Durante mis viajes por el mundo suelo llevar diarios con el propósito no sólo de escribir lo que experimento y conozco, sino también para controlar el dinero del que dispongo. Estos pequeños textos son “apuntes” que, aunados a las imágenes recogidas, me permiten, al consultarlos, desencadenar mis recuerdos y, a partir de esto, crear crónicas más vívidas con las anécdotas a flor de piel. En el trayecto me he topado con otros viajeros, quienes me enriquecieron con sus relatos y fotografías.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Paris, France-Αθήνα, Ἑλλάς. Atenas, Grecia. Martes, 04 de noviembre de 2008.








Martes, 04 de noviembre de 2008.

París, Francia.



Je suis arrivé à Paris ! La ville de Charles Baudelaire, Edgar Allan Poe, Anatole France ... Ah, quel spectacle ! Hélàs ! C’est la première fois que je suis ici, mais je connaissais déjà la ville ! La Senne, les voitures, les bâtiments et la Tour Eiffel m’acueillent. Mes yeux sont la fenêtre du monde. Un coup ! Je suis à Paris. [Fr. ¡Llegué a París! La ciudad de Charles Baudelaire, Edgar Allan Poe, Anatole France... ¡Ah, qué espectáculo! ¡Ahí lo tienes! ¡Es la primera vez que estoy aquí, pero ya conocía la ciudad! El Sena, los automóviles, los edificios y la Torre Eiffel me reciben. Mis ojos son la ventana del mundo. ¡Un golpe! Estoy en París.]

Dos treinta y cinco de la mañana de la Ciudad de México.



Son quince para las doce. Estoy sentado en la sala D54, en espera del avión con destino a Atenas. Desde que arribé al Aeropuerto Charles De Gaulle, he vivido una odisea.

Primero, una policía francesa me detuvo al bajar del avión. Me cuestionó sobre mi destino, el motivo de mi viaje... Posteriormente, paré en un centro de atención al cliente de Air France. Allí, le expliqué mi situación a una señorita de raza negra, quien se portó muy amable contigo, y me expidió otro boleto.

Continué con mi camino en busca de la terminal 2D. Un par de sujetos me sellaron el pasaporte.

De pronto, dos policías —una mujer morena y delgada; y un hombre “con cara de francés”: muy parecido al actor Jean Reno—, me sacaron del camino, y me mostraron su charola de agentes aduanales.

Después de contestar a todas sus preguntas en francés —si llevaba tal cantidad de dinero, dónde trabajaba...— mis boletos, mi pasaporte, mi credencial del trabajo... fueron revisados escrupulosamente. Me llevaron a una oficina donde me pasaron a mí y a mi equipaje un detector.

La mujer desempeñaba el papel de la “policía buena”, afable me preguntó por qué había escogido mi itinerario, dónde había aprendido francés... El tipo, si bien era el “policía malo”, no se portó tan mal.

Finalmente, me dejaron ir, disculpándose por realizar su trabajo. Yo les respondí que no había problema; que no se preocuparan, ya que sería una anécdota interesante para escribir en mi diario de viaje.

Retomé mi camino, e identifiqué la Terminal 2D. Llegué hasta donde mis pies me llevaron.

De regreso, saqué mi cámara y tomé muchas fotos. Luego decidí que ya era tiempo de ingresar a la sala D54 para registrarme.

Estoy rodeado de franceses, alemanes, japoneses, finlandeses, ingleses... Incluso en  su aeropuerto, París es una de las ciudades más cosmopolitas del mundo.



Finalmente estoy en el avión rumbo a Atenas. Estoy muy cansado. Tanta excitación me desgastó. Mi asiento es el 26A, el cual se encuentra junto a la ventanilla izquierda. Puedo ver, otra vez, la punta del ala.

Escucho la lengua en que canta Γλυκερία, Glykería, mi intérprete griega favorita, cuando la tripulación gira las instrucciones de seguridad.

Cada vez me siento más cerca de Γιώργος Νταλάρας, Giórgos Ntaláras, Νίκος Καζαντζάκης, Níkos Kazantzákis, Γιώργος Σεφέρης, Giórgos Seféris, Οδυσσέας Ελύτης, Odysséas Elýtis, Γιάννης Ρίτσος, Giánnis Rítsos... me llaman a su tierra —la misma que pronunciara alguna vez, los nombres de Sócrates, Aristóteles, Platón, Demóstenes... Vamvákaris, Tsitsánis, y otros monstruos del “jazz griego”, el re(m)bétiko, aguardan por mí. (Las transcripciones fonéticas en español de los nombres dan, por ejemplo, las grafías: Yorgos Dalaras, Yannis Ritsos... Yo prefiero la transliteración.)

Ελλάδα μου, Grecia mía, como la canción interpretada por el polémico Νότης Σφακιανάκης, Nótis Sfakianákis, ¡pronto te estrecharé entre mis brazos!

Este avión es más largo que el de Aeroméxico. Tiene dos filas con tres asientos cada una. El otro tenía tres filas: dos asientos a la derecha y la izquierda respectivamente, y tres en medio.

