Durante mis viajes por el mundo suelo llevar diarios con el propósito no sólo de escribir lo que experimento y conozco, sino también para controlar el dinero del que dispongo. Estos pequeños textos son “apuntes” que, aunados a las imágenes recogidas, me permiten, al consultarlos, desencadenar mis recuerdos y, a partir de esto, crear crónicas más vívidas con las anécdotas a flor de piel. En el trayecto me he topado con otros viajeros, quienes me enriquecieron con sus relatos y fotografías.

domingo, 12 de febrero de 2012

Asuán, Egipto. Río Nilo. Jueves, 20 de noviembre de 2008.


Jueves, 20 de noviembre de 2008.

En el crucero “Moon River”. Camarote 209. Asúan, Egipto.



No se deja de gastar dinero en Egipto. Por más “empeño” que se ponga, siempre se gastará, aunque sea un euro en esto, o en aquello.

Día interesantísimo. Probablemente el más significativo de todo el periplo. Y lo más importante es que no se debe a nada “especial”.

Monté un dromedario, paseé en faluca por el Nilo, me hice en el brazo el tatuaje de un escorpión con henna o jena, fumé shisha...

Si bien el espectáculo que se ofrece en el pueblo nubio es montado para los turistas, se tiene la posibilidad...



(Continuación. Escrito el viernes, 21 de noviembre en una pequeña sala de espera afuera del restaurante.)



...de convivir —aunque sea limitadamente— con los pobladores.





Las agencias locales de Grecia, Israel y Egipto no se preocuparon por ofrecer la tranquilidad que sus clientes se merecían. La de Turquía, en cambio, fue espectacular: mezquitas casi vacías que al terminar la visita apenas comenzaban a abarrotarse, comodidades tanto en autobuses como en embarcaciones.

La Acrópolis estaba a reventar. Los lugares santos de Tierra Santa —tanto en Israel como en Palestina— eran colmados por la gente ante la incredulidad de mis ojos, y el límite de mi paciencia.

Sin embargo, Egipto ha ganado en este rubro, atiborrando los templos con el desembarco simultaneo de hordas de turistas —sobre todo, españoles.

Disfruté Santa Sofía porque me desperté temprano; sin embargo, había días en que se me imposibilitaba romper con el itinerario.

Ayer por la tarde visité la cantera donde reposa el Obelisco inacabado, una muestra más de que cuando se quiere montar un sitio arqueológico no es necesario sino el afán de lucro.

Observé la monumental presa de Asuán. Paré en un punto donde de un lado se divisa el Río Nilo, y del otro, el Lago Nasser.

De vuelta al barco hice una escala en una joyería, a la cual le compré —por medio del guía— los cartuchos y la pulsera.

Por la noche, salí a caminar por Asuán, con los mexicanos. Estuvimos en algunas galerías y en la Catedral ortodoxa copta del Arcángel Miguel.

Asimismo, experimentamos una metáfora cotidiana de lo que es Egipto.

En un quiosco compramos tres refrescos —cada uno por 15 libras egipcias: ¡Casi al mismo precio que en el crucero! Cuando regresábamos a la embarcación, nos detuvimos en una tienda. ¡El mismo refresco costaba cinco libras, y el agua grande (1, 5 litro), 2! Como si esto no fuera suficiente, inmediatamente después encontramos otro puesto: Cuatro libras. ¿Esto es posible! Esto sucede en un país donde no se conoce el “valor” de las cosas —al menos para el extranjero.

Otro caso más. Mi compañero quiso comprar el juguete de un camello —o dromedario: honestamente no reparé en cuántas jorobas tenía el animal— en el mercadillo del obelisco inacabado. El vendedor respondió: —¡170 libras! De este precio inicial fue bajando hasta quince libras. ¡Increíble!..., pero no en este país que huele a especies mezcladas con excremento de cuadrúpedos.

En una tienda de Asuán, Ramón, el médico, compró un dromedario en mejor estado —y de acuerdo con el vendedor, de piel de este animal— por 2 €: 4 libras egipcias aproximadamente, luego de que el dependiente le hiciera una rebaja de un euro.

Cené. Esperé en el bar por un espectáculo de danza que se llevó a cabo después de las once de la noche. Antes había preparado mis maletas.

Grabé a los tres bailarines, y después me fui a la cama.






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