Durante mis viajes por el mundo suelo llevar diarios con el propósito no sólo de escribir lo que experimento y conozco, sino también para controlar el dinero del que dispongo. Estos pequeños textos son “apuntes” que, aunados a las imágenes recogidas, me permiten, al consultarlos, desencadenar mis recuerdos y, a partir de esto, crear crónicas más vívidas con las anécdotas a flor de piel. En el trayecto me he topado con otros viajeros, quienes me enriquecieron con sus relatos y fotografías.

sábado, 18 de febrero de 2012

Diario de Medio Oriente. Fin.


Mi familia me recibió en el aeropuerto. Sentí alivió, después de la ansiedad que experimenté durante las interminables horas de viaje.
Físicamente, resentí el frío.
Me presenté a trabajar al siguiente día —sin estar adaptado aún—, debido a la falta de criterio y memoria de mi jefe directo, quien me condicionó darme un día si se lo reponía posteriormente —¡y pensar que yo nunca le cobré los que me debía! Y lo mandé al carajo como correspondía.
Los siguientes días experimenté una sensación rara: me sentía fuera de lugar. Aun hoy no sé si padecí de depresión; si me mermó el cansancio acumulado; si fueron la contaminación, la altura... de la ciudad; lo cierto es que me llevó cerca de un mes readaptarme a mi propio medio, y asimilar las experiencias —que incluso hoy, más de tres años después, me trascienden— que había vivido —sentido— aquellos más de veinte días de viaje por el Medio Oriente, un viaje que estuvo a punto de no realizarse, ya que algunos días después de que lo pagué, sobrevino la crisis económica mundial.

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