Giorgio
y Vai: una historia berlinesa en Roma.
Maxima debetur puero reuerentia.
D. IVNI IVVENALIS SATVRA XIV, 47.
[Lat. Al
niño se debe el máximo respeto.
Décimo Junio Juvenal, Sátiras, XIV, 47.]
Después
de admirarme con los Museos Vaticanos, la
Capilla Sixtina,
las tumbas de los Papas —incluida la de Karol Józef Wojtyła— en las Grutas Vaticanas, y la
Piedad de Miguel
Ángel, esa giganta que carga sobre sus piernas el cuerpo exánime de su hijo,
salgo de la
Basílica de San
Pedro por una de sus varias puertas, y vislumbro la Piazza San Pietro, Plaza de
San Pedro, la cual está relativamente tranquila, si bien comienza ya a llenarse
de visitantes —principalmente extranjeros—, los cuales se forman para entrar al
lugar del que salí. La famosa Plaza de la Concordia en París, donde estuve hace
algunos días, es una copia idéntica de esta plaza.
Lo primero que se aprecia son turistas que
posan y fotografían el horizonte. Detrás de ellos, las sillas que permanecen
vacías, a la espera de la gente que asistirá a la ceremonia de beatificación de
Juan Pablo II.
Las campanas resuenan. El sol calienta poco a
poco la tierra: Urbi et Orbi [Lat. A la ciudad de Roma y el
mundo]. Se pronuncian varios idiomas del mundo simultáneamente, y se funden
en la lengua humana.
Camino. Fotografío y grabo lo que atrae mi
atención. Reparo en los detalles.
Llego a la zona donde se erige el obelisco
que Calígula hizo traer desde Egipto en el año 37 para su circo, y que el Papa
Sixto V colocó en 1586 en su actual ubicación. Según la tradición católica,
este monumento presenció la crucifixión de Pedro cuando se encontraba en el
Circo de Nerón —de ahí que se le conozca como el “testigo mudo”. La leyenda
medieval cuenta que la esfera de bronce de la cúspide contenía los restos de
Cayo Julio César: Yo me llamo César, y estoy en Roma: Caesar sum, non Caesar [Lat. Soy César, no César].
Los dos pasajes elípticos de columnatas
rematadas en una balaustrada sobre la que se asientan las figuras de ciento
cuarenta santos que se abren a cada lado, son los brazos de un gigante que
pretenden acogerme, pero que yo siento como un abrazo estrujante.
Veo a Giorgio por primera vez en mi vida. Es
un niño blanco, de cabello castaño claro de cinco años aproximadamente. Viste
una playera verde fosforescente con mangas azules, y pantalones oscuros
doblados arriba de los tobillos mientras corre. Inmediatamente después aparece
ante mis ojos Vai. Tiene el cabello negro, largo y lacio. Una playera azul
cielo desfajada asoma por debajo de su chamarra roja con mangas azul marino.
Una mujer los cuida a ambos de cerca: vestido delgado café, pantalones de
mezclilla, blusa negra de manga larga, y tenis blancos. En la cabeza lleva un
velo verde, y se cubre los ojos con unas gafas de sol. Después de seguirlos con
la cámara de vídeo por un rato, me percato de que se trata de la madre de Vai.
Giorgio se aproxima a la rejilla que circunda
el obelisco vaticano, y se esconde detrás de ella. Vai lo persigue: se le
acerca. Cada cual de su lado: frente a frente. Los padres de los niños
aparecen. —Juega con el niño, Giorgio —le sugiere su padre, luego de presenciar
que le rehúye. Se acuclilla, saca un papel del bolsillo del pantalón, y le
suena la nariz a su hijo. Con sus pequeños brazos por detrás de la espalda, Vai
contempla a Giorgio, quien se agacha: se agacha él también como reflejo de su
humanidad, y le estornuda prácticamente en la cara.