“El mundo es más grande que México.” Llevo un día —eso creo— fuera del país, y me siento abrumado. Los aviones y sus banderas multicolores lo confirman: American Airlines, Continental, TMA, Montenegro Airlines...



[Pensamiento: Cuando el avión despega es como si Dios te tomara de la cabeza, y te elevara al cielo. Sobre París. 14:45.]

La sombra del avión se dibuja sobre el suelo mientras otro avión semeja su reflejo a la izquierda.

I’m a stranger in a huge world. Only my passport don’t let me forget my nationality in a place where there are no borders: the air. [Ing. Yo soy un extraño en un mundo enorme. Sólo mi pasaporte no me permite olvidar mi nacionalidad en un lugar donde no hay fronteras: el aire.]

Diviso viñedos por doquier. Si bien hay franceses, ingleses, mexicanos..., los rasgos helénicos son inconfundibles. Tres horas de París a Atenas.

—¡Qué bello paisaje! Pareciera que un gigante talló el piso en madera, y luego lo colocó con tonos verdes y cafés. No sé dónde estoy, pero quien sepa dónde estoy, sabrá dónde estoy...

Degusté de una buena comida —nueva para mi paladar. El queso francés honró su fama —incluso cuando se trate de una muestra comercial llamada “le petit maulé”. Me tomé una pequeña botella de savignon blanco, Gérard Betrand. La pasta estuvo rica, si bien no la acostumbro fría. Fue la primera comida europea que pruebo. Mi gusto se deleitó descubriendo nuevos sabores. Espero que mi estómago sea igual de comprensivo y benévolo en esta aventura gastronómica que apenas inicia.

Por cierto, me olvidé de mencionar que el pudín de mango con nuez estaba exquisito. Maintenant, je suis très fatigué ! Je vais rester ... [Fr. ¡Ahora, estoy muy cansado! Voy a descansar...]

Veo varias islas. El mar se funde en lontananza con las nubes del cielo. No puedo tomar fotografías de estos momentos, pero mis ojos serán los guardianes de la memoria. Incluso si me arrancaran los ojos, jamás podrán arrebatarme mis recuerdos. ¡Estoy vivo, vivo como nunca antes lo había estado!

Sobre el mar se distinguen luces que pretenden rivalizar con las estrellas del cielo. Acabo de dejar atrás aquel mega-puente que mereció un programa especial de Discovery Channel.

Son las cinco de la tarde, y está a punto de oscurecer. Me preocupa que tengo que tomar un taxi hasta el hotel.



[Pensamiento: Cuando el avión aterriza el Diablo nos jala de los pies, y nos sume en nuestra realidad pedestre: el Infierno. No somos ángeles. Sobre Atenas. 14:55.]






Αθήνα, Ἑλλάς. Atenas, Grecia.

Hotel Arethusa.



Me encuentro en la habitación 511, descansando del día más ajetreado y extraño de mi vida.

El encargado de la recepción me recibió adustamente.

Me bañé y lavé mis calcetines y mi calzón —¡increíble que haya tenido que venir a Europa para lavar mi ropa!

Ya puse el despertador, y preparé lo que me pondré mañana para mi visita a la Acrópolis.

Apresto las cámaras de vídeo y fotografía. Tengo 1, ooo euros y 56 dólares.

Después de leer la información que me dejó en un sobre el contacto de la agencia, “Byron” —Víron, lo escribió él, y alude al poeta inglés romántico, George Gordon, mejor conocido como Lord Byron, quien murió aquí en Grecia—, un señor muy amable que me telefoneó para explicarme el itinerario, así como para responder a mis preguntas.

Me acaba de enterar que la Acrópolis la conoceré hasta el viernes. Mañana visitaré el Golfo Sarónico, y el jueves la Argólida. Asimismo, me orientó sobre dónde puedo comprar música, comida, recuerdos...



Tan pronto como descendí del avión, busqué a alguien de la agencia. Al fondo había un señor con una pancarta con mi nombre. Antes, recogí mis maletas en la banda, y pude respirar tranquilo.

Γειά σου, το όνομά μου είναι Καίσαρας [Gr. —¡Hola, me llamó César!] El representante se sorprendió, y me sonrió: Μιλάτε ελληνικά [¡Hablas griego].

Me puso en manos de un sujeto enorme y robusto, llamado, Vángelis, el chofer del taxi, quien llevó mi equipaje a su lujoso Mercedes Benz.

Conversé mucho con él —el trayecto lo permitió. Me mostró el Estadio Olímpico. Padecí el tráfico ateniense, pero a la vez me maravillé con sus calles nocturnas y sus hermosísimas mujeres.

Cerca del centro, durante el alto del semáforo, un sujeto de color se abalanzó sobre el vehículo con un jalador completo —no sólo con el plástico, como lo acostumbran en mi país los denominados “limpiaparabrisas”—, y comenzó a deslizarlo por el parabrisas. Me asustó bastante. Cuando el carro remprendió la marcha, me percaté de que la persona referida tenía sobre la banqueta una cubeta con agua, y otros jaladores.



Son las once y tengo que levantarme a las cinco cuarenta para bañarme, desayunar...




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