Jueves,
20 de noviembre de 2008.
En
el crucero “Moon River”. Camarote 209. Asúan, Egipto.
No se deja de gastar dinero en
Egipto. Por más “empeño” que se ponga, siempre se gastará, aunque sea un euro
en esto, o en aquello.
Día interesantísimo.
Probablemente el más significativo de todo el periplo. Y lo más importante es
que no se debe a nada “especial”.
Monté un dromedario, paseé en faluca por el Nilo, me hice en el brazo
el tatuaje de un escorpión con henna
o jena, fumé shisha...
Si bien el espectáculo que se
ofrece en el pueblo nubio es montado para los turistas, se tiene la
posibilidad...
(Continuación.
Escrito el viernes, 21 de noviembre en una pequeña sala de espera afuera del restaurante.)
...de convivir —aunque sea
limitadamente— con los pobladores.
Las agencias locales de Grecia,
Israel y Egipto no se preocuparon por ofrecer la tranquilidad que sus clientes
se merecían. La de Turquía, en cambio, fue espectacular: mezquitas casi vacías
que al terminar la visita apenas comenzaban a abarrotarse, comodidades tanto en
autobuses como en embarcaciones.
La Acrópolis estaba a reventar.
Los lugares santos de Tierra Santa —tanto en Israel como en Palestina— eran
colmados por la gente ante la incredulidad de mis ojos, y el límite de mi
paciencia.
Sin embargo, Egipto ha ganado
en este rubro, atiborrando los templos con el desembarco simultaneo de hordas
de turistas —sobre todo, españoles.
Disfruté Santa Sofía porque me
desperté temprano; sin embargo, había días en que se me imposibilitaba romper
con el itinerario.
Ayer por la tarde visité la
cantera donde reposa el Obelisco inacabado, una muestra más de que cuando se
quiere montar un sitio arqueológico no es necesario sino el afán de lucro.
Observé la monumental presa de
Asuán. Paré en un punto donde de un lado se divisa el Río Nilo, y del otro, el
Lago Nasser.
De vuelta al barco hice una
escala en una joyería, a la cual le compré —por medio del guía— los cartuchos y
la pulsera.
Por la noche, salí a caminar
por Asuán, con los mexicanos. Estuvimos en algunas galerías y en la Catedral
ortodoxa copta del Arcángel Miguel.
Asimismo, experimentamos una
metáfora cotidiana de lo que es Egipto.
En un quiosco compramos tres
refrescos —cada uno por 15 libras egipcias: ¡Casi al mismo precio que en el
crucero! Cuando regresábamos a la embarcación, nos detuvimos en una tienda. ¡El
mismo refresco costaba cinco libras, y el agua grande (1, 5 litro), 2! Como si
esto no fuera suficiente, inmediatamente después encontramos otro puesto:
Cuatro libras. ¿Esto es posible! Esto sucede en un país donde no se conoce el
“valor” de las cosas —al menos para el extranjero.
Otro caso más. Mi compañero
quiso comprar el juguete de un camello —o dromedario: honestamente no reparé en
cuántas jorobas tenía el animal— en el mercadillo del obelisco inacabado. El
vendedor respondió: —¡170 libras! De este precio inicial fue bajando hasta
quince libras. ¡Increíble!..., pero no en este país que huele a especies
mezcladas con excremento de cuadrúpedos.
En una tienda de Asuán, Ramón,
el médico, compró un dromedario en mejor estado —y de acuerdo con el vendedor,
de piel de este animal— por 2 €: 4 libras egipcias aproximadamente, luego de
que el dependiente le hiciera una rebaja de un euro.
Cené. Esperé en el bar por un
espectáculo de danza que se llevó a cabo después de las once de la noche. Antes
había preparado mis maletas.
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