Giorgio se aleja corriendo. Vai se sorprende,
y le señala con las manos a sus progenitores —quienes lo han vigilado desde
hace tiempo— que aquel niño italiano se alejó corriendo. Su padre trata de
atraer su atención para fotografiarlo, pero antes de hacerlo, me prodiga una
mirada, la cual veo horas después mientras reproduzco la cinta grabada.
La curiosidad de Vai no cesa. Se para frente
a Giorgio nuevamente, e intenta tocarlo.
Hace calor. Desde que llegué a Roma la
temperatura ha sido elevada. La gente busca refrescarse a los pies de una
farola: ANNO MDCCCLII, año 1852. El agua mana de una pequeña toma. Giorgio
tiene sed. Su padre lo carga para que beba. Antes de echarse a correr de
nuevo, el pequeño se seca la boca con la mano.
Los padres de Vai y Giorgio —así como yo—
seguimos a Vai, y Vai a su vez, sigue a Giorgio, quien se para sobre una de las
placas de mármol de la plaza, cuya inscripción indica el Nornoroeste: “Nord
Nord Est - Tramont Greco.”
Ambos comienzan a conversar: se conocieron
gracias a sus vástagos. El padre de Vai le pide su correo electrónico al de
Giorgio para que le envíe las fotos que tomó. Yo presencio todo: grabo y
escucho en silencio.
Mi ánimo se encuentra exaltado: un ingenuo
sentimiento de esperanza se esboza en mi sonrisa, y me pregunto por qué dos
niños de pieles, lenguas... diferentes; por qué en este lugar nada humilde
donde se congregan fe, poder y dinero; por qué cuando mi dignidad y mi
humanidad fueron sobajadas —¿acaso el arcoíris de Viena fue un afortunado
presagio? Omnes
viae Romam ducunt? [Lat. ¿Todos
los caminos conducen a Roma?]: Es una paradoja milagrosa de la Vida.
Yo no creo en Dios, y mucho menos en la
Iglesia. Si bien nunca he creído tampoco en la Humanidad, creo en algunos seres
humanos... Y lo que los alemanes me arrancaron con su odio, estos desconocidos
me lo devolvieron con su niñez, con su ingenuidad.
Los niños dejan atrás la zona del obelisco, y
se dirigen a la
Basílica de San
Pedro. Los padres los siguen como si fueran sus sombras alargadas sobre el
piso. Esa es la última toma que veo en la grabación que hice.
FINIS.
Escrito en una computadora del área de Noticias del Canal 22, la tarde del
Miércoles, 9 de noviembre de 2011, en el 22 aniversario de la caída del Muro de
Berlín.
Caesaris Navarretis, después de leerte, tengo ganas de volver al viejo continente. Aprovecho esta ocasión para decirte que sería un placer viajar con tan distinguido acompañante como tu!
ResponderEliminarmuy bueno cesar, me gustó bastante.
ResponderEliminarme sacaste un escalofrío en los ultimos párrafos (y fue escalofrío por que no me gusta llorar)
-Muchísimas gracias por tus palabras, Álex, y sobre todo por disponer de tu tiempo para leerme. Realmente te lo agradezco. Tú sabes lo importante que es para alguien que comparte un texto, un corto, etc, que reciba algún comentario -como el tuyo-, donde se entere que logro transmitir algo: trascender su propia humanidad. Un abrazo.
ResponderEliminarMe encanta, y me motivas a seguir por mi sueño... gracias por tus palabras,tu prima Doris :)
ResponderEliminarMuy hermoso, ya me habías contado esta anécdota, que si mal no recuerdo, en algún momento pretendimos transportarla a un cortometraje ¿no?.
ResponderEliminarPrecisamente hace un rato estaba leyendo un texto en el cara libro donde tu visión por la humanidad no era muy optimista y yo te decía que no todo estaba podrido, una experiencia que viviste y que lo comprueba ¿no?.
Un abrazo, sígale así muchacho, sígale...