Lunes,
17 de noviembre de 2008.
En
el crucero “Moon River”. Camarote 209. Luxor, Egipto.
Ha sido un día muy extraño, en
el cual he dormido prácticamente todo el tiempo.
Me desperté a la una y media de
la mañana, y me había dormido a las once y media, luego de salir a conocer El
Cairo por la noche: visité la peligrosa Ciudad de los muertos, donde se
albergan algunas tumbas mamelucas; el Mausoleo de Anwar el-Sadat, y el bazar de
Khan el-Khalili o Jan el-Jalili, donde se dice que “se puede comprar desde un
alfiler hasta un elefante”. Aquí compré llaveros, playeras, una gorra con
jeroglíficos, la estatuilla de un gato, e incluso un par de páshminas. Lo curioso es que abrieron
varias tiendas exclusivamente para mí.
Conocí al famoso “Jordi”, un
egipcio que radicó en Barcelona, quien me vendió además de la estatuilla, una
caja con bolígrafos y un par de pañuelos. Hace algunos meses, supe de dicho
personaje en el programa dedicado a Egipto de “Planeta finito”, serie de viajes
española. Jamás me imaginé que llegaría a su tienda.
En un comedor cercano al
mercado, cené un plato tradicional conocido como kushari o kosheri: arroz,
lentejas negras, garbanzos, macarrones, cubiertos de ajo y vinagre, y mezclados
con salsa de tomate especiada. Cuando me sirvieron el ruzz bil-laban, literalmente “arroz con leche”, la melancolía y la
nostalgia se apoderaron de mí, y les confié a mis comensales mientras comía: ¡Ah,
en mi país también se come el arroz con leche: mi madre me lo prepara!
Así, pues, la gente de la
agencia me recogió a las dos de la mañana en el hotel, y me dirigí al
aeropuerto. A decir verdad, desconozco a qué hora despegué de El Cairo —dormí
casi todo el vuelo. Llegué al amanecer a Luxor.
Mientras preparaban mi
habitación en el crucero, dormité en el bar.
Comí por la tarde en el restaurante,
y conocí al guía: Násser, quien nos habló del itinerario de los próximos días.
Bajo un sol inclemente, salí a
caminar por el malecón. Paseé por los museos de Luxor y de las momificaciones,
así como por algunos bancos y escuelas. Mi mayor apuro era retirar dinero para
pagar la excursión a Abu Simbel (110 euros).
Finalmente, saqué 500 libras
egipcias en un cajero del Banco de Egipto.
La ciudad está llena de
autobuses turísticos, cruceros, taxis y carruajes tirados por un caballo, los
cuales me recordaron a las “calandrias” de Acapulco.
El lugar huele a mierda.
La gente de las falucas y las embarcaciones pequeñas,
además de los taxistas, importunan a los peatones sin piedad.
Conocí el Templo de Luxor por
fuera, el cual visitaré mañana. Me sorprendió su ubicación. Yo suponía que se
encontraba lejos de la ciudad, y no en sus entrañas.
Regresé asoleado al crucero. Me
bañé y me volví a dormir. Espero por la cena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario