Durante mis viajes por el mundo suelo llevar diarios con el propósito no sólo de escribir lo que experimento y conozco, sino también para controlar el dinero del que dispongo. Estos pequeños textos son “apuntes” que, aunados a las imágenes recogidas, me permiten, al consultarlos, desencadenar mis recuerdos y, a partir de esto, crear crónicas más vívidas con las anécdotas a flor de piel. En el trayecto me he topado con otros viajeros, quienes me enriquecieron con sus relatos y fotografías.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Αθήνα, Ἑλλάς. Atenas, Grecia. Miércoles, 05 de noviembre de 2008.






Miércoles, 05 de noviembre de 2008.

Αθήνα, λλάς. Atenas, Grecia.

Hotel Arethusa.



Gastos del día:

Excursión a Egina: 22 €

Cuatro llaveros: 10 €

Una gorra de Grecia: 5 €

Dos refrescos de 250 ml. 1, 35 €

(Cola y Γεράνι Μπυράλ)

Dos fotografías en el crucero 10 €

48, 35 €



Mis vecinos fornican, y por ello me resulta difícil concentrarme para escribir. Son las diez con dos minutos. Acabo de entrar a mi habitación.



Luego de regresar del crucero por el Golfo Sarónico, donde visité las islas de Hydra, Póros y Éyina, dejé mis cámaras sobre la cama, y puse a cargar la batería de la fotográfica —ambas pilas se descargaron—, y salí a caminar.

No sólo visité la Πλατεία Συντάγματος, Platía Sindágmatos, Plaza Síntagma o de la Constitución, sino que fui más allá. Prácticamente visité quiosco por quiosco en busca de recuerdos —además tenía la curiosidad de comparar precios, ya que los de las Islas Sarónicas eran ridículos por elevados; me comentaron que Santorini es incluso más caro. Por ejemplo, me compré una gorra de 5 euros —no digo que sea barata, pero su precio es más razonable que los 7 u 8 en que las vendían en Hidra y Poros.

Dichos quioscos venden cualquier “souvenir” que se busque: camisetas, muñecos de soldados, llaveros, jarrones, platos, guías turísticas, cigarrillos, papas, refrescos, galletas, dulces, tarjetas telefónicas, memorias para cámaras, banderas griegas, mascadas, artículos relacionados con los equipos deportivos griegos —Panathinaikós, Olympiakós, PAOK, AEK, Aris...: gallardetes, bufandas, parches… Así, pues, en este sentido están mejor surtidas que nuestros puestos de periódicos y revistas.

Cuando estaba a punto de regresar al hotel, decidí ubicar el Hotel Elektra, ya que de ahí saldrá mañana la excursión para visitar la Argólida. Y lo encontré casi a la vuelta del mío, el Hotel Arethusa.

Caminé por la calle peatonal Ermoú, Οδός Ερμού, normalmente concurrida y comercial. Sin embargo, a esa hora los negocios ya estaban cerrados. Regresé por Μητροπόλεως, Mitropóleos, pero llamó mi atención la vista sobrecogedora de la Acrópolis, iluminada de noche. Me atrajo hacía ella. Ojalá mañana tenga la oportunidad de grabarla por la noche.

Deambulé por el mítico y bohemio barrio de Pláka, Πλάκα.

Las mujeres hermosas abundan aquí. Destacan por su diversidad: rubias, pelirrojas... Además, tienen bellos cuerpos.



De los tres lugares que visité, me quedo con la isla de Hidra, un lugar hermoso, donde abundan los burros y los gatos. Aquí, llené la capacidad de mi tarjeta fotográfica.

La isla de Poros no me gustó por su corte netamente turístico.

Egina tiene más que ofrecer. Si bien la excursión que pagué, no me permitió conocerla como hubiera deseado —la vagoneta no se detenía ni siquiera en los sitios que describía el guía, el cual, dicho sea de paso, era malísimo, y medio hablaba español. Así, vi la casa donde vivió Níkos Kazantazákis.

Disfruté del crucero porque me permitió jugar con las imágenes —ora fotográficas, ora de vídeo— en el Mar Egeo. Por cierto, me enteré a bordo de que Barack Obama es el nuevo presidente de los Estados Unidos de América. El entretenimiento ofrecido por la gente del barco fue banal. Sin embargo, no debo olvidarme de que esto es un “viaje turístico”. Acaso lo mejor haya sido ver a las jóvenes rusas ensayando los bailes helénicos, mientras eran impulsadas por los animadores.

Es difícil estar solo. Lo corroboré en diversos momentos. Sobre todo cuando los numerosos grupos japoneses, chinos y rusos se hacían presentes.

Me arden la cara, el cuello y los brazos. El sol era intenso aunque el viento soplaba fuertemente. Después de todo, fue buena idea llevar gorra y chamarra.

Valió la pena conocer el Monasterio de San Nectario —aunque haya prescindido del Templo de Afea. Fue el primer acercamiento real que tuve con la religión griega ortodoxa, una tradición muy diferente a aquella dentro de la cual crecí: el catolicismo.

Cuando regresé al autobús, me senté en un lugar diferente al que había ocupado. Una rusa enorme como un oso siberiano se acercó a mí, y prácticamente me levantó del asiento. Yo no quise discutir. Después de todo, estoy de vacaciones. Sin embargo, esta anécdota trivial evidencia el comportamiento de los rusos, quienes debido a los cambios políticos y económicos que ha sufrido su país en los últimos años, están descubriendo el turismo en otro sentido. No obstante, sus modales dejan mucho que desear.



También degusté algunos mariscos y pescados en una taberna de Egina. No me gustó el Ούζο, oúzo; pero a Aristóteles, mi padre, le habría encantado, ya que él gusta del anís. Compartí la mesa con un caribeño y una irlandesa.



Transcribo algunos pensamientos que escribí en el sobre donde me dieron las fotos del crucero:



“Infortunadamente, la música tradicional pierde sentido y esencia cuando se utiliza como entretenimiento —en este caso, de turistas.” (Escrito sobre una mesa del crucero. 18:51.)

“Después de observar el mar durante horas, comprendí que los griegos no podían ser sino griegos: el mar es la sangre que fluye por sus venas.” (Ibídem. 18:56.)



Antes de estar puntualmente en mi cita, me levanté a las cinco y media de la mañana. Me bañé, me cambié... Desayuné por primera vez en el hotel. La comida no es cosa de otro mundo: yogurt, pan, huevo, salchichas, café, leche... ¿Acaso creen que todos los turistas somos “gringos”!

Un alemán viejo discutía desde esa hora con el encargado del restaurante, ya que le habían fijado una tarifa, y le cobraron otra. El ex-piloto —¡incluso de eso me enteré!— amenazó con no recomendar el hotel a sus amigos... ¡Vaya anciano! Luego, desayunó conmigo.



Conocí el famoso Πειραιάς, El Pireo. A pesar de ser una zona bastante lúgubre y sórdida —por su condición portuaria—, me gustó. Conocí algunos estadios —entre ellos, los de fútbol y basquetbol del Olympiakós.



Me voy a bañar.



Platiqué con un joven vendedor llamado Ιωάννης, Ioánnis, Juan, el cual me pidió que lo llamara “John”. Éste me informó dónde podría comprar playeras, gorras, camisetas... Me sugirió Μοναστηράκι, el barrio de Monastiráki. Asimismo, para la música griega, me recomendó “Metrópolis” en Οδός Σταδíου, la calle Stadíou o del estadio. Sólo dispondré del viernes por la tarde para comprar.



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