Durante mis viajes por el mundo suelo llevar diarios con el propósito no sólo de escribir lo que experimento y conozco, sino también para controlar el dinero del que dispongo. Estos pequeños textos son “apuntes” que, aunados a las imágenes recogidas, me permiten, al consultarlos, desencadenar mis recuerdos y, a partir de esto, crear crónicas más vívidas con las anécdotas a flor de piel. En el trayecto me he topado con otros viajeros, quienes me enriquecieron con sus relatos y fotografías.

domingo, 12 de febrero de 2012

El Cairo-Luxor, Egipto. Lunes, 17 de noviembre de 2008.


Lunes, 17 de noviembre de 2008.

En el crucero “Moon River”. Camarote 209. Luxor, Egipto.



Ha sido un día muy extraño, en el cual he dormido prácticamente todo el tiempo.



Me desperté a la una y media de la mañana, y me había dormido a las once y media, luego de salir a conocer El Cairo por la noche: visité la peligrosa Ciudad de los muertos, donde se albergan algunas tumbas mamelucas; el Mausoleo de Anwar el-Sadat, y el bazar de Khan el-Khalili o Jan el-Jalili, donde se dice que “se puede comprar desde un alfiler hasta un elefante”. Aquí compré llaveros, playeras, una gorra con jeroglíficos, la estatuilla de un gato, e incluso un par de páshminas. Lo curioso es que abrieron varias tiendas exclusivamente para mí.

Conocí al famoso “Jordi”, un egipcio que radicó en Barcelona, quien me vendió además de la estatuilla, una caja con bolígrafos y un par de pañuelos. Hace algunos meses, supe de dicho personaje en el programa dedicado a Egipto de “Planeta finito”, serie de viajes española. Jamás me imaginé que llegaría a su tienda.

En un comedor cercano al mercado, cené un plato tradicional conocido como kushari o kosheri: arroz, lentejas negras, garbanzos, macarrones, cubiertos de ajo y vinagre, y mezclados con salsa de tomate especiada. Cuando me sirvieron el ruzz bil-laban, literalmente “arroz con leche”, la melancolía y la nostalgia se apoderaron de mí, y les confié a mis comensales mientras comía: ¡Ah, en mi país también se come el arroz con leche: mi madre me lo prepara!

Así, pues, la gente de la agencia me recogió a las dos de la mañana en el hotel, y me dirigí al aeropuerto. A decir verdad, desconozco a qué hora despegué de El Cairo —dormí casi todo el vuelo. Llegué al amanecer a Luxor.

Mientras preparaban mi habitación en el crucero, dormité en el bar.

Comí por la tarde en el restaurante, y conocí al guía: Násser, quien nos habló del itinerario de los próximos días.

Bajo un sol inclemente, salí a caminar por el malecón. Paseé por los museos de Luxor y de las momificaciones, así como por algunos bancos y escuelas. Mi mayor apuro era retirar dinero para pagar la excursión a Abu Simbel (110 euros).

Finalmente, saqué 500 libras egipcias en un cajero del Banco de Egipto.

La ciudad está llena de autobuses turísticos, cruceros, taxis y carruajes tirados por un caballo, los cuales me recordaron a las “calandrias” de Acapulco.

El lugar huele a mierda.

La gente de las falucas y las embarcaciones pequeñas, además de los taxistas, importunan a los peatones sin piedad.

Conocí el Templo de Luxor por fuera, el cual visitaré mañana. Me sorprendió su ubicación. Yo suponía que se encontraba lejos de la ciudad, y no en sus entrañas.

Regresé asoleado al crucero. Me bañé y me volví a dormir. Espero por la cena.

Tengo 840 libras egipcias, 9 dólares y 3 euros.







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