencia, İstiklâl Caddesi, y me
perdí por las calles aledañas.
Busqué el mítico Peras Palace, donde se alojara la
escritora Agatha Christie, hasta que mis fuerzas me lo permitieron, pero
fracasé. Algunos días atrás, estuve en la Terminal del Expreso de Oriente, y
por casualidad me enteré.
Entré a la Catedral de San Antonio
de Padua, cerca del Liceo de Galatasaray.
Compré un par de camisetas.
Comí en el “Bereket Halk Döner
Restaurant”.
De vuelta, me confundí y me perdí
en el metro. Reaccioné y encontré el teleférico a Kabataş, una de las palabras que mayor repercusión tendrá en mi
existencia. Experimenté lo que sienten los estambulitas: el vagón se llenó en
Eminönü.
Regresé al Gran Bazar, donde
adquirí una sudadera y una chaqueta. Asimismo, compré algunos obsequios —quería
gastarme las liras turcas que me sobraban: monederos, postales...
Estoy molido. Sin embargo,
saldré al espectáculo de la danza del vientre.
Me olvidé de comentarlo ayer,
pero mientras caminaba, detuve mi andar, y me senté en una de las bancas que se
encuentran afuera de la Mezquita Azul, para escuchar la oración de la tarde,
magnificada por el altavoz.
Muy cerca de ahí, en la avenida
de Divan Yolu o Divanyolu, “camino al consejo imperial”, calle que he recorrido una y otra vez durante mi estancia
en esta ciudad, hay otra pequeña mezquita, Firuz
Ağa Camii, de la cual también salía el llamado del almuédano.
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